Fundado en 1910
Entrevista a Pedro García Cuartango

Pedro García Cuartango durante su visita a la sede de El DebateValentina Yusty

Entrevista al periodista y escritor

Pedro G. Cuartango: «Desde que dejé de ir a misa a los 17 años, no he dejado de pensar sobre Dios»

Su pluma lleva rodando sobre el papel desde hace más de 40 años, lo que le ha convertido en uno de los columnistas de referencia. Acaba de publicar El enigma de Dios

Dice que por sus venas no corre sangre, sino tinta. No en vano, Pedro García Cuartango (Miranda de Ebro, Burgos, 1955) lleva cuatro décadas dedicado al periodismo, rellenando cuartillas, tecleando artículos, garabateando papeles, volcando sus inquietudes sobre el folio en blanco. Ha pasado por Cinco Días, El Sol, Diario 16, El Mundo y ABC, entre otros muchos.

Ahora, a las puertas de su séptima década de vida, se ha decidido por algo más valiente, algo para lo que no todos están dispuestos: desnudar el alma.

En sus años de infancia en Miranda, Pedro era un fervoroso monaguillo «que iba a misa y rezaba el rosario todos los días». La fe era algo tan habitual como el respirar: La vivía en casa, la palpaba en el colegio parroquial, la percibía en las calles. Rayó, como seguramente muchos otros a lo largo de la vida espiritual, en el escrúpulo: «Durante los siete u ocho años que van desde la infancia al final de la adolescencia, rezaba compulsivamente y pedía a Dios que me ayudara a combatir el pecado. Sentía culpabilidad», reconoce en el último libro que acaba de publicar, El enigma de Dios (editorial Somos B).

La portada del nuevo libro de García Cuartango

La portada del nuevo libro de García Cuartango

Después... después llegó el Madrid de los años 70, y el universo del universitario de 17 años recién aterrizado en la capital se comenzó a desmoronar. «Me parecía que fuera de la Iglesia y del cristianismo no había nada, que me adentraba en un desierto sin meta, sin itinerario y sin fronteras», recuerda. Pese a ello, abandonó la fe, la fe que había vivido desde niño. «Desde aquel momento en que decidí dejar de ir a misa como acto de materialización de mi escepticismo, no he dejado de pensar sobre Dios», reconoce.

— Leyendo su libro, me he quedado con la duda de si, en su infancia, le llegaron a presentar al Dios Amor. Da la impresión de que no fue así...

— ¡No, no, no, no! No estoy de acuerdo. No. Yo he sido una persona que, como sabes, nací en una familia católica. Mi padre era el líder de Acción Católica en Miranda. Mi madre tenía dos hermanas monjas. Yo estuve en una escuela parroquial. Yo tuve una intensa fe. Primero, nací en una familia, digamos, feliz, estructurada. Yo fui una persona con una intensa fe, pero no era una fe coercitiva, no era una fe impuesta; era una fe asumida libremente. La fe no me pesaba.

Yo iba, por supuesto, a misa, y rezaba, y era un fervoroso cristiano, hasta el punto de que yo tenía muy claro, cuando tenía 10 u 11 años, que sería misionero. Por lo tanto, no, para mí la religión no fue una imposición, algo coercitivo, algo que era el cumplimiento de una serie de normas formales. Al revés: para mí, Dios era Amor, era una motivación positiva. Yo tenía una firme creencia en Dios, y la religión tenía un papel fundamental en mi vida. Y creo que se nota en mis artículos: nunca he tenido una visión negativa del catolicismo y de la fe.

Pedro García Cuartango

«Para mí la religión no fue una imposición», señala Pedro García CuartangoValentina Yusty

Hay personas de su generación que tienen una visión completamente opuesta y, quizás, con parte —o gran parte— de razón. En cualquier caso, ¿cuál fue el punto de inflexión que hizo que ese adolescente abandonara su fe de la infancia?

