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El cardenal sueco Anders Arborelius

El cardenal sueco Anders ArboreliusEP

Arborelius, un «papable» para restaurar la dañada unidad de la Iglesia

Quienes apuntan a un cónclave largo argumentan la división de corrientes en el colegio cardenalicio. Una división que refleja la de la Iglesia y que señala cada vez más hacia un hombre: el sueco Ander Arborelius

La división interna es una herida abierta en la Iglesia casi desde su fundación. Ya el Nuevo Testamento, tanto en los Evangelios como en el Libro de los Hechos, recoge las disputas entre los apóstoles elegidos por Jesús, y la disparidad de criterio entre san Pedro y san Pablo.

Históricamente, estas diferencias se han ido salvando a través de la autoridad del Papa y la fidelidad al Magisterio, a la Tradición y a la Palabra de Dios, incluso con la convocatoria de Concilios. Pero también han dado lugar, con el correr de los siglos, a herejías, rupturas y cismas, cuyas consecuencias duran hasta hoy.

¿Estamos a las puertas de un cisma?

Tras los doce años de Francisco y los recientes procesos sinodales, especialmente el abierto en Alemania, en la Iglesia se han evidenciado formas muy diferentes no sólo de entender la pastoral (el modo de aplicar la doctrina) sino la doctrina misma, e incluso se han levantado voces –también de obispos y cardenales– que sugieren cambios dogmáticos radicales, algunos de ellos irreconciliables con la fe católica.

Es el caso de las visiones sobre el acceso a la comunión, la indisolubilidad del matrimonio, la transexualidad, la homosexualidad, la simonía, la independencia de la Iglesia frente a los poderes políticos, o el sacerdocio femenino. Así las cosas, ¿estamos hoy a las puertas de un cisma, o de uno de esos momentos de grave ruptura en la Iglesia?

Disparidad también entre los cardenales

Esa es la pregunta que se hacen estos días los cardenales que participan en las congregaciones generales previas al cónclave. Y ese es el argumento que esgrimen quienes apuestan por un cónclave largo, ante la disparidad de criterios en el colegio cardenalicio y la consiguiente dificultad de encontrar un quorum de dos tercios para elegir al nuevo Papa.

«La división interna en la Iglesia, tanto a nivel jerárquico como a pie de calle entre los católicos, no existía cuando fue el cónclave de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI», afirmaba ayer para El Debate la especialista Paloma Girona.

Un Papa de unidad, no de consenso

Para evitar tan dramático escenario, muchos cardenales apuntan estos días la necesidad de encontrar, no sólo un candidato de consenso, sino sobre todo un Papa capaz de restaurar la unidad de la Iglesia.

Un perfil que podría apuntar a varias nombres: el iraquí Louis Sako; el purpurado suizo Kurt Koch, el patriarca de Jerusalén Pierbattista Pizzabala, el secretario de Estado Pietro Parolin, o incluso el cardenal de Marsella Jean Marc-Aveline, aunque en este caso sea, de entre todos, el más escorado hacia posiciones heterodoxas.

Sin embargo, cada vez son más las voces que apuntan a un hombre por encima de los 133 cardenales electores: el carmelita sueco Anders Arborelius.

Un converso de intensa vida espiritual

A sus 75 años, Arborelius es el primer purpurado de origen sueco, un país de mayoría luterana. Criado, como casi todos los jóvenes de su generación, en una familia protestante, su contacto con las religiosas de la Orden de Santa Brígida le picó la curiosidad por conocer el catolicismo, al que terminó por convertirse años después.

Su fervor de converso le hizo abrazar la radicalidad de la vida religiosa e ingresó en la Orden del Carmelo Descalzo que fundaron santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. Su vida de oración y sus dotes de gobierno pastoral hicieron que en 1998 otro apasionado de la mística carmelitana, el Papa Juan Pablo II, se fijase en él para nombrarlo obispo de Estocolmo –el único obispo de Suecia y el primero de esa nacionalidad desde el cisma protestante–.

