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El papa León XIV en la Plaza de San Pedro del Vaticano

El papa León XIV en la Plaza de San Pedro del VaticanoEFE

El Papa pide acoger a los inmigrantes y no recibirlos con indiferencia o con el estigma de la discriminación

El Santo Padre pidió acoger a los migrantes como hermanos con motivo del Jubileo del Mundo Misionero y de los Migrantes

El Papa León XIV pidió este domingo desde el Vaticano una acogida cristiana para los inmigrantes que llegan a las costas europeas huyendo de violencia, pobreza y discriminación en sus países de origen.

Durante la Misa celebrada en la Plaza de San Pedro con motivo del Jubileo del Mundo Misionero y de los Migrantes, el Papa León XIV quiso subrayar el drama humano de la inmigración, que suscita en el cristiano un impulso misionero «a llevar a todos la alegría y el consuelo del Evangelio, especialmente a aquellos que viven una historia difícil y herida».

En ese sentido, llevó su pensamiento de forma particular «a los hermanos migrantes, que han tenido que abandonar su tierra, con frecuencia dejando atrás a sus seres queridos, atravesando las noches del miedo y de la soledad, viviendo en su propia piel la discriminación y la violencia».

El Papa León XIV pidió una acogida cristiana a los migrantes, y lo dijo con palabras directas a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro: «Hermanos y hermanas, esas barcas que esperan avistar un puerto seguro al que llegar, y aquellos ojos cargados de angustias y de esperanzas que buscan una tierra firme en el que posarse, no pueden y no deben encontrar la frialdad de la indiferencia o el estigma de la discriminación».

Recordó el Santo Padre que toda la Iglesia es misionera y que acudir a las periferias del mundo, aquellos lugares «marcados en ocasiones por la guerra, la injusticia y el sufrimiento» es un mandato del Espíritu para «continuar la obra de Cristo» en dichas periferias.

A continuación, explicó el verdadero significado de la misión que, durante mucho tiempo, «se ha asociado con el marchar y acudir a tierras lejanas que no han conocido el Evangelio o que se encontraban en una situación de pobreza».

«Hoy las fronteras de la misión no son ya aquellas fronteras geográficas porque ahora es la pobreza, el sufrimiento y el deseo de una esperanza más grande la que acude a nosotros».

Y esa realidad «la testimonia la historia de tantos de nuestros hermanos migrantes, el drama de su huida de la violencia, el sufrimiento que los acompaña, el miedo a no conseguirlo, el riesgo de los peligros que deben atravesar a lo largo de las costas y del mar, el grito de dolor y de desesperación».

«No se trata de partir, sino de permanecer para anunciar a Cristo por medio de la acogida, de la compasión y de la solidaridad».

En definitiva, «quedarse para mirar a la cara a los que llegan de tierras lejanas y martirizadas, quedarse para abrirles lo brazos y los corazones, acogerlos como hermanos, ser para ellos una presencia de consuelo y esperanza».

¿Por qué Dios no interviene ante las injusticias?

Citó entonces el Papa esa reflexión que muchos se hacen tras ser testigo de esos «escenarios oscuros», como «un grito que tantas veces en la historia se ha elevado a Dios: «¿Por qué, Señor, no intervienes? ¿Por qué parece ausente?». «Este grito de dolor es una forma de oración que empapa toda la Escritura», aseguró.

El mismo Papa Benedicto XVI, subrayó, lanzó ese grito durante su histórica visita al campo de concentración de Auschwitz.

La respuesta a este grito desesperado, explicó el Pontífice, aparece en la misma Biblia en una revelación al profeta Abacuc, cuando «el Señor, a su lado, le anuncia que todo esto tendrá un fin, una caducidad, porque la salvación llegará y no tardará».

«Por lo tanto, hay una vida, una nueva posibilidad de vida y de salvación que proviene de la fe, porque esa fe no solo nos ayuda a resistir el mal perseverando en el bien, sino que transforma nuestra existencia hasta el punto de convertirla en un instrumento de la salvación que Dios quiere obrar en el mundo».

Es una salvación, puntualizó el papa, «que se hace realidad cuando nos comprometemos en primera persona y nos preocupamos, con la compasión del Evangelio, por el sufrimiento del prójimo, es una salvación que se abre camino. De forma silenciosa y aparentemente ineficaz, en gestos y en palabras diarias, que se convierten, precisamente, como esa pequeña semilla de la que habla Jesús. Es una salvación que crece lentamente cuando nos hacemos ‘siervos inútiles’, es decir, cuando nos ponemos al servicio del Evangelio y de los hermanos sin perseguir nuestros intereses, sino llevando únicamente el amor del Señor al mundo».

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