'La gran belleza': fascinante búsqueda del sentido de la vida, entre lo sublime y lo banal

He de confesar que descubrí por casualidad La gran belleza. Desconocía la obra anterior de su director, y atravesaba una época de cierto hastío respecto a lo que ofrecía la cartelera cinematográfica en ese momento. Tras unos primeros 10 minutos algo desconcertantes, fui gradualmente entrando en el complejo y abigarrado universo del filme, fascinado por lo que me parecía una versión contemporánea de la mítica obra de Federico Fellini, La dolce vita, trasladada a la época pos-Berlusconi, y por su protagonista, Jep Gambardella (Toni Servillo), que me recordaba al personaje principal de La dolce vita, Marcello Rubini (interpretado en su día por Marcello Mastroianni), solo que con unos 40 años de más.

Carente de una estructura narrativa tradicional, Sorrentino nos ofrece un fresco, a veces hermoso y en otras ocasiones grotesco, de Roma y sus habitantes, siendo Jep Gambardella, autor en su juventud de una única novela de gran éxito, periodista brillante y con gran sensibilidad, pero entregado en cuerpo y alma a una vida de diletante, quien nos hará de cicerone y nos guiará a través de fiestas, happenings y diversos saraos, pobladas con una fauna de lo más diversa: nuevos ricos, aristócratas decadentes, burgueses insustanciales, intelectuales trasnochados, supuestos artistas… donde priman más las apariencias que el talento real.

Lo que distingue Jep de la tropa que le rodea es su honestidad, y su lúcida mirada, teñida a veces de melancolía y en otras ocasiones de cierto cinismo y sarcasmo lacerante. No se engaña a sí mismo respecto a la vida que lleva. Sabe que ha dilapidado su talento en busca de recompensas más mundanas e inmediatas. Esa sinceridad es también lo que le hace ser poco tolerante con el postureo moral, intelectual o artístico de los que le rodean.

Sin embargo, al cumplir los 65 años, un evento inesperado le hará replantearse su existencia al presentarse en su casa un extraño con una revelación que le conmueve profundamente, y desencadena en él la necesidad de iniciar una nueva búsqueda de todo lo que ha amado y desperdiciado.

La realización de Paolo Sorrentino es brillante, con bellos y fluidos movimientos de cámara y cada plano meticulosamente compuesto. La dirección de fotografía de Luca Bigazzi captura la esencia de la grandeza arquitectónica y la vibrante vida nocturna de Roma, convirtiendo la cuidad en un personaje en sí mismo. La banda sonora de la película, compuesta por Lele Marchitelli, y con una selección de lo más ecléctica de temas ya compuestos, complementa la narrativa a la perfección, realzando la resonancia emocional de cada escena. Desde las fiestas extravagantes hasta los momentos contemplativos, la música sirve como una poderosa compañera para el viaje introspectivo de Jep.

La gran belleza no solo es una crónica de cierta élite italiana, sino también una reflexión profunda sobre la nostalgia, el amor y la creatividad. Sorrentino nos invita a cuestionar la superficialidad de nuestra sociedad contemporánea, y a buscar la autenticidad en un mundo obsesionado con la apariencia. Un recordatorio de que, a veces, la verdadera grandeza puede encontrarse en los momentos más simples y auténticos de nuestra existencia.

«Buscaba la gran belleza y no la he encontrado», dice Jep en una de sus muchas reflexiones sobre la vida. Pero, quién sabe, quizás al final de su búsqueda Jep sea capaz de encontrarla, y pueda empezar a escribir de nuevo. Ojalá nosotros, a lo largo de nuestras vidas, y aunque sólo sea por un breve instante, también seamos capaces de descubrirla.

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• Pedro Lainez es realizador, productor creativo y profesor de la Universidad San Pablo CEU