Conocedor de la economía vaticana

Desde entonces, su figura ha ido agrandándose en prestigio interno a ojos de los sucesores de los apóstoles. De 2005 a 2015, ya con Benedicto XVI, fue presidente de la Conferencia Episcopal de Escandinavia, y vicepresidente en 2015.

Además, ha sido designado por los dos últimos Papas como miembro del Pontificio Consejo para la Familia y de varios dicasterios, entre ellos el Consejo de Economía (que ha centrado buena parte de la conversaciones en las congregaciones generales), el dicasterio del Clero, el los Obispos, el de las Iglesias Orientales... y, sobre todo, el de la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

En Suecia se ha distinguido por buscar la colaboración entre las distintas facciones del cristianismo, pero promoviendo intensamente la enseñanza católica. También ha acogido a refugiados de Siria y Eritrea (la mayoría, cristianos perseguidos, muchos de ellos católicos) denunciando las leyes restrictivas del país, que los enviaban de vuelta a sus países, y ha recordado la necesidad de ayudas en los países de origen para no obligar a los más pobres a emigrar.

Caridad ante la pobreza espiritual

También ha llevado a cabo una notable actividad caritativa, a pesar de la escasa presencia social de los católicos, muchos de ellos llegados de otras latitudes. Y no sólo contra la pobreza material –escasa en un país como Suecia–, sino también «contra la pobreza espiritual, que es la más abundante y dolorosa; como la soledad o el abandono de los ancianos y los enfermos», según dijo en una entrevista concedida en 2018 a Rome Reports.

Como resultado de su liderazgo apostólico, el número de conversos al catolicismo en Suecia es creciente, a pesar de que el luteranismo cuenta con figuras en teoría mucho más amables o seductoras para la cultura europea, y respaldadas por el establishment político, como clérigos homosexuales u «obispas» que amparan el aborto.

Convencido de lo que predica

De trato amable pero no complaciente, el cardenal Arborelius tiene fama de hombre ponderado y sereno. Más que firme, es un pastor convencido de la enseñanza que proclama. Y por eso ha defendido con templada rotundidad la validez del Magisterio de la Iglesia frente a la «claudicación ante el espíritu del mundo», según definió al «camino sinodal» de Alemania.

También ha explicado sus razones para cerrar la puerta al diaconado femenino y a la bendición de parejas homosexuales; porque asegura que, en Europa, la prioridad de la Iglesia no deben ser este tipo de acciones, sino el anuncio del kerygma (la proclamación de lo fundamental cristiano).

Además, se ha mostrado especialmente sensible al sufrimiento de los cristianos perseguidos –curiosamente, la basílica de la que como cardenal es titular en Roma está dedicada a la memoria de los mártires–, en quienes ve la guía para el cristianismo del siglo XXI.

«El hombre que marque el camino»

A pesar de su amabilidad, no es un hombre locuaz y charlatán. Y no obstante, es probable que estos días esté hablando con muchos de los cardenales en sus lenguas de origen, pues él no sólo habla con fluidez el neerlandés, sino también español, inglés, italiano, francés y alemán.

Su trayectoria en favor de la unidad de las comunidades cristianas en torno a los aspectos esenciales de la fe, su claridad doctrinal y su insistencia en el atractivo de la vida espiritual puede ser lo que más valoren los sectores más ortodoxos del colegio cardenalicio.

Y aquellos cardenales que quisieran distanciarse más de esa línea, amparándose en una cierta proyección de la figura de Francisco, encontrarían en el difunto Papa una flecha que apunta, directamente, hacia Arborelius, a quien Francisco definió como «un hombre que es un modelo de guía. No le teme a nada. Habla con todos y no se opone a nadie. Siempre busca lo positivo. Creo que una persona como él puede indicar el camino correcto a seguir».

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