Esta vez no es un tópico: hemos vivido una jornada histórica
Así fue una de las jornadas más asombrosas y emocionantes vividas en Roma en los últimos años

Así ha sido el momento de la inhumación del féretro de Francisco
Minutos antes de las 19:00 se pone en esta estación el sol en Roma, justo por detrás de la Basílica de San Pedro del Vaticano.
Se trata de una particularidad de la Basílica vaticana, también lo es de Santa María la Mayor. Ambas Basílicas Pontificias están orientadas con el atrio mirando al este y el ábside al oeste cuando, habitualmente, los templos católicos (no todos) se suelen orientar con la entrada orientada al oeste y el ábside al este, como símbolo de la resurrección de Cristo.
El Papa Francisco descansa ya en la Basílica de Santa María Mayor, en una tumba con una lápida de mármol de Liguria (la tierra de sus abuelos) y una única palabra escrita en ella, su nombre: Franciscus.
La jornada de ayer, del funeral del Papa Francisco y su posterior entierro en la Basílica de Santa María la Mayor, puede resultar tópico definirla de histórica. Y, sin embargo, lo fue.
Desde 1958 no había un cortejo fúnebre papal en Roma. Y, entonces, fue por una particularidad no buscada, y es que Pío XII falleció en la residencia pontificia de Castelgandolfo (en los montes Albanos) y hubo que trasladar su cuerpo hasta el Vaticano.
Ayer el cortejo fúnebre fue fruto de la voluntad del Papa Francisco: quería ser enterrado en Santa María la Mayor, junto a su venerado icono mariano de la Salus Populi Romani (la protectora del pueblo romano).
Roma estaba (está) completamente tomada por peregrinos y fieles llegados de todos los rincones del mundo.
El Jubileo y la canonización de Carlo Acutis (eventos cancelados por el fallecimiento del Papa) contribuyeron a la afluencia masiva. Pero sería faltar a la verdad decir que ese fue el único motivo del multitudinario adiós al Papa.

Miles de fieles esperan en la Plaza de San Pedro el comienzo del funeral
Más de 250.000 personas pasaron por la capilla ardiente en los tres días que estuvo abierta junto al baldaquino de la Basílica de San Pedro.
El funeral del Papa fue todo un reto logístico y organizativo para autoridades vaticanas e italianas. Más de 50 jefes de Estado (entre ellos los reyes de España, el presidente de Estados Unidos, el presidente de Francia, el de Ucrania…).
La delegación de Donald Trump —quien circuló con un vehículo blindado pero sin cristales tintados para que el pueblo de Roma le viera bien— cruzó como una exhalación el Corso Vittorio Emmanuele en dirección al Vaticano. Antes lo habían hecho las delegaciones de Francia, Alemania, Reino Unido y poco después lo haría la de Brasil.
En los entornos del Vaticano, una expectación mediática como no se recordaba en mucho tiempo, quizás desde el fallecimiento de San Juan Pablo II. Dentro de la Basílica, Trump se reunía con Zelenski. ¿Dará pie el funeral de Francisco al «milagro» geopolítico del entendimiento de estos dos líderes?
Fuera, esperaba la multitud. Drones, helicópteros, lanchas neumáticas peinando el Tíber… La seguridad era espectacular. El centro del mundo era Roma, el Vaticano.
Y, sin embargo, poco después, una vez finalizara el funeral, la atención se trasladaría a otro lugar, a Santa María la Mayor.
El recorrido entre un punto es de cerca de seis kilómetros, una hora andando. En la plaza, frente a la basílica mariana, miles de personas seguían el funeral por las pantallas y esperaban la llegada del cortejo.
La vía Merulana estaba completamente despejada, por allí pasaría el cortejo fúnebre. Tras la Misa sonaron las campanas de las dos basílicas y los fieles rompieron en un aplauso. Poco menos de una hora tardó en recorrer el cortejo fúnebre la distancia entre ambas Basílicas Pontificias.

Momento en el cortejo fúnebre con los restos del Papa Francisco pasa junto al Coliseo,
Antes, el papamóvil que trasladaba el ataúd pasó por lugares tan emblemáticos como los Foros Imperiales, el Coliseo o la catedral de San Juan de Letrán.
Llegaba el ataúd. Silencio. Campanas. Gran despliegue policial. No hay autoridades no civiles ni religiosas. Solo el ataúd del Papa Francisco. Pocos minutos después, todo terminaba.
El féretro pontificio era introducido en la Basílica de Santa María la Mayor. Si ver una puesta de sol en la plaza de San Pedro del Vaticano, esa plaza diseñada por Bernini con su espectacular columnata a lo largo de dos óvalos perfectos cuyo centro es ese monumento a los mártires presidido por el obelisco egipcio que un día lució en el Circo de Nerón donde se martirizó a San Pedro en una cruz puesta del revés, impresiona aún más pensar todo lo que ha significado el fallecimiento del Papa Francisco, su funeral y su inusual entierro.
Se suele destacar del Papa argentino su sencillez y humildad. Rasgos que, además, se suelen contraponer —por parte de gente poco informada o directamente malintencionada— a sus predecesores, como si San Juan Pablo II y Benedicto XVI no se hubieran caracterizado por una enorme humildad y una admirable sencillez.
Por eso, sería más acertado destacar de Francisco la enorme lógica y la verdadera sinceridad de sus decisiones, puedan ser acertadas o no.
De ahí la explicación, que muchos no comprende, de su insistencia en enterrarse en Santa María la Mayor. El Papa Francisco, con los aciertos y errores de su Pontificado, fue un Papa de una enorme fe, fe en Cristo y confianza en su Madre la Virgen.
Hay un detalle que no se han destacado lo suficiente estos días y que explican prácticamente todo el Pontificado de Francisco, un Pontificado sostenido en la fe absoluta de que la barca de Pedro es el Espíritu Santo quien la guía y es la Virgen quien la protege.
Se trata de la costumbre de Francisco de encomendarse al icono mariano de la Salus Populi Romani antes y después de cada viaje apostólico al extranjero.
El Papa Francisco era el Papa venido casi del fin del mundo. El Papa que no se cansaba de pedir que rezaran por él. Un Papa atípico, pero el Papa adecuado para el tiempo en que se desarrolló su pontificado. Santa María la Mayor era el lugar por él elegido para reposar. Junto a su venerada Salus Populi Romani. En una tumba cerrada con una piedra extraída de la tierra de sus antepasados.