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Abecedario filosóficoGregorio Luri

De Bacon a bayoneta

Hay que reconocer que ir a estudiar filosofía a la patria del idealismo y volver con Krause, no demuestra una gran perspicacia intelectual

Actualizada 04:30

Bacon, Francis

Sir Francis Bacon (1561-1626) es celebrado casi unánimemente como el iniciador del enfoque experimental en las ciencias, pero no es menos digno de celebración como ejemplo de los muchos hombres que caben dentro de cada hombre.

Un gélido día de 1626 vio nevar. Ustedes pueden pensar que esto nada tiene de filosófico, pero tengan en cuenta la que armó Newton viendo caer una manzana y Arquímedes metiéndose en su bañera.

Tenemos pues a Bacon viendo nevar y sintiendo mucho frío. Y, de repente, tuvo una idea: ¿Se podría usar la nieve para conservar la carne? De la pregunta pasó al experimento. Compró un pollo, lo mató y lo rellenó de nieve.

Resultado: el pollo no se congeló, pero Sir Francis cogió un resfriado que se convirtió en neumonía y murió poco después.

Poseía una mente privilegiada que le permitía destacar en lo bueno y en lo malo. Llegó a ser lord canciller de Inglaterra, algo así como primer ministro, pero fue acusado de corrupción. Acorralado, se declaró culpable. Suplicó clemencia y confesó que era un hombre «impresentable». Sus enemigos se mostraron de acuerdo: era una persona de inteligencia, sabiduría y maldad superiores. Él reconocía que había sido incapaz de practicar las virtudes que predicaba, pero alegaba que «los hombres cometen indignidades para alcanzar la dignidad de un puesto».

Se casó con una mujer treinta y un años más joven que se quejaba continuamente de que la tenía abandonada. Le fue infiel y, finalmente, lo abandonó.

Sir Francis Bacon, creador del método experimental, murió dejando una deuda de unos tres millones de las actuales libras.

Bakunin

«Quel homme! Quel homme! Es un tesoro el primer día de la revolución, pero al día siguiente habría que fusilarlo». Así pensaba Marc Caussidière, que fue revolucionario, exiliado… y policía.

Balmes

«¡Qué distinta hubiera sido nuestra suerte –se quejaba Menéndez Pelayo– si el primer explorador intelectual de Alemania, el primer viajero filósofo que nos trajo noticias directas de las universidades del Rin, hubiese sido Balmes y no don Julián Sanz del Río.» Hay que reconocer que ir a estudiar filosofía a la patria del idealismo y volver con Krause, no demuestra una gran perspicacia intelectual.

Banalidad del mal

En 1963, después de publicar Eichmann en Jerusalén, donde acuñó la expresión banalidad del mal, Hannah Arendt dio varias conferencias en diferentes universidades norteamericanas. Fue bien recibida en todas… excepto en la de Chicago, donde se encontró con la firme oposición de Leo Strauss y Saul Bellow. En el El planeta de Mr. Sammler este último nos ofrece sus razones: «¿Qué mejor medio de anular la maldición que conlleva un asesinato que hacer que parezca ordinario, aburrido o trivial? Los mejores y más puros seres humanos, desde el principio de los tiempos, han aprendido que la vida es sagrada. Cuestionar esta vieja idea no es una banalidad. Hubo una conspiración contra el carácter sagrado de la vida. La banalidad es el disfraz que adopta una voluntad muy poderosa para anular la conciencia. ¿Es trivial ese proyecto? Únicamente si la vida humana es trivial. El enemigo de esta catedrática es la civilización moderna misma. Ella se limita a utilizar a los alemanes para atacar al siglo XX, para denunciarlo en los términos inventados por los alemanes.»

Baroja. Don Pío anuncia la muerte de Pan

Resumo –con perdón– el relato de Pío Baroja en El laberinto de las Sirenas.

En el reinado de Tiberio, encontrándose un navío, de noche, cerca de Paxis, no muy lejos de la desembocadura del río sagrado Aquelous, en un momento de calma, cuando los tripulantes y los viajeros del barco estaban dormidos, el capitán Thamus oyó una voz sonora, llegada de tierra, que pronunciaba su nombre.

– ¿Qué se me quiere? – preguntó.

– Anuncia –contestó la voz– esta noticia: «El Gran Pan ha muerto.»

Al llegar a su destino el capitán Thamus avanzó en la proa de su barco, y dirigiéndose a la costa envuelta en sombras, gritó:

– ¡El Gran Pan ha muerto!

No había acabado de decirlo cuando se estremeció la tierra y el mar y se oyeron de todas partes gritos, lamentos y gemidos.

¿Quién era ese Gran Pan cuya muerte se anunciaba? ¿Era sólo el dios de los pastores y de los rebaños? ¿Era el Dios del Universo, el Gran Todo, la Sustancia única de los estoicos o solamente un silvano? Nadie lo sabía; pero el mundo tembló cuando el capitán anunció de nuevo la noticia:

– ¡El Gran Pan ha muerto!

Sí; se acabó la alegría de la vida antigua, fuerte e inconsciente; se acabó la confianza en la naturaleza y en los instintos; se acabó la creencia en los mitos vitales; se acabó el correr coronado de hiedra por los bosques.

¡El Gran Pan ha muerto!

Ya la conciencia nos paralizará la voluntad, ya no nos inspiraran confianza nuestras inclinaciones, dudaremos de lo consciente y de lo inconsciente. Sospecharemos si estamos engañados en todo.

¡El Gran Pan ha muerto!

En vez de la alegría nos quedará el resentimiento; en vez de la realidad, la entelequia; en vez de los frutos de la vida, el dinero.

¡El Gran Pan ha muerto!

Capitán Thamus: tú no sabías todo lo terrible de tu grito, cuando desde la proa de tu barco anunciaste:

¡El Gran Pan ha muerto!

Baudrillard

«En el cénit de una orgía», asegura Baudrillard en Cool memories, «un hombre susurró al oído de una mujer: ¿Qué vas a hacer después de la orgía?»

Hoy, 30 años después, podemos preguntarnos: «¿Si Baudrillard estaba oteando el fin de la orgía, qué oteamos nosotros?»

Una primera respuesta la ofreció en el 2012 el Musée d'ethnographie de Neuchâtel con una exposición titulada «Qu’est-ce que vous faites après l’Apocalypse?»

Sospecho que ese cambio de la orgía al apocalipsis nos resume.

Barro

Estamos hechos de barro, pero de «barro del paraíso». Encontramos esta idea tanto en Bernardo de Claraval (Del amor de Dios) como en Guillaime de Saint-Thiery (Comentario al Cantar de los Cantares).

Bayoneta

Una bayoneta, decían los estudiantes pacifistas norteamericanos, es un arma con un obrero a cada lado.

Ciertamente es así, pero de aquí pueden deducirse dos conclusiones:

1. Que los obreros son internacionalistas y no deben enfrentarse entre sí .

2. Que el nacionalismo tiene mayor capacidad movilizadora que el internacionalismo. Esto es lo que descubrieron en la Guerra civil española dos brigadistas internacionales, Orwell y Willmoore Kendall.

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