Trofeos de caza

Un viejo montero, Isidoro Basarán, cuando le preguntaban por sus trofeos, contestaba: «Yo las cuernas las hago botones.»

Act. 08 mar. 2025 - 11:05

Trofeo de F. Edmond-Blanc, récord de la especie durante 38 años

Trofeo de F. Edmond-Blanc, récord de la especie durante 38 años

El aprecio de los trofeos de caza es algo muy moderno en comparación con la extensísima historia cinegética. Por eso un viejo montero, Isidoro Basarán, cuando le preguntaban por sus trofeos, contestaba: «Yo las cuernas las hago botones.»

Antiguamente sólo se conservaban aquellos trofeos que destacaban por su singularidad: el ciervo de 67 candiles del museo de Moritzburg, cobrado por Federico III de Branderburgo en el bosque de Neübruck donde erigió un monumento con la fecha, 18-IX-1696 y anotando el peso del animal pero sin hablar de la cuerna.

En España, el Patrimonio Nacional posee una colección de navajas de jabalí cazados por Carlos IV; curiosamente no se guardaron las amoladeras que son tan vistosas como los colmillos.

Los trofeos más antiguos españoles y quizás de toda Europa deben ser las cornamentas de venado halladas en la villa romana de la Olmeda (Palencia), pero no sabemos si han pervivido como memoria cinegética o eran deshechos culinarios.

Por último, el único trofeo anterior al siglo XX presentado a la Junta Nacional de Homologación de Trofeos de Caza (JNHTC) es un venado del Puerto Alto (Andújar) que el año 1950 obtuvo 167,76 puntos y medalla de plata.

La primera exposición de trofeos tuvo lugar en Viena a principios del siglo XX -había de ser allí pues la venatoria es parte de la cultura austríaca- pero fue la de Berlín 1937 la que supuso un antes y un después: Concurrieron 22 países y se presentaron animales del mundo entero.

Las diez comisiones nombradas elaboraron unas fórmulas de medición que, a través de distintas medidas, reflejaban en una cifra el tamaño del trofeo y por vez primera se establecieron listas con rangos que quedaron fijados en medallas de oro, plata y bronce. La guerra mundial supuso un trágico paréntesis que acabó en la exposición de Dusseldorf 1954 y sobre todo por la magna de Budapest en 1971, en la que España dio a conocer al universo venatorio la variedad y calidad de sus trofeos; con 77 de 8 especies distintas se obtuvieron 46 medallas de oro, 15 de plata y 6 de bronce

Antes, en 1950, el ministro de Agricultura Carlos Rein Segura, persona culta, cazador y bibliófilo, organizó la primera exposición española que presentó, además de la parte cinegética, un gran contenido cultural como proclamaba su título: Concurso de trofeos venatorios y Exposición de la caza en el arte.

Para algunos, el trofeo no es el recuerdo permanente de un gran lance, no, es el pedestal de su vanidad

Un grupo de cazadores distinguidos: Condes de Yebes, Villada y Seefried y Marqués de Valdueza se encargaron de estudiar las fórmulas de homologación y lo hicieron inspirándose en los modelos de Berlín 1937 pero sin seguirlos estrictamente. Así nació la JNHTC que se constituyó oficialmente el 17 de Abril de 1955.

Luego se celebraron exposiciones nacionales en los años 1960, 1970 y 1975 con un crecimiento exponencial del número de trofeos, esa circunstancia y el deseo de los cazadores por conocer de inmediato las puntuaciones movieron a la JNHTC a suspender las exposiciones, medir los trofeos según se conseguían, adoptar a partir del 1-I-1975 las fórmulas del Consejo Internacional de la Caza y fijar unos mínimos para los trofeos acordes con su calidad.

Para el oso, lobo, lince, gamo y muflón se aceptó la tabla internacional; en las otras especies hubo que modificar los baremos de las medallas. El criterio fue mantener los del CIC y, en caso contrario, adjudicar al oro el 15 por ciento de las homologaciones, el 35 por ciento para la plata y el resto al bronce. Los mínimos del sarrio y del rebeco se convalidaron en reuniones internacionales con el CIC, la primera en Panticosa 1975 y la segunda en Reres 1978.

Hoy la JNHTC tiene fichas de 80.000 trofeos, el aprecio se ha consolidado. Una prueba, José Serrano-Suñer, gran cazador y arquitecto exitoso, consideraba los trofeos obras artísticas naturales y los conservaba sin taxidermia en su desnuda belleza.

Para terminar creo conveniente hablar de un vicio nuevo: la trofeítis; en esta materia se ha colado la vanidad, esa forma cateta de la soberbia. Para algunos, el trofeo no es el recuerdo permanente de un gran lance, no, es el pedestal de su vanidad. Sólo les importa el resultado, el qué y no el cómo y en aras del éxito hasta cometen acciones contrarias al buen gusto.

Lo escribo con tristeza.

El marqués de Laserna, Íñigo Moreno de Arteaga, es Académico de Honor de la Real Academia de la Historia

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