Fundado en 1910

01 de mayo de 2024

Javier Aranguren

Javier ArangurenJosema Visiers

El Efecto Avestruz

Javier Aranguren, filósofo: «El ser humano es asombroso, un animal con un principio espiritual»

El profesor de la UFV y autor de ¿Qué es un ser humano? aborda una cuestión clave de la filosofía en el último capítulo de El Efecto Avestruz

¿Qué es un ser humano?, se pregunta el doctor en Filosofía Javier Aranguren en el título de su último libro, editado por Rialp. El también profesor de Antropología en la Universidad Francisco de Vitoria (UFV) se enfrenta a una de las preguntas claves, a la que algunos responden diciendo que somos una especie animal más y otros, un «yo» interior que se sirve de un cuerpo, a modo de vehículo. Aranguren, que obtuvo un accésit en el I Premio CEU Ediciones de Ensayo, aborda estas perspectivas en el nuevo capítulo de El Efecto Avestruz, el programa de entrevistas de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP).
–Profesor, ¿qué es un ser humano?
–Hay varias respuestas en boga, en lo que un amigo mío llama «filosofía de gasolinera». Una es ese lugar común de que somos un animal más, una respuesta que quizá corresponde especialmente a científicos cientificistas: esto es, convencidos de que el único saber válido es la ciencia. Dicen que somos un fruto casual de una evolución ciega y azarosa.
–¿Un paso evolutivo más, sin una diferencia especial?
–Para esta línea de pensamiento, arrogarse unos derechos inalienables o una profunda condición moral no sería más que un ejemplo de especismo. Para ellos, somos un animal entre animales pero con un autoconcepto exagerado, ¡casi un complejo de bilbaínos! Un animal, además, caracterizado por nuestra profunda maldad y afán de poseer. En el fondo —piensan— somos como cualquier otra especie que vemos en los documentales de La 2.
–Pero esta no es la única respuesta a la pregunta inicial…
–No. Hay otra explicación muy popular, que identifica al ser humano como una especie de «yo» interior. Un punto inmaterial que, no se sabe muy bien cómo, ha caído en un cuerpo respecto del cual ha de ser completamente independiente, libre. Desde este punto de vista, el ser humano sería completamente ajeno al mundo animal, sería un ser sin naturaleza, plenamente cultural. En esta línea se mueven todas las filosofías constructivistas: quizá la más conocida hoy sea la teoría de género, que entiende el cuerpo como una heteronomía, como algo impuesto desde fuera.
–Tenemos dos extremos, pura animalidad o pura cultura, pero usted ¿cómo responde a la cuestión?
–Mi propuesta se adscribe a lo que en su día ya propuso Aristóteles. ¿Qué es el ser humano? Algo asombroso: ¡un animal con un principio espiritual! Un cuerpo vivo que piensa y que ama. Y que, en este sentido, es una especie de síntesis de toda la realidad que hay en el universo, un microcosmos. Compartimos con la animalidad nuestro cuerpo, nuestra sensibilidad, y con la espiritualidad nuestra capacidad de pensar, decidir, querer y querer querer. Tenemos una posición novedosa respecto al resto de seres de nuestro entorno.
Javier Aranguren, durante su entrevista

Javier Aranguren, durante su entrevistaJosema Visiers

–¿Cuál?
–Que somos capaces de ver el mundo desde fuera. Estando en el tiempo, salimos del tiempo, y por eso somos testigos de su paso, de la muerte, de la limitación, de nuestra vulnerabilidad y de la existencia. Helmuth Plessner decía que el ser humano es un ser excéntrico, porque somos capaces de no ser el centro de nuestro mundo y verlo desde fuera, al contrario que los animales. Por eso, también, podemos denunciar las injusticias o arrepentirnos de algo malo que hayamos hecho.
–Hay quien dice que la identidad se encuentra en el cerebro, en circuitos de redes neuronales…
–Sí, pero cualquier científico medianamente serio distingue entre analizar cómo funcionan los sistemas neurales y responder a la pregunta sobre qué es el pensamiento. Hay una gran dimensión de la realidad humana que no encontraremos exclusivamente en esas sinapsis. Te pongo un ejemplo: tú puedes querer saber qué es el David de Miguel Ángel, y tras analizarlo descubrir que está compuesto por pirita, antracita y no sequé más, y quedarte ahí… ¡Vaya análisis más limitado! Deja fuera lo más significativo. De la misma manera, cuando hablamos del ser humano es muy interesante estudiar la composición del sistema nervioso, las áreas de Brodmann en la corteza cerebral, etc. pero esa es una explicación muy parcial y limitada, que tendría que reconocer sus propias limitaciones.
–¿Se puede responder la pregunta sobre el ser humano sin tener en cuenta la tensión espiritual?
–Es verdad que el pensamiento de un teólogo y el de un filósofo son distintos, pero la experiencia universal, que encuentras en casi cualquier autor, es que los seres humanos tenemos un anhelo espectacular. Algunos lo ligan a la nostalgia, como Platón, y otros hacia el futuro, como cuando Aristóteles habla del deseo universal de felicidad y de vida lograda. O Pascal, que habla de cómo los hombres estamos en una constante insatisfacción, yendo de deseo en deseo, porque nuestra auténtica capacidad de felicidad nunca se cumple. Es muy bueno, creo, que los seres humanos estemos insatisfechos, porque así nos abocamos al crecimiento continuo.
–Se confiesa usted católico, ¿cómo se conjuga esta unión de cuerpo y espíritu en el pensamiento cristiano?
–Cuando el cristianismo habla de la felicidad, la pone en un horizonte más allá de la historia, en el cielo… que no es el mundo de los espíritus, sino de cuerpos resucitados. Eso me parece llamativo: el cristianismo entiende perfectamente que el ser humano no es solo un alma, sino ese cuerpo vivo, capaz de amar y de conocer. A mí me gusta considerar que el cielo nuevo y la tierra nueva de los que habla el cristianismo son un gran diálogo, una conversación con los seres queridos, y con el ser especialmente querido, que es Dios. Un ambiente de intimidad donde la conversación no termina nunca.
–¿Una fiesta infinita?
–No, infinita no: eterna, porque lo infinito acaba aburriendo, pero la eternidad es la eterna posesión de un instante. Un «fin sin fin», como decía san Agustín. La realización última de la felicidad del hombre no es una meta finita, porque ésta se posee y se acaba. En cambio, en la amistad no queremos poseer al amigo, sino ser con él: esta es una experiencia muchísimo más interpelante, bonita y humana que tener una casa, un coche o un caballo. La amistad solo es posible con quien te mira a los ojos: nuestros amigos, nuestros amados y —de modo especialmente significativo— las Personas Divinas, que nos han creado a cada uno con un nombre propio. En el cielo va a haber una intimidad tan grande que solo nos entrarán ganas de reír.
Comentarios
tracking