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Alumnos realizan la SelectividadEuropa Press

Incertidumbre, quejas y opacidad: otro año de problemas con los exámenes de selectividad

Las reuniones informativas organizadas por las universidades públicas madrileñas terminan con pocas certezas sobre el futuro de la prueba

Hasta una huelga estudiantil fue necesaria el curso pasado para que los responsables de la prueba de acceso a la universidad (PAU) en la Comunidad de Madrid publicasen los nuevos modelos de examen. Con varios meses de retraso y con las clases muy avanzadas, profesores y alumnos se encontraron con importantes cambios que, como se ha visto, fueron solo el comienzo.

La selectividad se ha convertido en un doble quebradero de cabeza para la comunidad educativa en general. Por un lado, el examen ya es tenso de por sí por sus repercusiones en la vida académica de los alumnos; pero a ello se suman las quejas por la falta de igualdad en las pruebas por comunidades, los constantes cambios en la forma de evaluar los contenidos y en los retrasos a la hora de anunciar modificaciones que afectan al día a día en las aulas y a la forma de organizar el temario.

Cambios competenciales

El principal reto al que se enfrentan quienes están encargados de preparar la PAU es el de adecuar las pruebas a las exigencias de la actual ley de educación y su apuesta por la enseñanza competencial. Así, lo puramente teórico o memorístico debe perder fuerza para dejar paso a baremos que sean capaces de medir el «saber hacer» de los alumnos, sus habilidades para poner en práctica lo aprendido.

Esta nueva realidad provoca una revisión de todas las materias, pero son las Humanidades las que centran buena parte de los problemas de fondo. El caso de Historia de la Filosofía puede ser paradigmático.

Desde hace varios años sobrevuela en Madrid la sombra de un gran cambio en el modelo de examen que conlleve una adecuación de los contenidos y una apuesta por lo competencial. En este caso, se entiende que los alumnos no solo deben saber sobre las ideas de Platón, Descartes o Nietzsche, también tendrían que ser capaces de usar ese conocimiento y se considera la disertación filosófica como la herramienta más adecuada para medir esa capacidad.

Este curso 2025-2026 no será el del gran cambio, según se pudo saber hace apenas unos días tras las tardías reuniones para profesores en las universidades de la región. Pero sí lo será el siguiente, y para ello se seguirán las pautas establecidas por la Conferencia de Rectores y Rectoras de las Universidades Españolas. Sin embargo, solo se sabe eso y la concreción brilla por su ausencia.

Ante este panorama, los profesores de Filosofía han vuelto a mostrar su descontento. Por un lado, se critica el déficit de horas lectivas de la asignatura, tres, frente a Historia de España, que tiene cuatro y que tiene el mismo peso en la PAU. Además, un año más, se lamentan los cambios sobrevenidos a última hora, como la reincorporación al examen de selectividad de Ortega y Gasset, al que se sacó en la última convocatoria para dejar espacio a una autora: Hannah Arendt.

El modelo competencial tampoco acaba de convencer al profesorado y no son pocos los que han mostrado su desacuerdo en dichas reuniones informativas. El revuelo levantado en las primeras sesiones ha llevado a los encargados de elaborar estos exámenes a optar por la opacidad: en el encuentro con docentes organizado en la Universidad Autónoma de Madrid se anunció que había «directrices directas» de no hablar del examen futuro como sí se hizo en otras citas.

Tan confuso es el horizonte en la materia que hasta se apostó por repartir folios entre los profesores reunidos en la Complutense para pedirles que escribieran qué filósofos o filósofas incluirían en el próximo temario. Entre los asistentes ya hubo quien dudó de un sistema de consulta improvisado, poco organizado y que deja en manos de gustos y pareceres personales el valor de algunos pensadores a lo largo de la historia.