Los cuatro elementos (IV) : El fuego
El fuego para la gente de campo ha sido desde tiempos inmemoriales no solo una desoladora tragedia de destrucción, sino también un instrumento de trabajo y transformación de la naturaleza. Su papel multidimensional abarca desde procesos ecológicos esenciales hasta prácticas culturales y de manejo del paisaje

Agentes del equipo de Bomberos de Galicia trabajan durante un incendio forestal en Pontevedra
Queridos Incautos. Lo más inherente. El homínido se tornó en hombre cuando logró dominar el fuego. Nos permitió calentarnos, cocinar, e iluminarnos. Alcanzó a elevar nuestra condición para siempre. (Aunque viendo lo que veo, no estoy seguro de que esa evolución alcanzara a todos.) Y lo más aterrador: deja la destrucción y desolación a su paso. Nada podemos imaginar más terrible: el fuego del infierno.
Como supremo prodigio, refleja sublimes emociones y conceptos; especialmente el amor apasionado y el fervor espiritual. En la poesía mística de autores como San Juan de la Cruz, el fuego representa el amor divino y la unión espiritual con Dios, simbolizando la purificación y la iluminación interior.
En la fascinación atávica que nos deja absortos al contemplar la dorada danza de las llamas, hay algo de comunicación con Dios… o con el diablo. Hay algo de sobrenatural. Las velas en la Misa, las cremaciones, las lámpara votivas… Así los conjuraban los griegos con la antorcha olímpica
En el crepúsculo eterno se alza la llama,fuego sagrado que antaño encendió a los dioses,
cual titán furtivo que robó el fulgor divino,
enciende en nuestros versos el eco de la historia.
Un gozoso episodio regresa recurrentemente a mi memoria: Corría el año de 1973 en el Risquillo, en Sierra Morena. Era yo un muchacho cazando su primer venado. Mi secretario, 'El General', un mote de pueblo que filia a una familia más que un apellido. Gente de sierra, duro y menudo, con barba de varios días. Sempiterna gorra, sonrisa fácil de perpetua colilla que marcaba el viento y ojos bonachones. Se movía ágil cauto y alerta. Y estaba todavía más ilusionado que yo, si cabe.
El fuego para la gente de campo ha sido desde tiempos inmemoriales no solo una desoladora tragedia de destrucción, sino también un instrumento de trabajo y transformación de la naturaleza
En la heladora umbría brumosa el frío se clavaba en los huesos. Abre parsimoniosamente su morral, hecho y curtido por él mismo de un gabato desollado entero. Y de ahí saca ante mi sorpresa un trozo enrollado de cámara de bicicleta. Con su navaja corta un trozo de media cuarta. Arrima cuatro líquenes y un par de ramitas y enciende rápido una hoguera que al tiempo ha cebado con leña de Jara. Luego echamos unas piedras al fuego, que iban después al bolsillo. Las entumecidas manos tornan a la gloria. Desde entonces cuántas y cuántas hogueras habré prendido… y recuerdo siempre sus palabras: «Ni el fuego ni el humo espantan a las reses. Pero distrae. Siempre te roba la mirada.»
El fuego para la gente de campo ha sido desde tiempos inmemoriales no solo una desoladora tragedia de destrucción, sino también un instrumento de trabajo y transformación de la naturaleza. Su papel multidimensional abarca desde procesos ecológicos esenciales hasta prácticas culturales y de manejo del paisaje; en un rol ecológico al quemar la vegetación, se renuevan los ecosistemas y se controla la competencia vegetal. Se liberan nutrientes que benefician el crecimiento de cultivos.
Aunque este método requiere de una aplicación muy cuidadosa para evitar la degradación ambiental.
Estamos gobernados por la sinrazón. Y en esas seguimos
En la gestión del paisaje, las quemas controladas servirían para el mantenimiento de praderas y pastizales. Siendo niño, cayendo el invierno el día que soplaba el viento suave y favorable, recuerdo subir a nuestras altas y pedregosas montañas. Acompañaba a caballo a mi padre y a Eduardo y Ángel, los vaqueros. A media montaña. Nos bajamos y los llevábamos de las riendas. El humo les aterrorizaba. Llevaban un mechero de cuerda naranja que encendían dando como un hachazo con la mano. Prendíamos unos berceos y surgía la hoguera. Con unas ramas de piornos improvisábamos unas antorchas con las que extendíamos el fuego. Quemaban los densos piornales, como venían haciendo los pastores desde siglos atrás para que salieran brotes de hierba. Por la noche era impresionante contemplar el espectáculo de la corona dorada de las montañas. Hoy está prohibido. (Bueno… todo está prohibido).
El riesgo de incendios no controlados puede resultar devastador, causando pérdida de biodiversidad, emisiones de carbono y daños a comunidades humanas. Al haber desaparecido los pastores sabios, esto es desgraciadamente lo más frecuente.
Causado por fenómenos naturales, como la tormenta seca, con profusión de rayos, pero las más de las veces por estupidez humana. Que siempre nos supera. Hoy la más esplendorosa es impedir limpiar el monte. El campo está cargado de material combustible de monte bajo y leña caída. Antaño los campos se limpiaban por los locales. Porque cocinaban con leña. Y sus ganados ramoneaban los pastos y matojos. La llegada del butano supuso un gran avance en la civilización, pero también el abandono del entorno. El Éxodo rural conllevó la desaparición del ganado que controlaba la vegetación. Y hoy hay tanto iluminado con mando que cree que hay que dejar el monte bajo sin rozar, o las leñas sin recoger.
El fuego del pasto pasa rápido, y no afecta a los árboles. Pero el fuego sobre el monte bajo permanece ardiendo sobre las raíces y mata los árboles. Además, puede alcanzar a las ramas. Sobre todo, si no están ramoneados por el ganado. Basta ver las encinas, con una línea perfectamente horizontal por debajo. Que es la altura a la que alcanza a comer el ganado.
Cuando llegue el verano, que apunta fértil tras tal cantidad de lluvias de esta primavera adelantada, es indefectible prever la catástrofe de la gran cantidad de siniestros incendios que nos aguardan. Y habrá que pedir responsabilidades a quienes no lo prevean. Y nos impidan limpiar el monte, hacer balsas para el agua, cortafuegos, caminos para acudir a apagar los incendios.
Recuerdo aquel anuncio de los años 80: «El monte es de todos… cuando el monte se quema, algo suyo se quema». Y las esperpénticas pintadas de los ácratas, siempre irreverentes y demoledoras. Cargadas de humor negro: «El monte es de todos. Quema tu parte».
Estamos gobernados por la sinrazón. Y en esas seguimos.
- El conde de Teba, Jaime Patiño Mitjans, es ganadero y arquitecto