
Representación en una vidriera de la catedral de Oxford de las virtudes teologales
Qué son las virtudes teologales y cómo cultivarlas
El Magisterio de la Iglesia enseña que la base de la vida cristiana está en los tres dones sobrenaturales que Dios entrega a quienes reciben el bautismo. Pero, aunque son regalos divinos, pueden cultivarse
«La fe, la esperanza y la caridad son los pilares de la vida cristiana». Esta afirmación, tan repetida en la tradición de la Iglesia, encierra una realidad profunda: sin estas tres virtudes, no es posible vivir plenamente como hijos de Dios. Con el importante matiz de que no se trata de meras disposiciones morales, ni siquiera de una suerte de piadosa filosofía estoica —hoy tan de moda— sino de dones sobrenaturales que orientan directamente hacia Él y capacitan para corresponder a su gracia.
San Pablo las menciona en el capítulo 13 de su Primera Carta a los Corintios: «Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estas tres. Pero la mayor de ellas es el amor». Y en ese orden han sido el sustento de innumerables santos, mártires y cristianos que han vivido su fe con radicalidad a lo largo de los siglos.
¿Qué son las virtudes teologales?
A diferencia de las virtudes cardinales, que vienen a ser virtudes humanas sublimadas por la Gracia, las 3 virtudes teologales son dones infundidos por Dios en el alma a través del Bautismo. Es decir, que mientras las virtudes humanas se adquieren con esfuerzo y repetición de actos, las teologales virtudes son, como enseña el Magisterio de la Iglesia, una participación en la vida misma de Dios, que permite a la persona vivir en comunión con Él y actuar según la voluntad divina.
El Catecismo aprobado por san Juan Pablo II en 1992 lo explica de forma clara en su punto 1813: «Las virtudes teologales fundamentan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano». Así, sin ellas, la vida espiritual se marchita y la relación con Dios se convierte en un simple ejercicio intelectual o en un ritual vacío.
Las tres virtudes teologales
FE
Es la virtud que nos permite creer en Dios y descubrirlo en todo lo que Él nos ha revelado, no solo con la razón, sino con la adhesión total del corazón. No es, por tanto, un mero asentimiento intelectual, sino una confianza radical en Dios.
Eso sí, la fe no es estática: si no se cultiva, se debilita e incluso podríamos decir que puede morir de inanición. Jesús mismo lo advierte en el Evangelio: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lc 18,8).
- Cómo cultivarla:
Entonces, ¿cómo se puede cultivar o incrementar? Lo primero es seguir el consejo de Jesús: «Pedid y se os dará». Así, quien quiera tener fe en Dios o incrementarla, lo primero que ha de hacer es pedírsela a Dios.
Pero, además, la enseñanza de la Iglesia insiste en varias prácticas de ayuda: leer y meditar la Sagrada Escritura; participar en la Eucaristía y en la vida sacramental; formarse en la doctrina de la Iglesia y profundizar en la teología; y perseverar en la oración y en la vida comunitaria.
esperanza
En un mundo marcado por la incertidumbre y el miedo, la esperanza cristiana es una luz que disipa la oscuridad, como ha insistido el Papa Francisco al convocar el Jubileo 2025 precisamente dedicado a esta virtud teologal.
Es, por tanto, la virtud que impulsa a confiar en las promesas de Dios y a desear la vida eterna con Él, no un simple optimismo humano, ni una confianza ciega en que «todo saldrá bien». Como señaló Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi, la esperanza cristiana tiene un fundamento sólido «que no defrauda»: la fidelidad de Dios.
- Cómo cultivarla:
Para cultivarla, conviene rezar con frecuencia, especialmente en momentos de dificultad, hacer memoria de la acción de Dios en nuestra vida (según el consejo ignaciano «en tiempos de consolación hacer acopio, para en tiempos de desolación hacer memoria»), evitar el pesimismo, y una enseñanza tradicional hoy muy poco de moda: aceptar con serenidad la cruz y las pruebas de la vida.
Caridad
La caridad es la mayor de las virtudes teologales porque nos hace semejantes a Dios, que «es amor» (1 Jn 4,8). Es el alma de la vida cristiana, el vínculo que nos une a Dios y a los hermanos.
No es, por tanto, un sentimiento o una actitud de simpatía hacia los demás. Es un amor concreto, efectivo y sacrificado, que sigue el mandato de Jesús: «Amaos unos a los otros como Yo os he amado» (Jn 13,34).
Y como aunque la fe anima a amar al prójimo, pero el prójimo no siempre lo pone fácil, también la Iglesia propone modos concretos de crecer en la caridad. La fórmula estrella es practicar las obras de misericordia, tanto materiales como espirituales. También perdonar las ofensas y evitar el resentimiento, servir a los demás con generosidad, sin esperar recompensa, y participar activamente en la vida de la Iglesia y en su misión evangelizadora.
La importancia de cultivarlas
Las virtudes teologales no son un extra, ni actitudes opcionales para un cristiano. Son el núcleo de su vida espiritual y el camino seguro hacia la santidad, precisamente por tratarse de dones sobrenaturales.
Como concluye el Catecismo, «las virtudes teologales informan y vivifican todas las virtudes morales». Porque sin fe, la vida cristiana se reduce a un moralismo vacío; sin esperanza, se cae en la desesperación o en el materialismo craso; y sin caridad, el cristianismo es solo una filosofía teórica.