¿Eres vegano? Si la respuesta es «no», te gusta la caza

Si no es caza, simplemente pagamos a alguien para que críe a un animal por nosotros, a otro para que lo mate por nosotros, y a otros para que lo pongan en una bandeja a nuestro alcance, evitándonos así creernos responsables del final de ese animal

Un perro de caza busca junto a un cazador una perdiz abatida en Galicia

Un perro de caza busca junto a un cazador una perdiz abatida en GaliciaEuropa Press

Me declaro urbanita y desinformada, no diré ignorante por no herir sensibilidades, así que lo dejaré en desinformada. No por el hecho de ser urbanita, sino por haber vivido ajena durante años a la realidad del campo, de la vida silvestre, de lo natural y, sin embargo, haberla cuestionado. Mis últimos -y únicos- contactos con la caza antes de meterme de lleno en este sector tan interesante como desconocido, venían de aquellos años en los que mi abuelo llegaba del campo con un par de liebres colgando del hombro y algunas perdices y codornices que después sabían a gloria.

Entonces era una niña, disfrutaba viendo correr conejos y liebres en libertad en el campo, viendo pájaros cuyos nombres desconocía hasta hace poco, pero también disfrutaba después, cuando mi abuela preparaba recetas que podrían hacerle sombra a cualquier cocinero de moda, de forma sencilla, con lo que había, pero que siempre dejaban platos vacíos y estómagos satisfechos.

Para mí era algo natural y, sin embargo, con el paso de los años, con las visitas cada vez más espaciadas en el tiempo al pueblo, con la costumbre de ir a la tienda y al supermercado en lugar de rebuscar entre las cajas y sacos de tomates, calabacines, patatas, pimientos o cualquier otro manjar cogido directamente de la huerta de mis abuelos, empezó a parecerme menos obvio, menos natural.

Empecé a tener ideas negativas sobre aquello que había sustentado, y seguía haciéndolo, a miles de familias, no solo a la mía en su día. Nunca he sido anti caza, pero reconozco que, con el tiempo, mi cabeza olvidó esas imágenes de mis abuelos y se llenó de otros mensajes, más urbanitas, «más civilizados», que decían que ya no era necesario salir al campo para conseguir comida, que era una aberración, que lo correcto era comprarla en la tienda.

Un día, recién llegada al sector de la caza como profesional de la comunicación, pero sin tener la más remota idea de lo que era la actividad cinegética, alguien me preguntó si me gustaba la carne de caza. Me paré a pensar en que soy la primera que saliva pensando en un arroz con liebre o en un solomillo de corzo cuando lo ve en un restaurante, pero al mismo tiempo me costaba entender cómo y por qué alguien salía a cazar. Como tardé en contestar, me preguntó: ¿eres vegana? Ahí la respuesta fue rápida: «no». Entonces, te gusta la caza, sentenció.

¿Por qué es más ético comer una carne que viene en bandeja que una recién sacada del campo?

Y es que, analicemos. Dejando de lado la persona que elige el veganismo como principio ético -y que cuenta con el más absoluto de mis respetos, aunque no lo comparta y disfrute como la que más comiendo carne y pescado- ¿por qué es más ético comer una carne que viene en bandeja que una recién sacada del campo? ¿Acaso no conllevan las dos acciones la muerte de un animal? La respuesta es sencilla: en un caso, el cazador sale a buscar la comida, madruga, se esfuerza, espera y, si tiene suerte y puntería, caza un animal y se lleva la carne a casa. En el otro caso, simplemente pagamos a alguien para que críe a un animal por nosotros, a otro para que lo mate por nosotros, y a otros para que lo pongan en una bandeja a nuestro alcance, evitándonos así creernos responsables del final de ese animal.

Y ahora pensemos en la vida de ambos animales, que comparten un mismo destino final: ser consumidos por nosotros. Uno ha sido criado por y para servir de comida. Nacido en cautividad, engordado y tratado, sin contacto con la naturaleza y la libertad, enviado al matadero en un transporte junto a cientos de sus congéneres y sometido a ese estrés para acabar en una bandeja que cogemos de una estantería mientras miramos a otro lado, sintiéndonos así libres de pecado.

El otro, por el contrario, ha vivido toda su vida en libertad, comiendo lo que hay en el campo, sin tratamientos, sin estrés. En pleno contacto con la naturaleza y disfrutando de una vida silvestre que tiene, sin duda, mucho que ver en las altas cualidades nutricionales que muchos estudios científicos otorgan a su carne. También muere para llegar al plato, pero en este caso no hay jaulas, ni transportes, no hay mataderos, ni hay estrés. Y quien se lo va a comer es quien aprieta el gatillo. Además -y esto se lo he tomado prestado a un amigo- esa pieza de caza tiene una particularidad única, es incierta, porque, frente a bandejas exactamente iguales y previsibles en el supermercado, cada pieza de caza es única e insustituible, y ahí radica el verdadero trofeo y tesoro para el cazador.

Más allá de lo evidente en cuanto a la forma de vida de ambos animales – y dejando de lado la desconocida y poco reconocida labor diaria que hacen los cazadores para conservar el campo y las especies silvestres, que daría para otro artículo - realmente ¿cuál es la diferencia? Que nos sentimos mejor, en un auténtico ejercicio de hipocresía con nosotros mismos, cuando cogemos la bandeja de la tienda. Porque si no somos nosotros quienes matamos a esos animales que comemos, nos eximimos de la culpa.

Sería importante recordarnos a todos, especialmente desde niños, que las bandejas de carne no surgen por generación espontánea, que cuando asumimos que somos carnívoros, asumimos que, para comer, hay animales que tienen que morir. Y, o apostamos por el veganismo –me van a perdonar, pero la que escribe no tiene intención alguna de renunciar a disfrutar de un buen solomillo-, o deberíamos dejar de señalar y demonizar a quienes, sin hipocresía, entendiendo la naturaleza como es, salen a buscar su carne, la consiguen con esfuerzo, la aprovechan, la cocinan y la disfrutan como nadie.

¿Eres vegano? Si la respuesta es «no», te gusta la caza.

María Delgado Martín es responsable de Comunicación de Fundación Artemisan

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