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04 de mayo de 2024

Fotograma de El Salto

El salto se estrena en los cines este viernes 12 de abrilFilmax

Crítica de cine

'El salto': Zambrano salta la valla de la corrección política y elogia la labor social de la Iglesia

La nueva película del director Benito Zambrano (Solas) es un filme interesante y emocionante

El director Benito Zambrano ha tenido una carrera muy irregular en calidad y muy variada en temáticas. Sus dos mejores películas siguen siendo Solas (1999) e Intemperie (2019). Pero aunque El salto está un poco por debajo de ellas es estimable, y tiene aciertos que compensan sus debilidades. Su principal debilidad es lo esquemático y manido del planteamiento. Los bondadosos inmigrantes frente a los insensibles policías al servicio de un sistema insolidario y cruel.
Todos sabemos lo mucho que debe avanzar Europa en políticas de inmigración, pero también somos conscientes de lo complejo que es el problema y lo fácil que es lanzar consignas demagógicas de un signo u otro. Afortunadamente Zambrano pone el acento en la construcción de unos personajes que tienen mucha autenticidad, y el foco se dirige por tanto más al drama personal de los protagonistas que a la denuncia social, que permanece como telón de fondo.
El núcleo de todas las tramas que se cruzan es una historia de amor. De amor y de justicia, pues cuenta los esfuerzos de Ibrahim (Moussa Sylla) por reunirse con su mujer Mariama (Nansi Nsue), embarazada de su primer hijo. Ambos vivían en España, sin papeles, pero trabajando honradamente, como albañil él, como trabajadora de una fábrica, ella. Habían llegado tiempo atrás a bordo de una patera. Pero un buen día, en una redada policial Ibrahim es detenido y expulsado hacia su país de origen, Mali. La película narra su lucha y peripecias por volver a España y poder acompañar a su mujer cuando nazca su hijo. Pero esta vez se va a ver obligado a intentarlo por una ruta nueva: la valla de Melilla.
En torno a este noble y titánico empeño del protagonista se teje una hermosa red de amistad y solidaridad que supone la gran propuesta positiva y alentadora del filme. Solidaridad y compañerismo entre los migrantes que comparten destino con Ibrahim –especialmente el entrañable Ousman (Eric Nantchouang) y la maltratada Aminata (Edith Martínez Val)- y solidaridad cristiana de la Hermana Marisa (Vicky Peña), una monja que dedica su vida a ayudar a nuestros protagonistas y a tantos como ellos, y de su lugarteniente, la médico Carmela (Mariola Fuentes). Frente a un sistema policial que trata a los migrantes como un colectivo abstracto compuesto por números, estas dos mujeres sólo entienden de personas concretas, con sus necesidades particulares y sus dramas individuales.
La película transcurre por unas sendas previsibles, pero bien trabajadas, y llega a su punto emocional álgido en el momento del asalto –o salto, según se quiera– a la famosa valla de Melilla, con su parte marroquí –la más brutal– y su parte española, coronada por las tristemente famosas concertinas. Obviamente no vamos a desvelar aquí el desenlace, pero sí comentar que el recurso de romper la cuarta pared y dejar que los personajes miren a los ojos al espectador ha quedado ya un poco obsoleto y manido, desde que Ingmar Bergman lo empleara revolucionariamente a principios de los cincuenta en Un verano con Mónica.
Dicho lo cual, concluimos que estamos ante una película interesante y emocionante, que merece la pena aunque no sea la mejor de Zambrano, que interpela a pesar de su cierto maniqueísmo, y que reivindica positivamente la labor social de la Iglesia, lo que la convierte en políticamente incorrecta. Eso siempre es aire libre y fresco.

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