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27 de abril de 2024

Silveria González

Silveria GonzálezLupe Belmonte

Cuarenta años en las escuelas capilla de Málaga: «Si volviera a nacer, volvería a ser maestra»

Silveria González, una de las entonces jóvenes profesoras de las más de 200 escuelas capilla fundadas por Ángel Herrera Oria en Málaga, ofrece su testimonio

A Silveria González le brillan los ojos cuando recuerda el campo. Durante 40 años, fue maestra en la red de escuelas capilla que impulsó el cardenal Ángel Herrera Oria cuando llegó a Málaga como obispo: el prelado aterrizó en 1947 en la provincia con mayor índice de analfabetismo, y a partir de 1955 puso en marcha un plan de choque para dar respuesta a la situación. Creó 250 centros rurales que eran a la vez colegios y capillas.
Las cifras del proyecto abruman: en un reciente reportaje en El Debate, Francisco Javier Carrillo y Francisco García estiman que solo en los primeros 16 años las escuelas rurales malagueñas escolarizaron a unos 30.000 niños y 10.000 adultos. La experiencia de González, no obstante, no se explica con estadísticas ni grandes números, sino con recuerdos y anécdotas, como aquella vez en que su supervisora le llamó a su despacho.
«A ver, Silveria, ¿y tú que tiempo tienes al día para descansar?», recuerda que le dijo, y le respondió: «Mire usted, pues 20 minutos que voy a casa y mi madre me tiene hecha la comida; como rápido y vuelvo a la escuela». Cuando la supervisora le dijo que así no iba a llegar a vieja, González le contestó que, si tanto le preocupaba su descanso, pusiera otra profesora para repartir las clases a niños y adultos. Ante la negativa, la maestra respondió tajante: «Pues no hay más que hablar», y volvió a seguir dando clase.
Silveria González, en el curso de verano de la ACdP

Silveria González, en el curso de verano de la ACdPLupe Belmonte

«Por falta de dinero no será»

Silveria González ofreció su testimonio durante el curso de verano de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) celebrado en Santander, en el que se recordaba el legado de Herrera Oria. Allí relató cómo, con apenas 17 años estuvo un año sustituyendo a una profesora en un pueblo de Málaga. Con lo que ahorró allí, pudo empezar sus estudios, hasta que se le terminó el dinero.
Fue por aquel entonces cuando conoció a Herrera Oria: recuerda que él le dijo «Si ella sirve para estudiar y para maestra, por falta de dinero no será». «Me puso la beca –celebra González–, y yo siempre he sentido que tenía que ser de las mejores maestras, porque Dios ha querido que yo lo sea», y recuerda cómo comenzó a trabajar en las escuelas. «En la capilla –relata la docente– estaba el sagrario, y teníamos la puerta entreabierta, que daba al campo; pasaban los campesinos y se descubrían la cabeza, y no sabían rezar, pero rezaban a su manera, daban gracias por estar vivos, por la cosecha…».
Las profesoras no solo se encargaban de la formación de los pequeños: González recuerda los porrazos en su puerta por la noche, abrir y ver a una madre llamándola para que atendiese a su hijo, que había caído de un caballo medio borracho. Y recuerda poner inyecciones –«estuve tres años aprendiendo con las monjitas del hospital»–, y leer a las muchachas del pueblo las cartas que recibían de sus novios que hacían la mili, y prestarles las palabras adecuadas para escribir una respuesta.
Silveria González

Silveria GonzálezLupe Belmonte

El polvo del camino

González recuerda con cariño la preocupación del cardenal Herrera Oria por el bienestar de las maestras, por su salud física y espiritual. «Teníamos 21 o 22 años, y nos puso provisión médica –como un seguro médico–, y abrió la Casa de la Maestra en el centro de Málaga, para que pudiéramos quitarnos el polvo del camino cuando íbamos a la ciudad a hacer cursos o retiros», señala.
Da gracias también «a los señores obispos que han ido pasando por Málaga, que llegaban a la diócesis y se encontraban la papeleta de 200 y pico escuelas pidiendo cosas, y todos ellos han apoyado a la escuela del campo». Hoy está jubilada, pero de facto sigue comprometida con el proyecto malagueño de Herrera Oria. ¿Y si volviera a nacer? Lo tiene claro: «Volvería a ser maestra».
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