— Bueno, mi llegada a Madrid... Mira tú, sitúate en la España de Franco. En el año 72, yo había vivido en Miranda y luego Burgos en un ambiente familiar muy protector, con una educación muy convencional y conservadora. Por supuesto, una forma de vivir católica. Cuando llego a Madrid, llego al colegio San Juan Evangelista, a la universitaria, y es un shock.

El célebre Johnny...

— Así es. Me encuentro una España muy distinta, ¿no? Es decir, era el colegio más avanzado, más progresista. No había horarios de entradas, de salidas; había chicas viviendo en el colegio, conviviendo con sus novios. O sea, a mí se me abrió un mundo. Como me matriculé en Filosofía, pues empiezo a leer a Sartre, a Camus, etcétera. Y ese shock me produjo, digamos, una crisis de fe.

Albert Camus, en su casa en una imagen de 1947

Albert Camus en su casa, en una imagen de 1947Gtres Online

— Dice en su libro que dejar su fe fue como una liberación...

— Bueno, sí, es cierto. O sea, hay una parte de, digamos, de remordimiento, que me doy cuenta de que estoy renunciando a algo importante que ha sido hasta ese momento mi seña de identidad. Es algo que yo llevo mal y que me crea mala conciencia. Pero también hay un sentimiento de liberación en la medida en que todas las restricciones de la fe, de las normas, de la religión, me libero de ellas. Por ejemplo, las relaciones con las mujeres. Todo eso me abre nuevos horizontes y me libera de la idea de pecado que yo tenía. Y, en ese aspecto, fue algo positivo, algo liberador. Pero no lo entiendas como soltar un lastre, porque tampoco fue así.

De hecho, en su libro afirma algo muy impactante: «Desde aquel momento en que decidí dejar de ir a misa como acto de materialización de mi escepticismo, no he dejado de pensar sobre Dios»...

— Bueno, es que es cierto. Es que el libro es la prueba. Me han preguntado que cuándo se empezó a escribir el libro. Pues no sé; a los diez años o así. Porque llevo 60 escribiéndolo. Claro. Sí, sí. La inquietud... la inquietud sobre el sentido de la existencia. Sobre si esta vida no se acaba aquí. Sobre la existencia de Dios. Sí. Es decir, ¿qué sentido tiene la vida? ¿Qué papel jugamos en este mundo? Esas preguntas me las he hecho siempre. Creo que se las hace todo ser humano. Y han estado siempre presentes en mi vida. Y que uno deje de practicar la fe católica o de ir a misa y de cumplir con una serie de ritos no significa que desaparezca la inquietud. La inquietud sigue hoy como hace 60 años.

Miranda de Ebro en los años 50

Miranda de Ebro en los años 50

— No estoy seguro de que a todo el mundo le interesen especialmente esos temas. La acedia espiritual parece estar muy presente en nuestra era...

— Sí, es un debate que yo tengo con muchos amigos y con mi entorno, donde muchos son ateos. Yo digo que la fe es una opción personal. El creyente está seguro y el ateo también está seguro. Yo me muevo en un terreno de la incertidumbre, que es el agnosticismo. Pero, en cualquier caso, la fe es algo personal. Y sí que combato categóricamente la idea de los ateos que dicen que la fe es irracional. ¡No! La fe es tan racional como la no-fe. O sea, la fe es una apuesta personal. Es tan racional creer como no creer. O sea, hay tantos motivos para creer en Dios como para no creer. Desde mi punto de vista...

— Usted dice que la fe es una opción personal. Los cristianos decimos, más bien, que es un don, un regalo...

— Sí, un don gratuito según la doctrina católica. Bueno, eso es un misterio para mí. Esto lo he discutido con teólogos y con sacerdotes. Claro, lo que yo te puedo argumentar es muy obvio. Te puedo decir: Bueno, tú que eres creyente, ¿por qué Dios a ti te ha favorecido con ese don y a mí no? O sea, ¿cuál es el criterio divino para favorecer a unas personas y a otras no? Sí, la fe es un don. Pero entonces yo creo que la cuestión es más compleja. También es verdad, como me han dicho algunas personas católicas, que la fe también se busca, la tiene que buscar cada persona en el interior. No puedes rechazarla. Pero yo sinceramente te digo que la he buscado... la he buscado y no la he encontrado...

