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25 de abril de 2024

Patxi Bronchalo

La punta de lanza de la ideología de género

Quitar a Dios del horizonte no es liberar a la persona, sino reducirla

Actualizada 10:43

Vamos a hablar de la ideología de género, la cual se ha convertido en la punta de lanza en la lucha contra la visión natural del hombre, de la mujer y del mundo que defiende prácticamente sola la Iglesia Católica. Como el más listo no es el que más sabe sino el que sabe quiénes son los más sabios, me voy a servir para definir la ideología de género de unas palabras del Papa Benedicto XVI en 2012 a la curia romana en las que lo explica de manera magistral: «Hoy se presenta bajo el lema 'gender' una nueva filosofía de la sexualidad. Según esta filosofía, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente. (…) El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que esta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear».
Para comprender las ideas actuales que nos han traído a la negación por parte de muchos, incluidos gobernantes, de que nuestro cuerpo nos dice quienes somos, tenemos que remontarnos hacia atrás en la historia y ver como desde el comienzo de la Ilustración y la llegada de la Modernidad, en el siglo XVIII, están sembradas las semillas que hoy hacen que florezca la ideología de género.
Un primer ejemplo sería el pensamiento de René Descartes, francés, el cual va a suponer una gran revolución en la historia de las ideas. Este autor cimienta toda su filosofía en la premisa de que solo podemos estar seguros de la propia existencia: «Yo pienso, luego existo». Es decir, es desde el «yo» desde donde se parte para comprenderlo todo, ya no es la realidad que está fuera y Dios mismo quienes nos iluminan y nos permiten empezar a pensar y tratar de comprender.
En segundo lugar tenemos el pensamiento de David Hume, escocés, que va a fundamentar la felicidad de las personas en los datos de la propia experiencia, rechazando que podamos hablar de lo que no vemos, de Dios. Hume defenderá que solo podemos dar como verdadero aquello que sentimos y de lo que tenemos experiencia. Va a identificar el bien con aquello que da placer y el mal con aquello que produce dolor.
El tercer y último pensamiento que quiero traer es el de Friedrich Nietzsche, alemán, famoso por declarar la muerte de Dios y el auge del superhombre que ahora lo puede todo. Le cito literalmente: «Este mundo es voluntad de poder, y nada más, y también vosotros mismos sois esta voluntad de poder, y nada más». Esta concepción del mundo y de la persona tienen consecuencias directas en el ámbito moral: los valores concretos de la sociedad son todos relativos, dependiendo de lo que quieran las personas. Esta idea está detrás de aquellos que dicen que la verdad se decide por consenso.
La ideología de género bebe de estos tres autores. Tiene presente la idea de Descartes de fundamentar toda la verdad desde el «yo» personal. Sigue a Hume al absolutizar la experiencia sentimental como fuente de esa verdad. La ideología de género tiene un axioma desde el que justifica todo, mezcla de los dos autores anteriores: «Yo siento, luego existo». A esto se le añade el pensamiento de Nietzsche de que el hombre todo lo puede ahora que Dios ha muerto: «Yo siento, luego existo y tengo voluntad para hacer lo que quiera». Desde que se quitó a Dios del pensamiento y se renunció a razonar sobre Él, la pendiente ha sido cada vez más resbaladiza hacia la deshumanización.
La Iglesia nunca va a dejar de hablar frente a la ideología de género y las leyes que emanan de este pensamiento. Lo que está en juego, y por eso debemos trabajar y rezar, es la defensa de la familia y el valor precioso que cada persona tiene a los ojos de Dios, que es desde quien nos sabemos y sentimos amados y quien nos hace podernos reconciliar con nuestra historia, abrazar nuestros sufrimientos, comprender nuestra cruz y mirar al futuro con la esperanza de la salvación y la vida eterna que Cristo ha venido a traernos. Quitar a Dios del horizonte no es liberar a la persona sino reducirla, al contrario, desde Dios podemos vivir en plenitud nuestra humanidad.
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