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Peter Sellers y su tercera mujer, Miranda Quarry, en una imagen de 1970

Peter Sellers y su tercera mujer, Miranda Quarry, en una imagen de 1970GTRES

Cine

Peter Sellers y la frase que definió su vida: «Si tuviera que interpretarme, no sabría: no sé quién soy»

Uno de los mejores actores cómicos de todos los tiempos fue un hombre acomplejado, infeliz y atormentado que quiso huir siempre del encasillamiento

A finales de los años 50, Peter Sellers era un actor cada vez más conocido. Pero aún no era una estrella. Algo que él achacaba a una ausencia de atractivo, no de talento. Había empezado en el cine imitando voces en la radio después de ejercer por todos los oficios en el teatro y de pasar por la Segunda Guerra Mundial como animador y cómico de la Royal Air Force donde empezó a desarrollar unas grandes dotes para la improvisación. No contaba aún 30 años cuando destaca en un primer papel importante en el cine, El quinteto de la muerte (1955), una comedia deliciosa fagocitada por su admirado y genial Alec Guiness, pero en la que los destellos de un Peter Sellers brillante empiezan a aparecer. No en vano, dos de sus siguientes películas, Un golpe de gracia (1959) y Estoy bien, Jack (1959) le valieron enormes críticas y, en el caso de la segunda, el BAFTA al mejor actor.

Pero las obsesiones del actor por no encasillarse en la comedia y poder hacer de galán afloran de golpe y consigue hacerse con el papel protagonista de La millonaria (1960) junto a Sofía Loren. La película es un fracaso. Pero durante el rodaje, Sellers está convencido de que la Loren se ha enamorado de él y que va a abandonar a Carlo Ponti por él. Cosa que no pasó, algo que él arguyó a su aspecto físico y tras lo que empezó una severísima dieta y a hacer horas de ejercicio físico, una obsesión que le persiguió toda la vida.

Peter Sellers y Britt Ekland, su segunda esposaGTRES

En plena crisis personal, Sellers se asoma a la década de los 60 con una agenda de trabajo repleta y en dos años rueda nueve películas desde La batalla de sexos (1960) a El mayor mujeriego (1962). Y obsesionado por no encasillarse en la comedia, probó suerte en el thriller con Hasta el último aliento, que fue un fracaso, el papel del inquietante y depravado Clare Quilty de la Lolita de Kubrick (1962) y el de tres personajes en el extraño, antibelicista y satírico proyecto Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú? (1964), también de Kubrick. Y aunque la relación entre director y actor fue buena, la negativa de Sellers de hacer un cuarto personaje porque no podía darle el histrionismo que él quería y su casual rotura de un pie en los días en que debía acometer el rodaje de esas escenas, hizo que todo el mundo dudara de su honestidad con el director. Jamás volvieron a trabajar juntos.

Al tiempo que Sellers se afianzaba como as de la comedia, por un lado, con La pantera rosa (1963) y El nuevo caso del inspector Clouseau (1964) de Blake Edwards, seguía luchando contra el estereotipo haciendo de pianista deseado por las mujeres en El irresistible Henry Orient (1964) o de lunáticos médicos en ¿Qué me pasa, doctor? (1965) o La caja de las sorpresas (1966).

Además, en lo personal, su vida no iba de la mano de sus glorias como actor. Su fama de juerguista y disoluto mientras se iba casando y divorciando no hacía más que aumentar. A ello se unieron los ecos de sus problemas con Billy Wilder que había escrito para él Bésame, tonto, pero de cuyo proyecto Sellers se había bajado arguyendo problemas de salud (tuvo ocho infartos en una noche tras una sobredosis de popper), cuando en Hollywood era un secreto a voces que fue porque Wilder no le dejaba improvisar. En su lugar, contrató a Ray Walston, algo que Sellers jamás perdonó. Nunca trabajaron juntos.

Mientras, la mala fama de Sellers en los rodajes era vox populi. Algo que llegó a su quintaesencia durante la producción de Casino Royale (1967), por la que había percibido un millón de dólares, en donde hacía auténticas virguerías para no coincidir con Orson Welles, tal era la animadversión que sentían el uno por el otro. Los problemas que dio durante la caótica filmación que contó con hasta seis directores, hizo que Sellers fuera despedido súbitamente y su personaje fulminado del filme.

El actor volvería a las andadas en el rodaje de su más rotunda y brillante obra maestra, El guateque (1968) escrita y realizada por Blake Edwards. En ella da vida al actor de medio pelo Hrundi V. Bakshi que provoca toda clase de desastres en la fiesta de un poderoso productor de Hollywood a la que no tendría que haber asistido. Pero Sellers se volvió loco al ver que Steve Franken, el actor que da vida al camarero que se va emborrachando poco a poco a medida que avanza la fiesta, tenía un talento natural para el gag mudo. Así que generó disturbios en el rodaje y rabietas desmedidas amenazando con dejar la producción si no se recortaba drásticamente el papel de su «rival». Como así fue. Edwards juró que nunca más trabajaría con él.

Pero en la década de los 70, las juergas épicas y el derroche de cientos de miles de dólares en viajes, gurús, yates, mansiones y extravagancias hizo que tuviera que aceptar papeles menores para ganar dinero deprisa. Y fue precisamente Blake Edwards, que estaba pasando su propia crisis artística, el que le salvó de la ruina con las consiguientes secuelas de La pantera rosa en 1975, 1976 y 1978 que no tienen apenas nada de la gloria de antaño. La relación con el director era mínima y se comunicaban a través de terceros o de notas al tiempo que él entraba en una espiral completamente autodestructiva, manipuladora e histérica.

Aunque sus películas de aquellos años no fueron nunca bien en taquilla, aún haría la destacable Un cadáver a los postres (1976). Pero harto de una década llena de mediocridades con un inspector Clouseau a la cabeza que odiaba visceralmente, Sellers se propuso sacar adelante Bienvenido Mr. Chance (1980), un filme basado en la novela de Jerzy Kosinski en el que un hombre anodino, gris y sin ningún talento logra conquistar el corazón de una nación. Las mejores críticas de su carrera y el Globo de Oro no lograron, sin embargo, sacarle del pozo en que se hundió cuando perdió el Oscar al mejor actor ante Dustin Hoffman por Kramer contra Kramer.

Casado y divorciado cuatro veces y padre de tres hijos, desheredados porque una le había llamado gordo en público y los otros le habían reído la gracia, Peter Sellers murió de un infarto de miocardio días antes de operarse de corazón en 1980. Tenía 54 años.

Excesivo, colérico, acomplejado, tímido, juerguista y ambicioso, murió deprimido y con pocos alicientes en nuevos proyectos. Sobre su compleja personalidad diría: «Si me pidieran que me interpretara a mí mismo no sabría qué hacer: no sé qué soy o quién soy». Algo que completaría Blake Edwards afirmando: «Era una botella vacía que yo podía llenar con mis propias ideas» o Stanley Kubrick arguyendo: «¿Peter Sellers? No existe tal persona».