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28 de marzo de 2024

Animal de AzoteaJosé María Contreras Espuny

Ni a la feria ni a la playa, sino a la enfermería

El año que viene, está decidido, piso albero desde el miércoles, con los niños y pasándolo mal, que es lo que toca

Actualizada 16:35

Tan mal nos fue en la última feria de Osuna que en esta habíamos decidido quitarnos de en medio. El año pasado solo fuimos con los niños el jueves, un rato, pero fue escarmiento de sobra. Llegamos para comer, tarde y acalorados. Quizás por eso, los niños, en lugar de beberse la fantita y la coca-colita con todos los ceros habidos y por haber, se las tiraron por encima. Luego se banderillearon con los pinchitos de pollo y buscaron bajo las mesas cabezas de gambas para echarlas a pelear. Más exasperados que saciados dimos por concluido el almuerzo. Entonces bajamos a los cacharritos. Matilde asegura que aquello fue Guatepeor. Yo no lo recuerdo. Mi mente lo ha sepultado en algún lugar inaccesible para que pueda seguir con la vida, levantarme cada mañana.
Así, decidimos desertar este año y poner rumbo a la playa. Ahora sé que nos equivocamos porque, desde que alquilé un piso en Fuengirola para dos noches sin posibilidad de cancelación, parece que nos hubiera mirado un tuerto. Las penalidades empezaron con Maldonado. Aunque durante la primavera no ha llovido ni para fastidiar, aunque la tierra está más seca que la babucha de un beduino, la web de Maldonado empezó a dar agua justo para los días de la reserva. Y si estar en la Costa del Sol con buen tiempo no tiene mucho sentido, con mal tiempo es directamente una estupidez. «No pasa nada –decía Matilde, divertida por la casualidad–, algo inventaremos». La pobre no sabía lo que le esperaba.
La siguiente señal fue este sábado, el último antes de feria. Manuel irrumpió en mi despacho de buena mañana, dijo «hola, papá» y vomitó. Aunque lo limpiamos al punto y a conciencia, la mancha no se va del todo. Lo cual me lleva a pensar en lo corrosivo de los ácidos que nos bullen por dentro, incluso en alguien tan pequeño y canijo como Mangüelillo, y también en las ventajas de vivir de alquiler. Después, a eso de las cinco de la madrugada, Matilde se levantó en forma de ene por culpa del dolor. Cólico nefrítico. Estuvo diez horas en el hospital, baldada y fatigada en una silla de ruedas, mientras le metían litros y litros de Nolotil en el torrente sanguíneo.
De vuelta a casa, y a pesar de que llevaba un colocón de tramadol como un castillo, al darle un beso a nuestra hija Matilde, su homónima, la notó caliente. «No, mujer –le dije–, eso es porque vas drogada hasta las cejas». Cosa que era cierta, y más aún en su caso por no estar habituada a los paraísos artificiales. «Tráeme el termómetro», me dijo, y ahí temí lo peor. Para que un niño tenga fiebre hace falta, en efecto, que tenga fiebre, pero es imprescindible además ponerle el termómetro. A diferencia de mi mujer, soy partidario de no comprobar nada, hacerse el desentendido y, al día siguiente, arrojar al niño de turno a la puerta de la guardería sin parar el coche, como hacen en Estados Unidos con los periódicos. Pero no hubo manera. El termómetro fue desenfundado. 38,6.
Al final, ni playa ni feria: enfermería. Pero he aprendido la lección. Cada cual tiene que estar donde le corresponde. Y ni durante la feria, nuestra mayor fiesta pagana, ni durante la Semana Santa, la mayor religiosa, un ursaonense debe estar en ningún sitio que no sea su pueblo. Vete a la playa el Día de Andalucía, el del Trabajador o el puente de la Constitución, que ya ves tú; pero no en feria. Esta semana de mayo tu pueblo celebra que la vida sigue y tú tienes que celebrar con él, y no seas como los guiris o como esos adinerados horteras que tienen una patria laborable y otra festiva para, a la postre, no ser de ningún sitio. Así que el año que viene, está decidido, piso albero desde el miércoles, con los niños y pasándolo mal, que es lo que toca.
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