Ilustración del hermano Lorenzo entre fogones y el Papa León XIV
Cocinero, zapatero y fraile: el discreto autor del siglo XVII que León XIV considera su brújula espiritual
La práctica de la presencia de Dios, del Hermano Lorenzo, ha acompañado la oración de León XIV durante años, incluso en medio de grandes desafíos
A bordo del vuelo Beirut–Roma, el Papa recordó este martes una pregunta que, tiempo atrás, le hizo un periodista alemán: si podía recomendar un libro —aparte de san Agustín— que ayudara a comprender quién es él y cuál es su modo de vivir la espiritualidad.
En plena conversación con los reporteros, el Papa recuperó aquel episodio y compartió la respuesta que dio entonces: La práctica de la presencia de Dios, del Hermano Lorenzo.
El Papa relató cómo este librito de pocas páginas, escrito hace siglos por un religioso que ni siquiera firmaba con su apellido—un humilde cocinero y fabricante de sandalias de un monasterio francés—ha acompañado su oración durante años.
«Aquí estamos, Señor, tú eres el jefe, tú guías el camino», explicó. Una espiritualidad que él mismo vinculó a su modo de entregarse y dejarse guiar por Dios, también en medio de grandes desafíos y de los años que vivió en el Perú durante el terrorismo.
Un descubrimiento espiritual nacido en una cocina
El Hermano Lorenzo, cuyo nombre de nacimiento era Nicolas Herman, no fue teólogo ni profesor, sino un fraile carmelita del siglo XVII que trabajó durante décadas en los fogones de su comunidad y elaborando sandalias para los demás.
Su camino interior comenzó mucho antes: a los dieciocho años, un destello de la Providencia Divina en medio de la naturaleza marcó su vida para siempre. Tras años en el ejército y en servicios públicos, y después de vivir una época de «turbación de espíritu», ingresó en un monasterio buscando simplemente a Dios, explica el prefacio de la versión en pdf.
Lo que encontró allí —y lo que hoy seguimos encontrando a través de él— es una forma de vivir que no depende del lugar ni del momento. Nadie hubiera imaginado que en la rutina de una cocina monástica pudiera germinar un itinerario espiritual tan profundo como accesible a todos.
Un método de vida en quince cartas y cuatro conversaciones
La práctica de la presencia de Dios fue publicada después de su muerte por el padre Joseph de Beaufort, quien reunió quince cartas del Hermano Lorenzo y el recuerdo de cuatro conversaciones mantenidas con él. Por eso el libro no es un tratado, sino un testimonio: la enseñanza serena de un hombre que descubrió que la alegría nace de recordar que Dios está siempre presente.
Quienes se acercan a estas páginas se encuentran con una propuesta directa para caminar con Dios entre los quehaceres más ordinarios. El fraile explica que la clave de la vida gozosa y el progreso espiritual reside en mantener una presencia de Dios continua, cultivando una conversación interna y sencilla con Él en todo momento, incluso durante las tareas mundanas. Mediante esta práctica, enseña a aceptar todas las experiencias, incluyendo las aflicciones y sufrimientos, como oportunidades para glorificar a Dios y depender de Su gracia.
El Hermano Lorenzo enseña que la esencia de la vida espiritual reside en la confianza absoluta en la Providencia de Dios. Escribe que «tenemos un Dios cuya gracia es infinita», asegurando que «Él vendrá a su tiempo, cuando menos lo esperas. Espera en Él más que nunca». Además, para que el alma pueda recibir esta gracia, el fraile insiste en la necesidad de la pureza interior, explicando que «el corazón debe estar vacío de todas las demás cosas… sólo Dios debe poseerlo».
Esta dedicación, no obstante, no debe ser un esfuerzo tenso o ansioso, sino un ejercicio de «libertad santa». Por ello, su invitación es servir a Dios fielmente, pero «sin preocupación ni intranquilidad; haciendo volver nuestra mente a Él mansamente y con tranquilidad, tan frecuentemente como percibimos que está desviándose de Él».
¿Por qué vuelve hoy este libro?
El Hermano Lorenzo no buscó protagonismo y evitaba toda atención pública. Pero su discreción no impidió que, tres siglos después, un Papa lo recomiende en pleno vuelo como llave para comprender su propia vida interior. Tal vez sea precisamente esa vida escondida—la de un cocinero que se hacía pequeño para que Dios pudiera actuar— lo que hace que este libro despierte hoy tanto interés.
Y quizás por eso su mensaje sigue resonando: en la cocina, en un avión o en las turbulencias del mundo contemporáneo, la presencia de Dios puede volverse sorprendentemente cercana. Basta invocarla, como hacía el Hermano Lorenzo, con un corazón disponible.
Él mismo lo atestigua: incluso en la actividad más frenética, «para mí, el tiempo de trabajo no difiere del tiempo de oración, y en medio del ruido y el alboroto de mi cocina, con varias personas pidiéndome al mismo tiempo cosas diferentes, tengo una gran tranquilidad en Dios, como si estuviera sobre mis rodillas ante su bendita presencia».