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De la corona al harapo: cinco santos que usaron el dinero para llegar al cielo

El Magisterio de la Iglesia recuerda que el problema no es el dinero, sino poner en él el corazón. Y aunque esquivar el apego idolátrico a la riqueza puede ser muy difícil, el ejemplo de estos santos, ricos, pobres y hasta de clase media, muestra que es posible usar la cartera para dar gloria a Dios y servir al prójimo

Act. 28 nov. 2025 - 09:40

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BilletesEuropa Press

De un zapatero a una reina, de un próspero comerciante a una madre de familia empresaria, pasando por una monja de clausura que movió enormes cantidades de dinero: estos santos nos recuerdan que lo decisivo no es cuánto tenemos, sino hasta qué punto estamos dispuestos a ponerlo todo en manos de Dios.

San Homobono de Cremona (Italia, s. XII): el gran comerciante que amó a Dios y a los pobres

Patrono de comerciantes y sastres, san Homobono fue un próspero mercader textil de Cremona, en pleno boom de esta industria local. Sin embargo, a diferencia de otros muchos, no se dejó seducir por la avaricia ni por el lujo. Sin caer en la ostentación ni en la tacañería, y atendiendo siempre a las necesidades de su familia, vivió de manera sobria para distribuir la mayor parte de sus beneficios entre los necesitados.

El Papa Inocencio III, al canonizarlo en 1199, lo llamó «hombre bueno y útil a todos» (haciendo honor a su nombre, homo bonus). Su vida fue la prueba de que la actividad económica, lejos de ser enemiga de la santidad, puede convertirse en un camino hacia ella si se ordena al servicio de la justicia y la caridad. Homobono murió de forma repentina mientras participaba en la santa misa, de rodillas, tras entregar a Cristo su vida de empresario santo. Una muerte que no tiene precio.

Santa Isabel de Hungría (Hungría-Alemania, s. XIII): la reina que se hizo sierva

Hija de reyes y esposa del landgrave de Turingia, Isabel vivió rodeada de lujos en la corte alemana. Pero su corazón estaba en Cristo, no en las joyas ni en los banquetes. Tras enviudar con apenas veinte años, renunció a todos sus bienes y se dedicó a construir hospitales, atender personalmente a leprosos y sostener a viudas y huérfanos. En palabras de Benedicto XV, «Isabel comprendió que la caridad perfecta consiste en hacerse pobre para compartir la vida de los pobres».

Su radicalidad la llevó incluso a vestir harapos para acercarse a los mendigos sin causarles vergüenza. Su testimonio muestra que la santidad no está reñida con la posición social que uno hereda, sino con el apego al poder, y que la verdadera libertad es la del corazón entregado a Cristo, y no la tan manida «libertad financiera».

San Luis y santa Celia Martin (Francia, s. XIX): empresarios y padres santos en la vida cotidiana

Luis era relojero y Celia dirigía un taller de encajes en la Francia del siglo XIX. No eran ricos, sino comerciantes trabajadores, que supieron sostener a una familia numerosa con dignidad y fe. Padres de nueve hijos (cinco de los cuales entraron en la vida religiosa, entre ellos santa Teresita del Niño Jesús), los Martin encarnan un principio recogido por el Catecismo de la Iglesia católica: «La vida económica no se ordena únicamente a multiplicar bienes producidos e incrementar el beneficio; está ordenada, ante todo, al servicio de las personas».

Ambos vivieron con sencillez, invirtieron su dinero en educación para su prole y en obras de caridad, y mostraron que ser santo en la vida de familia y en los negocios es posible. Canonizados en 2015 por Francisco, ambos son un ejemplo luminoso para un cada vez mayor número de matrimonios que buscan la santidad entre rutinas domésticas, nóminas y facturas.

San Teobaldo Roggeri (Italia, s. XII): un zapatero rico por ser pobre

Hijo de campesinos, Teobaldo se quedó huérfano siendo niño. Para ganarse la vida aprendió el oficio de zapatero en Alba (Italia). Sin embargo, vivió siempre en la más estricta austeridad, rayana en la pobreza, porque lo que ganaba lo repartía entre quienes tenían aún menos que él. Dormía sobre el suelo, se alimentaba con enorme sencillez y en su tiempo libre se dedicaba a atender a enfermos abandonados.

Su santidad recuerda las palabras de san Juan Pablo II en Centesimus annus: «La propiedad privada o un cierto dominio sobre los bienes externos aseguran a cada cual una zona absolutamente necesaria de autonomía personal y familiar, y deben ser considerados como una ampliación de la libertad humana» pero «la propiedad privada, por su misma naturaleza, tiene también una índole social y el hombre, usando estos bienes, no debe considerar las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás».

Santa Teresa de Jesús (España, s. XVI): una bróker de la evangelización

La gran reformadora del Carmelo vivió en comunidad con enorme austeridad, animando a sus monjas a abrazar la pobreza evangélica más radical. Sin embargo, Teresa de Ávila fue también una mujer práctica que entendió que para llevar a cabo proyectos evangelizadores en medio del mundo, como fundar conventos, hacía falta dinero.

Por eso, como una auténtica 'bróker' de bolsa, movió con enorme habilidad recursos económicos de terceros para lograr una «rentabilidad» de incalculable valor espiritual: pidió ayuda a nobles como la duquesa de Éboli, gestionó préstamos, buscó mecenas y donantes, y contó con el apoyo de su hermano Lorenzo, enriquecido en América.

Como escribió ella misma: «Teresa sola no puede nada, pero con Dios lo puede todo». Su fe la hizo capaz de obrar lo que parecía imposible: levantar más de una docena de conventos en apenas veinte años. Entre otras importantes enseñanzas, la vida de esta mística muestra que la confianza en Dios no excluye la gestión responsable de los bienes materiales, porque cuando se ponen al servicio de un ideal de santidad y evangelización, el bien hay que hacerlo bien.

Artículo publicado originalmente en 'La Antorcha', revista de la Asociación Católica de Propagandistas.

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