
Pablito Calvo protagonizó Marcelino, pan y vino
Cine
Pablito Calvo, el niño de 'Marcelino, pan y vino' que huyó de la fama
Se cumplen 70 años de la segunda cinta más taquillera de la década de los 50, sólo por detrás de El último cuplé, inició la moda del cine con niños
En 1953, José María Sánchez Silva, periodista y escritor de relatos infantiles, publicaba por entregas en el periódico Ya, Marcelino, pan y vino. El autor, de infancia desgraciada que le llevó a pasar por varios hospicios durante algunos años después de quedar huérfano, quiso así honrar a su madre que le contaba aquella historia del niño y los frailes. Y tal fue la popularidad del relato, convertido enseguida en un librito de apenas 30 páginas, que dos años después, los Estudios Chamartín encargaron al cineasta húngaro afincado en España, Ladislao Vajda, que dirigiera su versión cinematográfica.
El resultado: una de las películas más exitosas de la historia del cine español.
Ambientada en los días posteriores a la Guerra de la Independencia, comienza con el descubrimiento de un bebé abandonado a las puertas de un monasterio de frailes franciscanos en el corazón de Castilla. Después de tratar, sin éxito, de buscarle una familia, los doce religiosos decidirán ocuparse del niño al que llamarán Marcelino y que crecerá feliz entre ellos… aunque siempre con la pequeña desolación de echar de menos a su madre. Un día, el simpático Marcelino subirá al misterioso desván del monasterio y empezará a hablar con un Cristo Crucificado que, milagrosamente… hablará también con él.
Rodada en La Alberca (Salamanca), El Espinar (Segovia) y Aldeavieja (Ávila), Marcelino, pan y vino es el título más popular del cine religioso producido durante los años 40 y 50 en que se incluyen La mies es mucha (1948), Balarrasa (1951), La guerra de Dios (1953) o Molokai, la isla maldita (1959). Además, fue una de las películas españolas con mayor distribución internacional convirtiéndose en un éxito de taquilla también en Italia, Francia, Portugal, Estados Unidos, Brasil y Japón. La cinta se llevó el Oso de Plata al mejor director en el Festival de Berlín, una mención especial del jurado del Festival de Cannes para Pablito Calvo, el premio del Sindicato Nacional del Espectáculo y seis medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC).
Pablito Calvo murió a los 50 años
Coescrita por Vajda y Sánchez Silva, con música de Pablo Sorozábal y un reparto encabezado por Fernando Rey, Antonio Vico, Juan Calvo, Juanjo Menéndez y Rafael Rivelles, lo que verdaderamente robó el corazón de España entera fue el actor Pablito Calvo. Y es que a su ternura, simpatía y espontaneidad fueron determinante para el éxito arrollador de la película.
Nacido en Madrid en 1949, Calvo tenía 5 años cuando su abuela le llevó a una audición para el cine en que buscaban «un niño con cara de santo». En cuando Vajda le vio, tuvo claro que él sería su Marcelino por su mezcla entre melancolía, inocencia y naturalidad. Con la voz de una de las mejores actrices de doblaje de la época, Matilde Vilariño, Pablito Calvo inauguró con este papel lo que vendría a llamarse «cine con niño» al que siguieron otras estrellas como Joselito, Rocío Dúrcal, Ana Belén o, por supuesto, Marisol. Calvo fue el primero de ellos. Salía en el NODO, recibía premios, visitaba a niños enfermos en los hospitales y el Papa Pío XII le regaló un rosario para que lo usara el día de su Primera Comunión. Su popularidad fue tal que la productora Chamartín le contrató para dos películas en dos años: Mi tío Jacinto y Un ángel pasó por Brooklyn, ambas dirigidas por Vajda.
Pero haría solo cinco películas más antes de retirarse en 1963 a la edad de 14 años huyendo de la fama y de los contratos que empezaron a ofrecerle para convertirle en estrella juvenil. Estudiaría ingeniería industrial y viviría en Torrevieja desde 1986 donde se dedicó a la hostelería y a los negocios inmobiliarios para morir precipitadamente en el año 2000 víctima de un derrame cerebral. Tenía 50 años.
Para el recuerdo siempre dejará no sólo una de las películas más queridas del cine español, sino una de las mejor valoradas de temática religiosa. Y es que la cinta supone un profundo relato sobre la fe repleto de hermosos símbolos. El más evidente de todos: el del alimento que articulará la relación entre Marcelino y el Cristo del desván. Y es que el pan y vino, fundamentales en la liturgia y, por lo tanto, en el imaginario católico, son el elemento de comunión entre el niño y el Crucificado en su sentido más amplio, pues juntos compartirán aquello que durante el Sacramento son su Cuerpo y su Sangre. Es más, será Jesús el que le pone el sobrenombre de Marcelino, pan y vino, estableciendo esa comunión entre ambos que propiciará el milagro final. Así pues, todo supondrá una poética metáfora, evidente e íntima, sobre la relación de Cristo con el niño a través de la Comunión. Y es que Marcelino, pan y vino es eso, una historia de amistad profunda, inocente y hermosa, entre Jesús y un niño… que está deseando tener madre.