Alexander Godunov
Cine
La trágica historia de Alexander Godunov, el actor de 'Jungla de cristal' que renegó del comunismo soviético
Se convirtió en un símbolo de libertad y del triunfo del sueño americano, pero finalmente la soledad y la nostalgia pudieron con él
En 1979, en plena Guerra Fría, cuando las tensiones entre el bloque soviético de Leonid Brézhnev y la América de Jimmy Carter estaban en uno de sus momentos más lúgubres, el Ballet del Bolshói recaló en Estados Unidos para empezar una gira de lo más mediática pues su máxima estrella, Alexander Godunov iba a bailar, al fin, en Nueva York.
Sin embargo, un hecho no esperado cambió el curso de los acontecimientos y es que el 21 de agosto de ese año, el famoso bailarín desertó de su patria y pidió asilo político en Estados Unidos. La respuesta diplomática fue inmediata al tiempo que, de manera precipitada y misteriosa, la KGB, la agencia de inteligencia de la URSS, intentó repatriar a la esposa de Godunov, la también bailarina Lyudmila Vlasova, que no había pedido asilo.
Llevada apresuradamente al aeropuerto JFK de Nueva York, unos funcionarios estadounidenses sospecharon que la estaban sacando del país en contra de su voluntad, por lo que el avión fue detenido en la pista durante unas horas. Finalmente, y después de estar entrevistándose uno tras otro con varios funcionarios de inmigración, se concluyó que Vlasova deseaba abandonar los Estados Unidos y a su marido y regresar a Moscú.
Después de aquello y de tensas acusaciones entre las administraciones de Brézhnev y de Carter, Godunov se convirtió en un maravilloso motivo de propaganda: el bailarín talentoso del Kremlin que reniega del comunismo en aras del sueño americano. Sin embargo, la vida en Estados Unidos sin su esposa, que a los ojos de la URSS prefería la madre patria por encima del amor, le dejó desolado.
Inicialmente, Godunov se unió al American Ballet Theatre (ABT), pero en 1982 fue despedido oficialmente por diferencias artísticas con el director de la compañía, el también desertor ruso Mikhail Baryshnikov. Pero lo cierto era que Godunov tenía un comportamiento errático y poco profesional que iba in crescendo a medida que su adicción al alcohol era más evidente y drástica.
En esa época conoce a la actriz inglesa Jaqueline Bisset con quien empieza una relación amorosa que llena el papel couché de América y Europa. Guapos, sofisticados y bohemios, en 1987 parecían estar en un momento maravilloso de su idilio cuando a él le conceden la ciudadanía estadounidense y ella le anima a hacer cine. Godunov conocerá entonces también las mieles de la pantalla grande al participar en sendos papeles, pequeños pero inolvidables, en Único testigo (1985), Esta casa es una ruina (1986) y Jungla de cristal (1988). Pero el éxito de ninguna de las tres películas consiguió sacarle del pozo de autodestrucción en que se hallaba desde que había desertado de Rusia. En 1988 Jaqueline Bisset le deja.
Con todo, nunca dejó de bailar y tras su amarga salida del ABT, fue artista invitado de algunas producciones, galas, funciones especiales y tours independientes a lo largo de todo el país y también en Europa y Japón, aunque nunca volvió a formar parte de una compañía. Pero su peso y personalidad en los ballets en los que participaba como el de El lago de los cisnes, El Quijote, Giselle o La bella durmiente le cosecharon todavía buenísimas críticas y el calor de un público que le adoraba. Y es que su impresionante presencia, su magnetismo escénico y su danza técnicamente poderosa, pero teatral y profundamente dramática, impactaron siempre allá donde iba.
A principios de la década de los 90, Godunov intentó fundar su propia compañía, pero las complicaciones en cuanto a la gestión y financiación se le hicieron imposibles habida cuenta que, en esos años, sus problemas con el alcohol eran cada vez más evidentes.
Finalmente, el 18 de mayo de 1995, Alexander Godunov apareció muerto en su casa del West Hollywood a causa de una hepatitis alcohólica aguda. Tenía 45 años.
A su muerte, el artista ruso dejó la leyenda de bailarín maldito, amargo e infeliz que, pese a todo, logró alcanzar la gloria en América. La crítica, siempre favorable, le regaló innumerables elogios, pero acaso conmueve especialmente el que le dedicaría el Washington Post en 1981 cuando le definió como el bailarín en que se combinaban «la fuerza de un guerrero y la melancolía de un poeta» que, como tantos guerreros y poetas, murió demasiado joven.