Volando voy y me estrello

Esta es la realidad del medio rural, donde lo que sobran son gurús urbanitas, papeleo y burocracia. Su singularidad se ha convertido en la mayoría de los casos en su condena

Carretera ‘Pozo de la Peña’, que separa Pozo Cañada de Chinchilla, en Castilla-La Mancha (España)

Carretera ‘Pozo de la Peña’, que separa Pozo Cañada de Chinchilla, en Castilla-La Mancha (España)Europa Press

Es de sobra conocido un programa de televisión en el que un famoso llega en helicóptero a las zonas rurales de España, en una mezcla de mesías y Mr. Marshall, para destetar a los pobres lugareños, que hasta que no llegó el de las luminosas ideas del que llega volando, no eran capaces de tener una idea inteligente para «dinamizar» la economía local. Pero ahí está el intelecto y la iniciativa del que vuela, al que unas veces se le ocurre rehabilitar una casona, otras construir un refugio de animales, otra arreglar una fuente, un camino, un descansadero Y al final reúne a los lugareños, no sin antes haber regalado a uno de ellos una visita aérea por la zona. Allí, todos sentados, revisan en un reportaje las secuencias de la ejecución del proyecto del mesías. ¡Qué sería de esas zonas si no hubiera llegado él en helicóptero!

Resulta absurdo decir a estas alturas que cualquier cosa que se parezca a un reality es mentira, pero es que en este caso es una mentira indignante, porque casi insulta la inteligencia de esos lugareños. Prácticamente todas las actuaciones de ese Mr. Marshall resultan en realidad imposibles. ¿Creen ustedes que es posible que los vecinos de un pueblo se pongan a trabajar para construir un «rancho biopasivo» para burros abandonados, un refugio de montaña, o transformar una mina abandonada en una fábrica de cerveza? Sin duda, posible sería, pero nadie cuenta con la Administración. Para hacerlo en verdad haría falta que la comunidad autónoma de turno tramite y apruebe un expediente de calificación urbanística previa que habilite la construcción y el uso (el refugio no es estrictamente uso ganadero y el «rancho biopasivo» en puridad es sector terciario). Por supuesto, la finca tendrá que ser lo suficientemente grande, no vaya a ser que la relación entre metros cuadrados construidos y superficie no sea la correcta. Añádanle una evaluación de impacto ambiental, que tendrá que determinar si la estética de los establos es conforme a lo que establezca el Plan de Ordenación de la zona, que seguro que estará en la Red Natura.

Por supuesto, habrá que justificar que los residuos orgánicos de personas y animales quedan previamente depurados y no vayan a contaminar algún acuífero que esté dentro de un radio de varios kilómetros. Evidentemente, también habrá que contar con la autorización de la Confederación Hidrográfica de turno y con el Patronato del Parque Nacional de marras. Durante la ejecución llegará la Inspección de Trabajo para exigir que los que curran están amparados por un contrato de trabajo y dados de alta en la SS, que eso del trabajo gratia et amore sólo se permite entre los amish de Único Testigo. No se olviden de un plan de evacuación de residuos. Si no tienen nada de eso, el SEPRONA («en acción») o los forestales paralizarán la obra y denunciarán al promotor. ¡Qué bonita es la solidaridad!

¿Y limpiar una fuente y acomodar su camino de acceso? Por Dios, qué pecado. Permiso de desbroce, de poda; evaluación ambiental; permiso de la CH. ¿Seguro que los tubos utilizados están certificados como aptos para uso humano? Utilizar sobrantes de una huerta no vale.

Hay demasiados casos de estos absurdos, desde el pobre lugareño al que querían meter en la cárcel por comerse un lagarto, al pastor al que condenaron con un multazo por recoger unas plantas para hacerse una tila

Esta es la realidad del medio rural, donde lo que sobran son gurús urbanitas, papeleo y burocracia. Su singularidad se ha convertido en la mayoría de los casos en su condena, en el establecimiento de normativas singulares que siempre, siempre, vienen a establecer más limitaciones, exigencias, trámites. Si no fuera rigurosa verdad parecería un chiste, pero hay demasiados casos de estos absurdos, desde el pobre lugareño al que querían meter en la cárcel por comerse un lagarto, al pastor al que condenaron con un multazo por recoger unas plantas para hacerse una tila (que sí, que eran endémicas de allí, pero él llevaba tomando esa tila desde que tenía uso de razón).

¿Creen que lo expuesto es una exageración? Pues vean esta noticia:

Multan con 240.000 euros a la empresa que contrató Jesús Calleja para una actividad (descenso en bicicleta) en el Pirineo.

La empresa que se dedica a organizar desde hace tres años esta práctica y a la que Calleja contrató sus servicios. Como consecuencia de la investigación, ahora el Gobierno de Aragón ha impuesto a dicha empresa una multa de 240.000 euros por una infracción «muy grave».

El departamento de Agricultura inició la tramitación del expediente a raíz de una denuncia presentada por un agente de Protección de la Naturaleza. Según la consejería, realiza la actividad sin permiso, ya que es preceptiva la declaración de impacto ambiental ordinaria, que no tiene.

Si quieren ayudar a las zonas rurales que se encuentran en zonas protegidas, lo primero que deben hacer es preguntarles en vez de estrangularles, que la «caridad» bien entendida no es dar lo que te sobra, sino lo que el que va a recibir necesita realmente.

  • Antonio Conde Bajén es miembro del Real Club de Monteros
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