
Acaban de cumplirse 100 años del nacimiento de Tony Curtis
Historias de película
Tony Curtis, el actor atormentado al que Elvis Presley copió su peinado
El actor neoyorquino, nacido hace 100 años, activista por los derechos civiles e influyente hasta para Elvis Prestley, vivió toda la vida con la angustia de no ser un buen actor
Guapo, canalla, seductor, viril y típicamente neoyorquino, muchos ignoran que antes de que Elvis Prestley y James Dean determinaran la moda y la mentalidad de los chicos beat de los años 50, ya estaba Tony Curtis y que, como ellos, tuvo una lista enorme de tormentos interiores.
Nacido en Nueva York en 1925, hijo de un modestísimo actor y de una madre esquizofrénica, la infancia de Bernard Schwartz pasó, como la de tantos otros emigrados europeos, por la escasez, las penurias y también por la pobreza. Sin hablar apenas inglés hasta los seis años y subrayado por un fuerte acento húngaro que desde bien niño se esmeró en corregir, Berny vivió una infancia durísima marcada por una madre violenta que le daba palizas y la muerte de su hermano pequeño a la edad de 9 años.
La Marina fue una vía de escape para él, pero también la constatación de su desarraigo europeo del que sólo quiso conservar su judaísmo, del que siempre se sintió orgulloso. Tras falsificar la firma de su madre a los 16 años para poder alistarse, el todavía Bernard pasa la Segunda Guerra Mundial durante años en la Armada donde participa en obras de teatro que le hacen enamorarse de la interpretación y en las que provoca las risas de sus compañeros por su impecable imitación de su admirado Cary Grant.
Al volver a Nueva York empieza a actuar en pequeñas obras de teatro donde le ve un cazatalentos de la Universal que no tarda en ofrecerle un contrato de siete años en Los Ángeles y allí se apunta a todos los talleres que los estudios ofrecen: dicción, esgrima, baile, canto, gimnasia deportiva… Conoce a una aspirante de la que se enamora locamente y que también acababa de cambiar de nombre, Marilyn Monroe. Salen un par de veces y tienen relaciones sexuales, pero ella le deja cuando empieza una relación con el casi septuagenario productor Joseph M. Schenck.
En paralelo, comienza su carrera en el cine. Robert Siodmak le ofrece un papel pequeño en El abrazo de la muerte y los estudios le obligan a cambiar de nombre para sonar, por supuesto, más americano. Piensa primero en Anthony Avern, que rechazan, y después en Anthony Kurteace, que gustó un poco más y acaban convirtiendo en Tony Curtis. Es 1949 y la carrera del nuevo actor de 24 años se dispara como un cohete. Se convierte en una estrella juvenil gracias a la primera película de la historia sobre adolescentes rebeldes, Dime con quién andas, y participa en varios wésterns, desde Winchester 73 a Sierra o Los asaltantes de Kansas, con lo que su popularidad sólo crece y crece. Universal empieza a recibir miles de cartas dirigidas a él y los jóvenes empiezan a imitar su corte de pelo y su marcado acento neoyorquino, viril y arrogante a un tiempo.
El cine de aventuras no tarda en llegar. Su alteza el ladrón y El hijo de Alí Babá destilan todo el estilo de la Universal de la década de los 50. Pero Curtis quiere más. Quiere papeles más elaborados y complejos, sobre todo a raíz de conocer y casarse con la taactriz Janet Leigh en 1951, que tiene más caché que él. Y aunque el estudio trató de romper su relación porque interesaba que las jóvenes adoraran al soltero de oro del momento, lo cierto es el que público les adoró como pareja por lo que protagonizaron juntos las encantadoras El gran Houdini y Coraza negra.
Tony Curtis y Piper Laurie en El hijo de Ali Babá
Pero su carrera da un giro radical a partir de 1956 -y no sólo porque Elvis Prestley imitara su peinado y color de pelo para hacer El rock de la cárcel-, sino porque participa en filmes más dramáticos, complejos e incluso comprometidos. Son los años de Trapecio y Chantaje en Broadway en las que trabaja con Burt Lancaster, Los vikingos, con Kirk Douglas y de nuevo su mujer, y Fugitivos, el drama racial de denuncia que protagoniza junto a Sidney Portier y que le valió la única nominación al Oscar de su carrera. Un papel que, le dijeron, iba a hundirla por ser tan abiertamente defensora de la dignidad y derechos de los negros. Pero a él le dio igual.
Un Curtis de treinta y tantos años se consolida como un actor polifacético que brilla también en películas más alocadas, como las realizadas con Debbie Reynolds y Natalie Wood, o la que protagonizó con su siempre admirado Cary Grant, Operación Pacífico. Pero lo que le convierte en un icono intergeneracional y en un as de la comedia fue la que es todavía considerada por muchos la mejor comedia de la historia del cine, Con faldas y a lo loco de Billy Wilder. En ella se reencuentra con su antigua amante, una ya muy enferma Marilyn Monroe, y conoce a un actor con poca experiencia, pero un Oscar bajo el brazo, Jack Lemmon. La cinta se convierte en un hito y Curtis se consolida como un excelente actor del género haciendo todavía algunas joyas como La carrera del siglo, pero sin alejarse nunca de los dramas entre los que destaca como obra maestra indiscutible la fundamental Espartaco en la que participó por deseo expreso del productor de la película, su amigo Kirk Douglas.
Marilyn Monroe, Jack Lemmon y Tony Curtis en el filme Con faldas y a lo loco
Sin embargo, y frente a todo pronóstico, la carrera de Curtis a partir de 1965 empieza a decaer, justo al tiempo que su consumo de cocaína empieza a aumentar. Por aquel entonces se había divorciado y vuelto a casar con la actriz Christine Kaufmann, para hacerlo después con Leslie Allen. Con ambas tuvo dos hijos y para ambas sus crecientes adicciones y desamparo interior fueron el detonante de sus rupturas.
Desesperado ante la idea de que desapareciera su estrella y su fama, se esmera en hacer papeles excesivos y complejos como el de la excelente El estrangulador de Boston en 1968 y otros más desenfadados y alegres como el de la serie de televisión The Persuaders que hace junto a Roger Moore ya en la década de los 70. Pero en esos años, su proceso de autodestrucción no hace más que aumentar mientras sus papeles en el cine y la televisión se diluyen. En 1984, enfermo y envejecido, un Tony Curtis de 69 años entra en una clínica de desintoxicación donde, explicaría él no mucho tiempo después, sanó las heridas que empezaron todo su proceso de autodestrucción: una madre violenta, un hermano muerto prematuramente y un deseo desesperado por sentirse querido.
Tony Curtis y Henry Fonda en El estrangulador de Boston
En el 84 y el 93 se casó por cuarta y quinta vez para hacerlo en 1998 con Jill Vandeberg, con la que estuvo hasta el final de sus días, una mujer que «me sacó de la amargura en que vivía», dijo el actor, y que le animó a pintar óleos sin dejar nunca de hacer, por supuesto, alguna película.
Tony Curtis murió en 2010 rodeado de sus seis hijos entre los que estaba la mayor de ellas, la actriz Jamie-Lee Curtis, después de haber participado en 130 películas, una docena de ellas, rotundas obras maestras. Fue un trabajador concienzudo, un excelente compañero de rodajes, divertido y bromista, un enamorado del cine que vivió obsesionado con la fama, pero que lo hizo todo, como dijo en infinidad de entrevistas, convencido y desde el fondo de su corazón.