Unamuno y C. S. Lewis

— Leyendo su libro, me han venido a la mente muchos célebres personajes de la historia que han buscado incansablemente la fe, como Miguel de Unamuno. «Agranda la puerta, padre, porque no puedo pasar; la hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad; vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar»...

— Sí, bueno, Unamuno fue una persona siempre atormentada por la duda. Y decía algo que a mí me ha hecho pensar mucho. Él decía que era más importante un dolor de muelas que la existencia de Dios. Es una metáfora que es verdad incluso para los creyentes. Decía que a veces el sufrimiento, lo que nos pasa a nosotros, nos pone en primer plano nuestro dolor, nuestra angustia, y eso, en cierta forma, opaca las grandes preguntas sobre el sentido de la vida, de la existencia. El dolor a veces es tan insufrible que nos obliga a polarizarnos sobre nuestro propio dolor, sobre qué nos pasa, y dejar en segundo plano todo lo demás.

Miguel de Unamuno

Miguel de Unamuno

— ¿Cómo se explica usted ahora, por ejemplo, el origen de todo lo creado? Es otro de los temas que aborda en su libro.

— No lo sé. Vamos a ver; tú sabes que ahora, a partir de este libro de los dos autores franceses y científicos [se refiere a 'Dios. La ciencia. Las pruebas', de Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies] hay una corriente en el pensamiento que sostiene que los últimos avances de la física cuántica y de la astronomía abonan la idea de un Dios creador. O sea, que el big bang no pudo surgir de la nada. La materia tuvo que surgir de un Dios creador.

Yo creo que tan convincente es esa hipótesis como la hipótesis que me dio Stephen Hawking cuando le pregunté en una ocasión que cuál es el origen de la materia. Una leve oscilación de la nada, me dijo, cosa que yo no entiendo. Pero Hawking no recurre a la idea de Dios para explicar la creación del mundo, sino que dice que es un proceso físico, algo relacionado con la estructura de la materia.

En cambio, hay otras muchas personas que piensan que, evidentemente, lo que vemos en el universo tuvo que surgir de algo, y ese algo es Dios. Es decir, que las cosas no surgen sin más. La materia tuvo que ser creada por Dios, y la ciencia permite perfectamente sostener esa hipótesis.

La portada del libro de Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies

La portada del libro de Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies

— La teoría del big bang, formulada como sabe por un científico y sacerdote católico, Georges Lemaître, pese a que muchos se empeñan en insistir en la incompatibilidad entre ciencia y fe, entre ellos, Albert Einstein, a quien le parecía que era una teoría demasiado próxima al creacionismo y solo la admitió al final, y a regañadientes...

— Pero es la que acepta la comunidad científica actualmente, claro. A lo mejor, dentro de décadas se descubre un nuevo conocimiento sobre la materia o la energía oscura que revoluciona el concepto del universo. Pero bueno, hoy los físicos aceptan la hipótesis del big bang como la más plausible. Y, efectivamente, eso plantea el problema del origen.

Georges Lemaitre

El sacerdote y científico Georges Lemaitre

— Quería volver por un momento a su infancia católica, por tratar de comprender mejor lo que vivió. Decía C. S. Lewis que el problema de los cristianos es que hablamos mucho del cristianismo, pero poco de Cristo. ¿Fue esa su experiencia?

— Hay razones históricas y sociológicas. Piensa que la educación católica en época del franquismo fue también una imposición, y a veces era una imposición autoritaria y muy agobiante para la gente. No había que esforzarse en descubrir el sentido de la fe e ir más lejos, y se formaba una estructura puramente normativa de la Iglesia.

El escritor C.S. Lewis

El escritor C.S. Lewis

Insisto en que yo sí que tuve una vivencia personal de la fe. Para mí, la fe no eran solamente los diez mandamientos; no eran solo el cielo y el infierno. Yo tenía una idea de la fe mucho más positiva y mucho más vinculada al amor de Dios. Además, en la adolescencia, cuando empecé a leer, me marcó mucho la figura de Teilhard de Chardin en su libro El fenómeno humano. A mí me subyugó su concepción de que el universo confluye hacia Dios, hacia el punto Omega; que todo evoluciona hacia Dios. Me pareció intuitivamente que sintonizaba mucho con el cristianismo y con la idea que yo tenía de Dios.

