Amanecer y salir a por comida
Viene alerta, con las orejas rectas y el hocico inquieto. Gorda y lustrosa, larga de caja, fina de cuello, limpia como una patena. Tras de sí lo veo gallardo, un gabato macho asomando ya los pitones, más pequeño que su madre pero en pocos meses la superará

Lolo de Juan
Duerme la urbe, por lo tanto el monte está vivo. He abierto el ojo cuando faltan varias vueltas del minutero para que despunte el astro rey. Será el destino que me susurra al oído que teníamos una cita y nunca me gustó llegar tarde. Intento hacer poco ruido para no despertar a los demás; qué tontería estoy pensando, si la soledad es mi única compañía en esta madrugada de invierno.
Preparo la cafetera italiana con café portugués, apaño la chimenea y me pego una ducha rápida de agua hirviendo de inicio y helada para rematar. El frío espabila y tensa músculos. Me preparo para lo que acontece, apurando el café y echando mano a Talibán que desde ayer sabe que hoy íbamos a madrugar. Lo tuvo claro cuando por la tarde estuvimos revisando la siembra que este año va hermosa. Las aguas del otoño hicieron crecer el cereal. Los hielos de ahora detienen la superficie y expanden las raíces. Y pese a que la siembra está alambrada para protegerla del cervuno, ayer vimos una collera de hembras que tienen la querencia a meterse dentro por un saltadero y ya me tiene mi padre loco con que para un año que pinta bien la sementera, el cervuno le va a llevar a la ruina; los agricultores se quejan siempre, sea por bondades o desgracias, por lo malo del precio cuando hay cosecha abundante o que no ha llovido en su tiempo. Y si llueve mucho es un fastidio porque está la tierra hartita de agua y no pueden entrar los tractores a tirar el nitrato que se hunden. Y si no es lo anterior, pues hay que buscar la excusa de los bichos montunos, o de lo que sea.
Eché pie al estribo un rato antes del alba. La luna menguante me acompaña, quiero atalayar para observar la zona antes de que las reses se retiren a sus encames. Además, unido a lo anterior, está el congelador pidiendo llenar el buche porque hace días que apuramos dos jamones de corzo del Verano pasado y entre sobrinos, hermanos y parientes hemos diezmado de proteína la fresquera. Así que no hay más excusas y Talibán lo sabe. Al echarme a la montura notó el rifle a bandolera y sabía lo que toca. A por ello pues.
Antes de marchar los perrillos me gimieron. Hoy no les llevo porque se ponen locos cuando ven las reses pese a tenerlos bien educados. Hoy, además, tengo una cita con el destino y no quiero que me acompañe más que mi caballo.
Lolo de Juan junto a Talibán, su fiel compañero
Subo al alto de Garrapatones, a las peñas donde está escondida una Virgen de Guadalupe, además de un atadero para amarrar caballos y observar el entorno. Tengo a la Morenita mirando a saliente, como se coloca a las colmenas, para que se desperece con los primeros rayos de sol. Dejo el caballo y el rifle en su sitio, no me gusta ir armado delante de la Reina de las Españas, le dedico un rezo de agradecimiento y echo mano a los prismáticos para empezar a escudriñar el día. No tardé mucho en ver a la pareja que a boca llena despuntaban la siembra que hermosea con un verde eléctrico lo pardo del amanecer. Ella está gorda como una pelota, la cría ya no es tan cría. De hecho me mosquea porque a pesar de haber mucha distancia advierto que la hechura del animal es más propia de un macho. No me gusta cómo caza la perrina. Habrá que acercarse.
Descuelgo el rifle, meto bala y desde la montura cuadro al caballo mientras aprieto el gatillo
Meto pie en estribo, comprobé el aire y me dirijo al barranco donde tienen el saltadero. Doy un rodeo y amarro a Talibán en una madroña desde donde revoca un poco el relente y aireará a nuestro objetivo. Ligero y sin perder un minuto me aposto a poca distancia desde donde dominar el careo del cervuno y asegurarme de lo que vamos a hacer. No tardaron en aparecer inquietas, pendientes del olor de Talibán y sus arreos, pues aunque se conocen del campo, saben diferenciar cuando el olor del caballo trae consigo el del cuero engrasado y cuando el de la libertad de la carencia del jinete. Viene alerta, con las orejas rectas y el hocico inquieto. Gorda y lustrosa, larga de caja, fina de cuello, limpia como una patena. Tras de sí lo veo gallardo, un gabato macho asomando ya los pitones, más pequeño que su madre pero en pocos meses la superará. Oscuro de pelo, con cuello ancho y mirada joven y soberbia. Me encanta esta línea de gabatos. Una bala no puede sesgar tanta hermosura. Van buscando el perdedero, pero tienen que saltar. La hembra avanza muy despacio, dudando si dar la vuelta o no. Estoy mayestático porque no hay cámara en el mundo capaz de captar tanto realismo y prudencia. Se detiene a echar la última calada al entorno y, ligera, va directa a saltar la malla junto con su cría. Salí de mi escondite y di dos voces mientras apretaban el paso. Con un susto y poniendo un espantadero en la alambrada servirá para sujetarlas hasta que la primavera despunte y tengan sustento.
He dado una vuelta a las vacas, ahora les toca el saneamiento en breve. Voy camino de la casa a darle un rato a la tecla y a cubrir las necesidades de la burocracia. Antes de llegar, junto a la barrera de monte del Barranco del Venado, me cruza una primala del año pasado, sin cría y gorda como una pelota. Descuelgo el rifle, meto bala (siempre me gusta llevar el cerrojo vacío) y desde la montura cuadro al caballo mientras aprieto el gatillo. Talibán se queja, no se termina de acostumbrar, pero he cuidado bien de no detonar por encima de su cabeza que eso es muy molesto e innecesario.
Está la casa cerca para ir con el coche a por ella y prepararla. Dejo el caballo y regreso con la pick up para rematar la faena.
Ya bien entrado el día, mientras terminada una reunión por videoconferencia llega el Patrón y me pregunta:
«¿Qué? ¿Diste con ellas? Me tienen la siembra frita. Para un año que está buena y estos bichos me la llevan a rape.»
Sonreí y le di la noticia de que cobré una gabata mientras la madre huía que se las pelaba. Ya estaba partida y preparada oreándose. Hace falta un día antes de congelarla para que quede tierna. Quedó mi patrón contento con que hubiera cobrado esa cierva dentro de su siembra. Reconozco que es una mentira piadosa, pero una cierva que pare un gabato macho sabemos que puede machear. Y para hacer ragú y filetes de cervuno prefiero quitar una primala que tiene carne buena y aún no sabemos si podrá parir.
Al día siguiente pasé de nuevo por la siembra que estaba desierta. Por el camino que lleva a la umbría me cruzó una pareja que quedó curiosa mirándome en una pedriza, estaba lejos pero pude mirarla un par de segundos. Quiero pensar que era mi amiga con su gabato y que a su manera me daba los buenos días.
- Lolo De Juan es gestor agropecuario