Loquillo, durante su entrevista con Carlos del Amor
La matemática del espejo
Loquillo: «Vivir con alguien que se enfrenta cada día a la muerte no es fácil»
El rockero se abre ante Carlos del Amor: habla de su pareja, de su hijo y de sus padres
Loquillo siempre ha sido un tipo de esos que llaman «al pan, pan, y al vino, vino». «No vengo a contar gilipolleces. No soy así», sentencia recién llegado a la entrevista con Carlos del Amor en La 2. Como pocas veces se abre el músico barcelonés en una conversación en la que hay tiempo para mentar a la muerte pero, sobre todo, para exaltar la vida.
Es hijo de un perdedor de la guerra: su padre, que sobrevivió a un campo de concentración y después se ganó la vida como estibador en el puerto barcelonés. «Para mí era un héroe. Defendió la legalidad y pagó por ello un precio muy alto». De él le viene la vena artística: «Cantaba tangos en los campos de concentración. Era gardeliano». Criado por su madre y su tía, que eran las que más estaban en casa, vivían en un piso de 46 metros cuadrados junto a su abuela y un periquito. Él dormía en un sofá. «Tuve una infancia feliz», recuerda pese a las estrecheces.
Su padre le dio un consejo que no olvida: «Vive la vida que yo no he podido vivir». A fe que lo ha hecho. Le habría encantado que estuviese presente cuando recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Pero, para entonces, su héroe ya había muerto.
Su primera vocación
No siempre quiso ser músico: «Yo primero de todo quería ser periodista. Cuando tenía 13 años me impactó el asesinato de Robert Kennedy, el de Martin Luther King, el caso Watergate, la guerra de Vietnam. Me gustaban esos periodistas que estaban en primera línea, los chicos del Washington Post, Oriana Fallaci. Me parecían verdaderos caballeros andantes, pero desgraciadamente ha derivado hacia un lugar que no debe estar».
La música se cruzó en su camino. Hizo sus pinitos periodísticos en la revista Popular 1. Pero lo que le tiraba era el escenario, no estar abajo escribiendo: «El rock and roll me dio la posibilidad de ser distinto. Nadie iba con esas pintas por la calle».
Debutó en 1978 en un cabaret llamado Tabú. Y en 1981 actuó en el Rock Ola: él y su banda salieron escoltados por la Policía Nacional tras una pelea entre punks y rockers. «Madrid en 1981 era como París 1919», sitúa su letrista favorito, Sabino Méndez, que se incorpora a la entrevista durante un momento y la enriquece. En aquel Madrid «en tres meses vivías cinco vidas», exalta Loquillo.
Tras más de cuatro decenios en el negocio, sus amigos en el mundo de la música se cuentan con los dedos de una mano. «No formo parte de ningún clan. En el mundo artístico en España, culturalmente, hay clanes. Cuando vas por libre… Yo voy por libre. Las reglas del juego las he aceptado. Pero yo voy a la mía. Porque los demás van a la suya». Es por ello que «hay muy pocas personas en el mundo de la música para tomarme un whisky o salir una noche».
El Loquillo familiar
De repente, el Loquillo familiar. Habla de ella, de Susana Koska, escritora y cineasta con la que lleva treinta años de relación. «La lucha que ella lleva más de doce años contra el cáncer… El hecho de la fuerza por seguir viva, y de seguir en la lucha, el hecho de ser una escritora excelente, el hecho de no tirar la toalla… A mí me ha ayudado muchísimo. Porque he visto en ella un referente. Cuando el referente lo tienes al lado, cuando convives con la muerte, y hay una lucha vital por sobrevivir eso es una experiencia de vida apabullante».
«Vivir con alguien que se enfrenta cada día a la muerte no es fácil. No es fácil para nadie que haya estado en esta situación. Es importante mantener la fuerza y la fe en uno mismo», reflexiona.
«Está preparando una nueva novela. Hay mucho respeto en casa sobre el trabajo del otro», añade sobre su pareja. «Ese respeto nos lleva a que cada uno está en su mundo haciendo su trabajo y después lo compartimos, pero es muy importante el espacio de cada uno y sobre todo no usar eso de la pertenencia».
Comparten un hijo en común, Cayo, que es el que le lleva las redes sociales y la comunicación: «Ha madurado muchísimo. Nos ha ayudado a los dos a complementarnos en los momentos más difíciles, a pegar cuando había fisuras», presume.
Da las gracias al de arriba porque hace tres años tuvo un problema de cuerdas vocales que decidió no operar porque su voz podía cambiar para mal o incluso perderla. Se acabó recuperando. A sus 62, puede seguir siendo una rock and roll star.