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27 de abril de 2024

El telescopio espacial James Webb

El telescopio espacial James WebbFlickr/NASA GSFC/CIL/Adriana Manrique Gutiérrez

Ciencia

El telescopio James Webb cumple cinco meses en servicio habiendo mostrado una mínima parte de su potencial

El surtido catálogo de hallazgos obtenidos desde el pasado 12 de julio hacen presagiar «grandes sorpresas» en un futuro no muy lejano

El telescopio espacial James Webb (TSJW), en órbita desde mediados de año para escudriñar los confines del universo y la atmósfera de los planetas lejanos, ha entregado a lo largo de este 2022 imágenes excepcionales, apenas un esbozo de lo que podría llegar en un futuro no lejano.
Los resultados del Webb, situado a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, superan de lejos a los del veterano telescopio Hubble, que sigue en funcionamiento pero sin la precisión de las lentes de su joven competidor. Gracias a su exitoso lanzamiento, debería operar durante al menos 20 años, en lugar de los diez que se preveía inicialmente.
«Se está comportando mucho mejor de lo que esperábamos», asegura a la AFP Massimo Stiavelli, jefe de misión en el Space Telescope Science Institute, que pilota ese artefacto espacial de 6,5 toneladas. «Los instrumentos son más eficaces, las lentes más precisas y estables», explica. Esa estabilidad, expone, es clave para lograr imágenes nítidas.
Las imágenes que llegan del Webb son inicialmente invisibles al ojo humano, porque opera esencialmente en el espectro de infrarrojo, a diferencia del Hubble. Pero gracias a la espectacular coloración de esas fotografías, ha conseguido deslumbrar a los aficionados. Con esa frecuencia de las ondas infrarrojas, el TSJW puede detectar los rastros lumínicos más débiles del Universo, es decir, los albores de su nacimiento, sin verse afectado por las nebulosas estelares o analizar con espectrógrafo la atmósfera de los exoplanetas (planetas fuera del Sistema Solar).

18 pétalos

El lanzamiento del James Webb a bordo de un cohete Ariane 5, a finales de 2021, coronó una odisea iniciada por la NASA hace más de 30 años. Tras varios fracasos, una inversión de 10.000 millones de dólares y la contribución de 10.000 personas, el telescopio se colocó de manera perfecta en su órbita a mediados del verano boreal, en particular con el despliegue de un parasol de la talla de una cancha de tenis.
Su principal espejo, de 6,5 metros de diámetro, consta de 18 pétalos que se fueron abriendo y calibrando hasta alcanzar una precisión inigualable, con un margen de error de apenas un millonésimo de metro.
La revelación de sus cinco primeras imágenes, el 12 de julio, pusieron de relieve sus capacidades: miles de galaxias, algunas formadas poco después del Big Bang, hace 13.800 millones de años. Meses después pudo fotografiar Júpiter con lujo de detalles, lo que ayudará a comprender el funcionamiento interno de ese gigantesco planeta gaseoso.

«Exceso» de galaxias

Otras imágenes coloreadas que provocaron asombro fueron los «Pilares de la Creación», enormes estructuras de gas y polvo repletas de estrellas, de tonos azulados, rojos y grises. Estas imágenes y datos invitan a los científicos a «revisar sus modelos sobre la formación de las estrellas», explica la NASA.
Apenas cinco meses después de su entrada en funcionamiento, el telescopio permitió a los astrónomos atisbar una galaxia que se formó apenas 350 millones de años después del Big Bang. Esas formaciones galácticas son mucho más brillantes de lo que se suponía y quizás se formaron mucho antes de lo que se calculaba.
«Tenemos un 'exceso' de galaxias respecto a los modelos teóricos en el Universo lejano», explica David Elbaz, director científico del Departamento de Astrofísica del Comisariado de Energía Atómica y Energías Alternativas de Francia (CEA).
Ahí donde Hubble veía solamente «galaxias de formas irregulares», la precisión del James Webb «las convierte en magníficas espirales galácticas» de una forma similar a la nuestra. Una especie de «patrón universal» que podría ayudar a desentrañar la formación de las estrellas.
En cuanto a los exoplanetas, se logró la primera confirmación de la presencia de dióxido de carbono en la atmósfera de Wasp 39-b, en cuyas nubes podrían producirse fenómenos fotoquímicos. Según Massimo Stiavelli, esas primeras observaciones hacen presagiar «grandes sorpresas» en un futuro no muy lejano.

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