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11 de mayo de 2024

CARTAS DE LA RIBIERAArmando Zerolo

El matrimonio es un milagro

Con la certeza de que todo sigue sucediendo cada vez que en un rincón del universo alguien dice «sí», yo puedo volver dispuesto a arremeter contra más molinos

Actualizada 10:07

Toda vida tiene una distancia. Cada viaje su medida. Tocar el límite y vuelta. 1.247 kilómetros para volver a casa. A Ulises le costó veinte años. Salir de casa estirando la vida como la piel de una madre embarazada hasta el parto.
1.247 kilómetros es lo que mide mi casa de un extremo al otro. Todos tenemos una medida. Siempre hay un centímetro de más que no nos corresponde, un lugar que ya no es el nuestro, tierra de nadie, alambre de espino.
Hay que salir de viaje en busca del punto donde uno encuentra el retorno. La puerta de casa está en la periferia del mapa. No hay que cruzarla, solo hay que abrirla para encontrar el camino de vuelta.
1.247 kilómetros para ver el «sí» que inicia una aventura. Es la medida de mi vida. Recorrer lo que haga falta, atravesar La Mancha, pasar Despeñaperros, dejar a un lado el Mediterráneo y al otro el Atlántico, abandonar el ocre de Castilla la Vieja, mancharse con la arcilla manchega, respirar los óleos de Jaén, y dejar atrás los pueblos que inventaron la soledad.
Hacer 1.247 kilómetros con un destino claro. Luchar contra molinos, enterrar el anillo, ignorar a las sirenas, para vencer la nada. Solo un pequeño «sí» cambiará el mundo. Solo su «sí, quiero» es mi «para siempre». El sí es lo único que vence al no.
Cada uno debe conocer a qué distancia de su camino se encuentra el «sí» que busca. Mientras tanto debe andar, y andar, y andar, como el río amarillo, como el corazón de las tinieblas o la dama de África. Todos tenemos una Acheron a la que perseguir, una razón para volver, una medida que recorrer.
Cuando unos amigos se dicen «sí», están marcando el límite de la existencia, el final de la aventura. Hasta ahí hay que llegar. Hay que verlo. Si el sol se pusiese más allá del mar, tendríamos que cruzar el horizonte para verlo. No se podría vivir hasta haber llegado allí donde se acaba el mundo.
Si ellos dicen «sí» a pesar de todo, si ellos se dicen «sí» el uno al otro, yo tengo que verlo. Si ellos dicen «sí» a una vida nueva en un mundo mil y una veces maldecido, si no cantan un baby blues con la voz de Marianne Faithfull, si se ríen del diablo invocando a san Chiquito de la Calzada, y se sacuden el polvo de los zapatos ahí donde un pinsapo señala el kilómetro cero de la vida, yo recorro 1.247 kilómetros para ser testigo de un nuevo inicio.
Un «sí» lo vence todo, el matrimonio es un milagro, y con la certeza de que todo sigue sucediendo cada vez que en un rincón del universo alguien dice «sí», yo puedo volver dispuesto a arremeter contra más molinos.
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