García Morente y lo extraordinario

— Otro autor que me ha venido a la mente leyendo su libro: Manuel García Morente y su Hecho extraordinario; ese encuentro súbito y radical con Dios. Quién sabe; quizás, algún día...

— Bueno, yo estoy abierto. O sea, yo no tengo ninguna conclusión definitiva. Es decir, yo creo que la vida es un camino en el que sabemos de dónde venimos, pero no sabemos a dónde vamos. En la vida existe el azar, existen los cambios, existen experiencias que te iluminan. Por lo tanto, yo no lo sé. Yo tengo una actitud abierta. Estoy abierto a lo extraordinario, y no puedo decir más.

Todo lo que escribo en el libro, y lo que estamos hablando, lo digo desde la duda y desde la incertidumbre. Pero no intento —y lo he dicho muchas veces— convencer a nadie de nada. Yo no intento persuadir en el libro; no llego a ninguna conclusión. Aporto elementos de reflexión, de referencias históricas, pero no es un libro de un militante. Yo no pretendo convencer a nadie y por eso también el libro no ha molestado ningún católico.

Manuel García Morente, en una imagen fechada en 1941

Manuel García Morente, en una imagen fechada en 1941EFE

— A mí, de hecho, le diré que me ha gustado y me han aportado sus reflexiones.

— Claro, porque, además, hay un valor en la religión. Lo he dicho en más de una entrevista: asumo los valores del humanismo cristiano. Hasta ahora no he encontrado nada mejor.

Personalmente, aunque yo sea creyente, valoro mucho conocer historias de autenticidad y honradez en la búsqueda. Porque, no lo olvidemos, en esa búsqueda estamos todos. Las certezas no nos acompañan en este mundo. Como decía Blaise Pascal, «hay suficiente luz para el que quiere ver, y suficiente oscuridad para el que no»...

— Sí, por eso yo creo que lo importante es que seamos coherentes y sinceros con nosotros mismos. Y eso es algo que se aplica a todo el mundo: que la gente que realmente tenga fe, que la practique y que sea coherente con sus ideas, y la gente que no la tenga, que sea respetuosa. Esa arrogancia del ateo de considerar la fe como una superstición me parece absolutamente banal...

— ... o la del cristiano que cae en un cierto desprecio hacia el que tiene dudas o no cree...

— Pues también, claro; si es que al final estamos todos los seres humanos unidos por una serie de vínculos: que nacemos, que morimos, que tenemos padres, hermanos que amamos, que sufrimos decepciones, contratiempos en la vida. O sea, que al final, la experiencia es común para todos, aunque seamos distintos. No hay ninguna razón para tener la superioridad moral de decir: yo soy mejor que tú. Esto de la pretendida superioridad moral de la izquierda, me parece una fatuidad, es absurdo. Nadie es superior moralmente a otro.

Retrato del autor Blaise Pascal

Blaise PascalWikipedia

— ¿Se ve escribiendo una segunda parte de este libro, uno que se titulara como esa célebre obra de André Frossard, Dios existe, Yo me lo encontré?

— Bueno, pues esa es también la experiencia de Pascal. Pascal cuenta que, una noche, en la capilla de Port Royal, se acercó a rezar y, durante unos minutos, sintió allí la presencia de Dios. Dice que eso le marcó toda su vida y su fe; que sintió realmente la presencia de Dios.

Evidentemente yo no he tenido esa experiencia, pero insisto en que, tal vez, puede que sí, puede que no, Yo no lo sé, no lo sé. Pero, por supuesto, si eso me sucediera, estaría encantado en aportar mi experiencia, porque creo que no se trata de algo solamente íntimo y personal. Creo que sí tendría interés contar la experiencia, porque podría ayudar a otras personas.

— Que así sea...

comentarios
tracking