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29 de abril de 2024

Tumba de Francesc Canals el Santet de Poblenou. Foto - Cementiris de Barcelona

Tumba de Francesc Canals, el 'Santet de Poblenou'.Cementiris de Barcelona S.A.

¿Qué «santos» fueron rechazados por la Iglesia Católica?

Un breve recorrido por algunos personajes folklóricos que reciben el título de «santos» por un motivo u otro, pero cuyo culto no está reconocido por la Iglesia

Cuenta el dominico Estebán de Borbón que san Guinefort vivía en un castillo de los Alpes franceses, en el siglo XIII. Su señor le dejó al cuidado de su hijo recién nacido, pero al volver el niño no estaba, y Guinefort estaba cubierto de sangre. Inmediatamente, el caballero le mató; pero después se percató de que su hijo estaba vivo, junto a una serpiente muerta: Guinefort no había matado al niño, sino al reptil que amenazaba su vida.
Profundamente arrepentido, el noble construyó una tumba ricamente decorada, y el lugar se convirtió en un lugar al que acudían los fieles de la región para pedir que el difunto Guinefort intercediese por ellos. Le consideraban un mártir y un santo, y esta devoción popular no sería rara si no fuese por un detalle: Guinefort no era un paje, sino un galgo que el caballero tenía como mascota. De ahí, claro, que la Iglesia Católica prohibiese su culto y buscase anular las prácticas piadosas en torno al can, como apunta el historiador Michael R. Lynn.

Tenía la capacidad de curar imponiendo las manos o de ver el futuro

San Guinefort, el galgo «mártir», no es el único personaje folklórico que ha recibido el tratamiento de «santo» y cuyo culto ha sido rechazado o ignorado por las autoridades católicas. Otro caso, más cercano en el tiempo y cuyo culto sigue vivo hoy, es el del Santet -el «santito», en catalán- de Poblenou: el joven barcelonés Francesc Canals i Ambrós, de quien decían que tenía la capacidad de curar imponiendo las manos o de ver el futuro.
Cuenta la tradición popular, de hecho, que el chico vió en un sueño premonitorio el incendio de los almacenes El Siglo, donde trabajaba: años después de que Canals muriera, efectivamente, un violento fuego destruyó aquel comercio. Canals murió en 1899, con 22 años, y aún hoy su tumba sigue recibiendo visitantes que depositan flores, exvotos y peticiones. Se trata, pues, de una suerte de «canonización popular», al margen de la Iglesia.

«Santos» en México

La fusión entre las tradiciones y leyendas precolombinas y la tradición católica da lugar a que en los países hispanoamericanos haya un gran número de estos «santos» folklóricos. En Guatemala y en el estado mexicano de Chiapas, por ejemplo, existe el culto a San Pascualito Rey, un esqueleto con capa y corona que fusiona la veneración real al franciscano san Pascual Bailón con los dioses de la muerte prehispánicos.
Otras figuras similares, no reconocidas por la Iglesia Católica, son San La Muerte -otro esqueleto con guadaña, cuyo culto se extiende de Paraguay a Brasil- o la Santa Muerte venerada en Mexico hasta tal punto que el Papa Francisco tuvo que intervenir. En su viaje a México en 2016, lamentó la situación de «tantos que seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte».
Una procesión a la Santa Muerte en Ciudad de México.

Una procesión a la Santa Muerte en Ciudad de México.

Otros personajes mexicanos que reciben erróneamente el título de «santos» tienen orígenes menos mitológicos, aunque sus biografías se confunden con su leyenda: es el caso del «Santo de los Narcos», el legendario salteador de caminos Jesús Malverde; el bandolero argentino Bazán Frías, o la curandera mexicana Teresa Urrea.

Los libelos de sangre

Una categoría que merece un epígrafe propio al abordar esta cuestión son los llamados libelos de sangre, o calumnias de sangre: durante la Edad Media son varios los casos en los que se acusó falsamente a ciudadanos judíos de asesinar y martirizar a niños cristianos, usando su sangre en rituales secretos. Un caso paradigmático es el de Simón de Trento, que fue beatificado en el siglo XVI.
Estatua de Simón de Trento.

Estatua de Simón de Trento.

La historia de Simón habla de cómo, el día de la Pascua judía de 1475, se encontró en la ciudad de Trento el cadáver de un bebé de dos años. El obispo mandó encarcelar y torturar a varios judíos, hasta que confesaron haber crucificado boca abajo al niño, usando su sangre para preparar sus panes de Pascua. Fueron declarados culpables y se les quemó vivos en la plaza de la ciudad italiana.
Siglos más tarde, durante el Concilio Vaticano II de 1965, el papa Pablo VI ordenó reexaminar el caso. Se dictaminó que las confesiones de los judíos no eran aceptables, por estar conseguidas bajo tortura, y un decreto papal prohibió el culto a Simón. Otros casos de libelos de sangre siguen el mismo patrón: es el caso, por ejemplo, de Guillermo de Norwich o el español Dominguito del Val.
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