La larga marcha se estrena en los cines este viernes 14 de noviembre
Crítica de cine
'La larga marcha': una distopía de Stephen King que suena a crítica a Trump
Francis Lawrence dirige la demoledora adaptación de la primera novela de Stephen King
El director Francis Lawrence es un todo terreno que hace bien su trabajo, aunque nunca alcanza las cimas de la genialidad. Con una larguísima trayectoria en el videoclip, se enfrenta con soltura a producciones complejas y espectaculares, como toda la saga de Los juegos del hambre (2013-2023), o dramas más de guion como Gorrión Rojo (2018) o Agua para elefantes (2011). Pero probablemente su mejor película sea Soy leyenda (2007), adaptación de un relato de Richard Matheson (19266-2013). En el caso que hoy nos ocupa, Lawrence vuelve a adaptar a otro clásico de la ciencia ficción, Stephen King. La larga marcha fue la primera novela que escribió, aunque no se publicó hasta 1979.
Se trata de una distopía, ambientada en unos Estados Unidos que han caído bajo un régimen totalitario presidido por El Mayor. Este organiza anualmente una competición en la que un grupo de cincuenta jóvenes estadounidenses son elegidos para participar en «la larga marcha», una caminata de cientos de kilómetros en la que hay una regla muy clara: si uno baja la velocidad le «dan boleto» (o sea, le pegan un tiro). Solo puede haber un ganador, el que más resista caminando deprisa, si parar, días y noches, sin dormir, haciendo las necesidades sobre la marcha. El único que quede vivo, obtendrá mucha fama y dinero. Nuestro protagonista es Ray Garraty (Cooper Hoffman), un chico que concursa contra la voluntad de su madre, y que en seguida establecerá una profunda amistad con Peter (David Jonsson). A lo largo de la marcha ellos y los demás concursantes irán sacando lo mejor y lo peor de sí mismos, hablarán de lo divino y lo humano, y sobre todo, se irán desvelando las motivaciones profundas de cada uno de ellos.
No está claro si la película tiene una implícita intención política, si es una crítica al trumpismo y a la cultura de la meritocracia, pero lo que sí es evidente es que la propuesta final del film es demoledora, profundamente desencantada y sin esperanza. Probablemente es la manera en la que muchos ven el presente y el futuro, ambos huérfanos de sentido y determinados por la polarización y el odio creciente.
Más allá de las lecturas sociopolíticas que podamos hacer del film, este, aunque sortea bien los retos técnicos -los actores no dejan de caminar en toda la película-, no llega a la altura de otros de los títulos citados del director, probablemente porque tampoco la novela es de las mejores de Stephen King. Los temas de las conversaciones que mantienen los personajes tienen un aire de dejá vú, aparte de lo absurdo que es hablar cuando se tiene que caminar deprisa pues dificulta mucho la respiración. Al espectador le es difícil empatizar suficientemente con el protagonista, y ello dificulta que la cinta emocione lo suficiente. También hay que advertir que las muertes son muy violentas, y hay escenas «escatológicas» muy desagradables. El resultado es una película interesante pero menor, curiosa pero prescindible. Pero eso sí, si pretende deprimir, lo consigue.