Detalle de un árbol de ailanto
El árbol del cielo: cómo una especie ornamental china amenaza la flora autóctona
Tanto sus hojas como su corteza liberan compuestos químicos que inhiben el crecimiento y la reproducción de otras plantas cercanas
La globalización ha transformado el mundo hasta hacerlo prácticamente interconectado en su totalidad. Hoy, mercancías, personas y materias primas circulan con una rapidez y una facilidad impensables hace apenas unas décadas. Este fenómeno ha impulsado el crecimiento económico y el intercambio cultural, pero también ha generado consecuencias negativas que a menudo pasan desapercibidas. Entre ellas, una de las más graves es el impacto sobre el medio ambiente y, en particular, la expansión de especies exóticas invasoras.
El transporte global ha facilitado que plantas, animales e incluso microorganismos crucen fronteras naturales que antes actuaban como barreras ecológicas. Cuando estas especies llegan a ecosistemas que no son los suyos, muchas veces carecen de depredadores naturales o competidores que limiten su crecimiento. El resultado puede ser devastador: desplazan a la flora y la fauna autóctonas, alteran el equilibrio ecológico y generan pérdidas ambientales difíciles –y costosas– de revertir.
En España, estas especies están recogidas en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras. En él figuran ejemplos muy diversos: mamíferos como el coipú o el mapache, peces como la perca americana o el pez escorpión, algas invasoras de origen asiático y plantas ornamentales que se han vuelto incontrolables, como la mimosa o la hierba de la pampa. Todas ellas comparten una característica: una gran capacidad de adaptación y expansión en entornos que no les son propios.
Dentro de este grupo destaca el ailanto (Ailanthus altissima), conocido popularmente como árbol del cielo. Originario de China, llegó a Europa a mediados del siglo XVIII y se popularizó rápidamente en jardines y espacios públicos del sur del continente gracias a su rápido crecimiento y su resistencia. Durante décadas fue valorado como una especie ornamental útil para zonas urbanas degradadas, pero con el tiempo se ha convertido en un serio problema ambiental.
Al igual que ha ocurrido en países como Estados Unidos o Australia, en España el ailanto se comporta como una especie altamente invasora. Su expansión supone una amenaza directa para las especies vegetales autóctonas, motivo por el cual su introducción en el medio natural está prohibida, así como su posesión, transporte, tráfico y comercio. Sin embargo, su erradicación resulta extremadamente compleja.
Una de las claves de su éxito invasor está en sus propiedades alelopáticas. Tanto las hojas como la corteza del ailanto liberan compuestos químicos que inhiben el crecimiento y la reproducción de otras plantas cercanas. De este modo, no solo compite por el espacio y los recursos, sino que modifica activamente el suelo para dificultar que otras especies prosperen. A ello se suma su extraordinaria resistencia: soporta sequías, temperaturas extremas, altos niveles de contaminación, insolación directa o sombra y se adapta a casi cualquier tipo de sustrato.
Según el Ministerio para la Transición Ecológica (Miteco), la principal vía de introducción del ailanto ha sido voluntaria, con fines ornamentales. Una vez plantado, se dispersa con facilidad gracias al viento, el agua, el tráfico rodado o incluso el movimiento de tierras y plantas. Esta capacidad de expansión explica su rápida colonización del territorio.
«Un monstruo que crece rápido»
Actualmente, el ailanto está presente en buena parte de España. Aunque es especialmente frecuente en Cataluña y la Comunidad Valenciana, se encuentra naturalizado en casi todas las zonas no demasiado frías de la Península. Suele crecer en cunetas, taludes, escombreras, áreas periurbanas, jardines abandonados y riberas degradadas, lugares donde otras especies tienen más dificultades para establecerse.
La Comunidad de Madrid lanzó hace años un aviso recordando que no está permitido tener ailanto en jardines particulares, dado que ya se ha detectado su presencia en la Sierra de Guadarrama. Miguel Higueras, jefe del Cuerpo de Agentes Forestales de la región, lo describía gráficamente como «un monstruo que crece más rápido y donde no lo hacen otras especies», subrayando su capacidad para degradar el suelo y liberar sustancias que perjudican al resto de la vegetación.
El caso del ailanto ilustra cómo una especie introducida con buenas intenciones puede convertirse en una amenaza ambiental de primer orden, y pone de relieve la necesidad de una mayor concienciación y control para proteger los ecosistemas autóctonos frente a los efectos menos visibles de la globalización.