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Eugenio Mallol

Innovar para hacer 'quién'

Los científicos perciben todavía que crear una empresa tecnológica es un tormentoso laberinto burocrático. ¿Patentar? Nuestras universidades nunca defenderán las patentes en tribunales

Desde hace casi 20 años, título la primera columna en el inicio de una colaboración editorial así: «Innovar para hacer qué». Pero si tres Premios Nacionales de Investigación, de áreas tan distintas como los biosensores, la óptica y la química, coinciden dirigir el foco hacia otro punto, quizás ha llegado el momento de replanteárselo. «Cada vez habrá menos gente dedicada a la ciencia en España».

El problema ha dado un giro. Ya no se trata de ver cómo atraemos y retenemos talento, sino de cómo lo generamos, lo cual es mucho más preocupante. Del reciente European Innovation Scoreboard 2025 que elabora la Comisión Europea ha pasado desapercibido un dato estrictamente demoledor: el número de graduados en doctorados en España se ha desplomado 23 puntos desde 2018.

Ya no se trata de ver cómo atraemos y retenemos talento, sino de cómo lo generamos, lo cual es mucho más preocupante

A los jóvenes miembros de la ‘generación confusa’ les interesa cada vez menos la ciencia. No les parece un trabajo inspirador, es duro, exige un enorme esfuerzo de diferenciación en un mundo abotargado de información, los resultados se ven muchas veces a largo plazo, muy pocos científicos son figuras populares, la mayoría no llegan a despuntar. Cuesta reconocer el valor de la ciencia, una tarea pendiente en España.

Está también ese punto de sometimiento a la realidad que tanto escuece a una sociedad habituada embadurnar las fricciones con el lubricante de la opinión. Para alcanzar un descubrimiento, un científico ha tenido que saborear muchas veces la frustración. Ese experimento que había planificado cuidadosa y concienzudamente resulta ser, en más del 90 % de las ocasiones, un rotundo fracaso. Lección de humildad. Las leyes de la naturaleza no sucumben, como las humanas, a la voluntad.

Para alcanzar un descubrimiento, un científico ha tenido que saborear muchas veces la frustración

Y es un trabajo definitivamente mal pagado. Como comentaba hace poco en un artículo, el científico chileno afincado en Toulouse César Hidalgo (¡qué ganas de leer su próximo libro, The infinite alphabet!), un profesor titular en la Universidad Complutense de Madrid, gana unos 35.000 euros al año. En la Universidad de Michigan, un profesor percibe de media unos 195.000 euros.

«Nadie de mi equipo es español ahora mismo», comenta uno de los Premios Nacionales de los que hablaba al principio. «He enviado este verano a todos a China», apunta otro. Xi Jinping está devorando todo el talento de los grandes hubs de conocimiento que expele la falta de visión de Donald Trump. Premios Nóbel de Harvard, Berkeley y el MIT incluidos. Lo hace a base de chequera. Los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí también, hace tiempo que no solo fichan futbolistas.

Nada de esto parece preocupar demasiado a nuestra clase política, ensimismada en el palimpsesto. A falta de titular que ejerza, en el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades manda de facto, desde hace tiempo, el voluntarioso y empático Juan Cruz, con Teresa Riesgo haciendo malabares para convencer al mundo de la empresa de que existe algo llamado política de innovación. El peso político del asunto es escaso.

Xi Jinping está devorando todo el talento de los grandes hubs de conocimiento que expele la falta de visión de Donald Trump

Soluciones cosméticas, pero grandes áreas de potencial innovación descuidadas. Estamos a falta de construir una parada de metro más para acceder en medio público a uno de los parques científico de primer nivel en nuestro país. Lleva décadas sin hacerse. Los científicos perciben todavía que crear una empresa tecnológica es un tormentoso laberinto burocrático. ¿Patentar? Nuestras universidades nunca defenderán las patentes en tribunales. Faltaría más.

«Vamos a frenar el progreso, la innovación, la inteligencia artificial», así se expresa uno de los científicos, «parece que vamos a llegar a Marte dentro de nada, pero ¿con quién vamos a llegar a Marte? ¿Quién va a hacer toda esta innovación?»

En este contexto, la generación de talento científico corre riesgo de griparse en nuestro país. Conocemos las causas desde hace mucho tiempo. La llegada de fondos europeos, lejos a cambiar el modelo, ha profundizado aún más sus imperfecciones. De modo que ahora nos llegan las consecuencias. Tener ciencia, innovación y tecnología propias permite colaborar con los líderes y ser menos dependientes. Es una cuestión estratégica.

Eugenio Mallol es periodista especializado en innovación tecnológica, autor, conferenciante y columnista. En la actualidad es director de estrategia y comunicación de Atlas Tecnológico, el primer ecosistema de la industria 4.0 en España, y coordinador y analista de la Cátedra Ciencia y Sociedad de la Fundación Rafael del Pino.

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