Cary Grant, en La fiera de mi niña
Cine
El drama al que se enfrentó Cary Grant a los 33 años cuando ya era una estrella mundial
Durante más de dos décadas vivió una mentira que marcó su personalidad y sus relaciones amorosas
Ha sido –es– el actor más elegante de todos los tiempos. Y el mejor actor de comedia. Pero de las comedias irónicas, de las sofisticadas, las de sutil ingenio, de las de batalla de sexos. Cary Grant fue una estrella. Una estrella de las de antes: rutilante, inaccesible, altivo, millonario y poderoso, adorado tanto por directores, actores y guionistas, como por la industria y el público. Pero fue también un hombre con algunas heridas profundas al que la felicidad se le escapó siempre de las manos.
Nacido en Bristol en 1904 bajo el nombre de Archibald Alexander Leach, su padre, un hombre alcohólico poco afectuoso y estricto, había trabajado toda su vida en una fábrica de ropa interior, mientras que su madre, costurera, pasó la suya entrando y saliendo de varias depresiones tras la muerte de su hijo mayor. Cuando Archy tenía 9 años, volvió un día de la escuela y se encontró con la noticia de que su madre se había ido de vacaciones para saber días después que había muerto. Sin embargo, la realidad escondía una verdad cruenta que le pasó factura años después. Y es que su padre, incapaz de lidiar con las continuas depresiones de su esposa, la había internado en una institución mental ocultándole a su único hijo la verdad.
El actor Cary Grant posando junto a Katharine Hepburn
Marcado profundamente por la supuesta muerte de su madre, vivió entre parientes y pensiones baratas mientras su padre pasaba largas temporadas alejado de él, hasta que a los 14 años propició su expulsión de la escuela para unirse a un teatro ambulante donde trabajó como acróbata. En 1920 viajó a Estados Unidos y allí comenzaría una carrera en el vodevil para, durante toda la década, dedicarse por entero a los espectáculos de variedades y cosechando cada vez contratos más interesantes y críticas más positivas.
Por eso, que desde California llamaran a su puerta era sólo cuestión de tiempo y, para 1931, ya tenía un contrato de cuatro años firmado con la Paramount que le obligó, eso así, a cambiarse el nombre por otro que sonara «más americano». Así es como nacía Cary Grant.
En 1932 hizo su primer papel destacado en La venus rubia con Marlene Dietrich y al año siguiente, No soy ningún ángel con Mae West, momento a partir del cual Hollywood empezó a tomárselo en serio. En menos de una década, ya había trabajado con Myrna Loy, Sylvia Sidney, Loretta Young, Jean Harlow, Constance Bennett, Irene Dunne y, por supuesto, Katharine Hepburn. Cosechando un éxito tras otro y configurándose como uno de los actores de comedia más refinados de su tiempo, cobraba 75.000 dólares por película y la industria se rendía a sus pies.
Sin embargo, no todo iba a ser un camino de rosas. En 1934, y por motivos de fiscalidad, Grant solicitó a través de su abogado británico una serie de documentos que le exigía la Administración americana. Fue entonces cuando descubrió que no existía ningún certificado de defunción de su madre y, después de varias pesquisas, supo que llevaba más de veinte años ingresada en un sanatorio psiquiátrico de Bristol.
Desolado, viajó inmediatamente a Inglaterra para pedir explicaciones a su padre que se hallaba en el lecho de muerte y para reencontrarse con su madre que apenas si pudo reconocerle. No así las enfermeras y médicos de ésta, que le pedían autógrafos cada día que fue a visitarla, así como un número cada vez mayor de fans ingleses que se habían enterado de su famoso compatriota se hallaba en Bristol.
Aquello le afectó profundamente. Sacó a su madre de la institución y se ocupó de su cuidado durante el resto de su vida viajando con regularidad a su ciudad para visitarla y pasar con ella el mayor tiempo posible.
La lectura más freudiana de este terrible trauma podría indicar que tal vez por esto Cary Grant tuvo una relación siempre tan tormentosa con las mujeres pues estuvo casado en cinco ocasiones, con Virginia Cherrill (1934-1935), con la multimillonaria Barbara Hutton (1942-1945), con Betsy Drake (1949-1962), con la joven actriz Dyan Cannon, madre de su única y treinta y tres años más joven que él (1965-1968) y con Barbara Harris (1981-1986). A su muerte, y mientras la sombra de que había tenido una relación amorosa con el también actor Randolph Scott se proyectaba sobre sus biografías, varias de sus esposas declararon en entrevistas y biografías que sus heridas de la infancia le habían dolido toda la vida, que siempre sintió un miedo irracional al abandono, que tenía grandes dificultades para confiar en los demás y que era profundamente inseguro. Temas que le habían hecho acudir a polémicas sesiones de LSD terapéutico en los años 50.
No en vano, el propio actor diría «Cary Grant es el personaje que inventé para ocultar a Archie Leach», una frase más rotunda todavía que aquella otra tan famosa: «Todo el mundo quiere ser Cary Grant. Incluso yo lo he deseado muchas veces».
Durante los años 40, 50 y 60, el elegantísimo y siempre impactante actor haría más de una docena de obras maestras entre las que estarían Historias de Filadelfia, Luna nueva, Arsénico por compasión, Encadenados, Me siento rejuvenecer, Tú y yo, Con la muerte en los talones o Charada. Historias, todas ellas, en las que sus personajes, a veces de manera más cómica y otras de manera más cínica, esconden un secreto, una doble intención o una personalidad para todos desconocida. Y es que el verdadero drama de Cary Grant, la verdadera paradoja de su existencia, fue que su auténtico yo se hallaba totalmente alejado de la imagen que proyectaba. Que Archibald Alexander Leach nunca le dejó del todo.