Lo que el Jubileo de la Juventud nos ha dejado
En estos días, me he preguntado muchas veces qué deja el Jubileo de la Juventud a España, a nuestras familias, a nuestros jóvenes. Y la respuesta, al menos para mí, es clara: deja una semilla luminosa en medio de un tiempo sombrío. Una señal clara de que no todo está perdido
El saludo del Papa a los jóvenes en su recorrido desde el papamóvil
Este Jubileo no lo viví en Roma. No caminé las calles abarrotadas, no recé en las plazas ni canté himnos en comunión con miles de almas jóvenes. Pero viví cada instante desde mi casa, con el corazón encogido de orgullo y esperanza, porque mis hijas estaban allí. Y en ellas, sentí que algo de mí también estaba presente.
En estos días, me he preguntado muchas veces qué deja el Jubileo de la Juventud a España, a nuestras familias, a nuestros jóvenes. Y la respuesta, al menos para mí, es clara: deja una semilla luminosa en medio de un tiempo sombrío. Una señal clara de que no todo está perdido. Que todavía hay una juventud que no se arrodilla ante los ídolos del ego, la pantalla o el ruido.
Desde la distancia, vi las imágenes y escuché los testimonios. Jóvenes españoles —de todas las regiones— reunidos en Roma, no para protestar ni exigir, sino para rezar, cantar, compartir, creer. Sin odio, sin rabia, sin victimismo. Y puedo decir que pocas veces en mi vida me he sentido tan orgulloso, tan reconfortado como padre y como español.
No necesitaron consignas vacías ni gestos provocadores. No se dejaron arrastrar por las modas ni por las rebeldías prefabricadas. Iban a buscar lo esencial. Y al verlas volver, cansadas pero radiantes, comprendí que algo grande había ocurrido en lo invisible: habían experimentado que la vida tiene un sentido más alto, que el amor de Dios no es una teoría, y que hay una comunidad, una Iglesia viva, que camina con ellas.
He pensado también en un pequeño detalle que me ha parecido revelador. Muchas de esas chicas y chicos, como mis hijas, conservan aún su cuerpo como lo recibieron, sin necesidad de adornarlo, reinterpretarlo o tatuarlo para afirmar una identidad. En un mundo que invita a modificar hasta la piel como si fuera un escaparate, ellos optan por la autenticidad. No porque sean mejores, sino porque tal vez intuyen que no hay que reinventarse para valer, sino descubrirse como don.
Tampoco hace falta ser creyente para entender que lo vivido en Roma fue un acto de resistencia cultural y espiritual. En un Occidente que ha perdido el norte, estos jóvenes lo han buscado mirando al cielo. En una sociedad que impone deseos inmediatos, ellos han escogido la esperanza. Frente al narcisismo, la comunidad. Frente a la nada, el Misterio.
Y sin embargo, lo sabemos: el Jubileo pasará. Vendrán de nuevo los lunes grises, los libros, las obligaciones, las dudas. Pero lo vivido allí no se borra. Queda sembrado. Y aunque el mundo no cambie de inmediato, ellos ya no son los mismos. Y nosotros, sus padres, tampoco.
Desde casa, contemplando las imágenes y escuchando sus voces, comprendí que la verdadera revolución hoy es creer. Que en medio de la banalidad general, una juventud así —limpia, esperanzada— es una bendición para España.
Gracias por haber ido donde otros no van. Por haber buscado lo alto en un tiempo que vive agachado. Por haber mostrado que sí, otra juventud es posible.
es diputado nacional de Vox