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01 de mayo de 2024

De izquierda a derecha, Clara Campoamor, Madeleine Delbrêl, santa Mónica y Francisca Cabrini

De izquierda a derecha, Clara Campoamor, Madeleine Delbrêl, santa Mónica y Francisca Cabrini

La madre, la monja, la mística y la política: mujeres que cambiaron el mundo incluso desde su habitación

El Instituto CEU de la Familia centró el V Ciclo ‘El genio femenino que cambia el mundo’ en santa Mónica, santa Francisca Javier Cabrini, Clara Campoamor y Madeleine Delbrêl

Una madre cristiana en África, una monja misionera que recorrió medio mundo, una defensora ardiente de los derechos de la mujer y una mística y poetisa enfrentada al marxismo. Estos son los cuatro perfiles que el Instituto CEU de la Familia propuso este año en el V Ciclo El genio femenino que cambia el mundo, celebrado esta semana en Madrid.
En el acto, que ya se ha convertido en una tradición en la Universidad CEU San Pablo, coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer, varios profesores loan el legado de mujeres que han pasado a la historia y transformado el entorno a su alrededor. En esta ocasión, el evento –pensado al hilo de la celebración del Día Internacional de la Mujer– abarcó un amplio marco temporal, desde el siglo IV hasta los años 60 del siglo pasado. Estas fueron sus protagonistas:
Santa Mónica de Hipona

Santa Mónica de Hipona

Santa Mónica, modelo de madre y esposa

Mónica nació en Tagaste, en el norte de África, en torno al año 331. Desde joven presentaba un gusto especial por la vida espiritual y la fe cristiana, y es venerada como santa por la Iglesia debido a la virtud que demostró en su vida, especialmente en la relación con su marido, Patricio, y con su hijo Agustín, también santo.
Respecto a lo primero, los padres de Mónica la casaron con un hombre de mal carácter, mujeriego y pagano. Soportó sus engaños y su carácter con paciencia, rezando y ofreciendo sacrificios por él. Al final de su vida, sus esfuerzos dieron fruto: Patricio decidió bautizarse. Su hijo Agustín también la llevó por el camino de la amargura, ya que era –como él mismo explicaría después en sus Confesiones– vago, indisciplinado y amante de los placeres más mundanos.
En su búsqueda espiritual, Agustín abandonó la fe de su madre y abrazó la herejía maniquea; otra herida en el costado de su madre. Como hiciera con su marido, Mónica no desesperó, y siguió rezando por el joven, animada por las palabras de san Ambrosio, obispo de Milán: «No puede perderse el hijo de tantas lágrimas». Tras 17 años de resistencia, también Agustín se convirtió al catolicismo: hoy es considerado uno de los teólogos más importantes de la historia, y doctor de la Iglesia.
La madre Cabrini

La madre Cabrini

La madre Cabrini, patrona de los inmigrantes

Patrona de los inmigrantes, santa Francisca Javier Cabrini vivió entre el 1850 y el 1917. A pesar de ser una mujer de complexión débil, esta italiana tuvo desde pequeña el deseo ardiente de ser misionera, como su modelo, san Francisco Javier, de quien tomó el nombre. Con 27 años tomó los votos religiosos y se ocupó de un orfanato en Codogno, pero su corazón se iba hacia China, a donde soñaba con viajar.
Fundó el Instituto de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús con este objetivo en mente, pero tanto su obispo como el Papa León XIII le piden que se dirija a América. Obediente, la madre Cabrini y sus hermanas llegan a Nueva York en marzo de 1889, donde se ocupan sobre todo de atender a los inmigrantes italianos, que vivían en aquel momento en condiciones deplorables.
De Nueva York se expandieron por todo EE.UU., Hispanoamérica e incluso Europa: en España, la madre Cabrini fundó dos colegios. En 1909 obtuvo la nacionalidad estadounidense: es, por tanto, la primera persona canonizada allí. Su impulso misionero se nutría, según aseguraba, de una profunda vida interior: «Dirige mi barquita donde Tú quieras –rezaba–; no me asusto de nada si eres Tú el que la diriges».
Clara Campoamor.

Clara Campoamor

Clara Campoamor, líder sufragista

Clara Campoamor es uno de los nombres fundamentales en la historia de la lucha por los derechos de las mujeres en España. Nacida en 1888, trabajó desde muy joven como costurera, dependiente y funcionaria de Telégrafos, y fue la segunda mujer en ingresar en el Colegio de Abogados. Hoy es especialmente reconocida por su liderazgo en el impulso del sufragio femenino, que se incluyó en la Constitución de 1931 y fue ejercido por primera vez en España en las elecciones de 1933.
«Solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras», escribía en 1935. Republicana convencida, dio el salto a la política en el partido de Alejandro Lerroux, pero fue traicionada por sus propios compañeros.
Ejerció brevemente como Directora General de Beneficencia y Asistencia Social, pero abandonó la política poco después, desengañada. Al estallar la Guerra Civil, se exilió a París. En España la esperaba una condena de cárcel por masonería, así que no volvió: marchó a Suiza, donde murió en 1972.
Madeleine Delbrél

Madeleine Delbrél

Madeleine Delbrél

«¿Quién era esta mujer que escribía divinamente, que trabajaba codo a codo con sus compañeros comunistas en el ayuntamiento de Ivry como asistente social, que era amiga y consejera de los curas obreros, y a la que algunos obispos pidieron su opinión en los trabajos preparatorios del Concilio Vaticano II?», se preguntaba la religiosa corazonista Mariola López Villanueva en Pastoral SJ. La mujer a la que se refiere es Madeleine Delbrêl: mística, poetisa y ensayista, cuyo proceso de canonización está abierto en estos momentos.
Delbrel vivió entre 1904 y 1964, llevó una vida a contracorriente. Nacida en el seno de una familia indiferente a la religión, se convirtió con 20 años y tuvo que enfrentarse al ateísmo marxista dominante en aquel momento, sin dejar de trabajar activamente en el barrio obrero de Ivry-sur-Seine, en París. «Si vas al fin del mundo –escribía–, encontrarás la huella de Dios; si vas al fondo de ti mismo, encontrarás a Dios».
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