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19 de abril de 2024

In this photo made available by Teatro alla Scala, Friday, Dec. 8, 2006, Lithuanian soprano Violeta Urmana, left, playing Aida, and Hungarian mezzosoprano Ildiko Komlosi, playing Amneris, perform during Giuseppe Verdi's "Aida", at the Milan opera house, Italy, Thursday, Dec. 7, 2006. Film director Franco Zeffirelli was cheered and showered with roses on the opening night of his new production of Verdi's "Aida" at La Scala on Thursday night, making his triumphant return after a 14-year absence from the opera house where he first made his mark. The glitz and attention surrounding the Milan season opener underlines La Scala's return to the center of the cultural scene, not only in Italy, after several years marked by tension over the landmark opera house's management. (AP Photo/Marco Brescia/Teatro alla Scala)© RADIAL PRESS

La ópera Aida, protagonizada por la soprano Violeta Urmana, en el Teatro La Scala, en 2006GTRES

'Aida', más que la ópera de los 600 euros

La popular ópera de Verdi puede disfrutarse hoy mismo en los cines, en directo desde Londres, por 9 euros; o pagar 632 para verla el día de su próximo estreno, en el Teatro Real madrileño

Cuando el histórico Francesco Tamagno, el tenor al que Giuseppe Verdi le confió el estreno de su Otello, cantaba en La Scala, la gente acudía desde los barrios populares a recibirlo. Aquellas personas que no podían ni siquiera soñar con pagarse una entrada para verle actuar en el teatro, se arremolinaban al alrededor del carruaje del cantante simplemente para escucharle, si por casualidad hablaba con alguien. Aquel murmullo era lo más cerca que iban a poder estar alguna vez de apreciar el sonido de una voz que cautivaba a los públicos de medio mundo, incluido el del Real madrileño, donde el divo llegó a triunfar en más de una ocasión.
Hoy los tiempos han cambiado, o eso les gusta decir a quienes sostienen que la ópera es un espectáculo al alcance de cualquier bolsillo. Pero lo cierto es que quien desee, por ejemplo, asistir a la función inaugural de la Aida que el próximo día 24 se ofrece en el Teatro Real, si quiere sentarse en una de las localidades nobles, deberá apoquinar 632 euros, el triple que en cualquier otra gran capital europea. «Por suerte», hasta noviembre hay programadas otras 19 representaciones, en las que los precios para este tipo de entradas se «moderarán» hasta los 357 euros.
TENOR LUCIANO PAVAROTTI 2001 *** Local Caption *** Luciano Pavarotti, left, as Radames, Hao Jiang Tian, second right, as the King, and Olga Borodina, right, as Princess Amneris, perform during a dress rehearsal of Giuseppe Verdi's "Aida" Friday, Jan. 12, 2001, at New York's Metropolitan Opera. (AP Photo/Robert Mecea)

La ópera Aida, con la interpretación de Luciano Pavarotti, en el año 2001GTRES

Aunque también es cierto que se pueden llegar a adquirir a partir de 17, eso sí, en esos lugares recónditos del teatro donde no se asegura la visibilidad. Sus sufridos compradores tendrán que apelar a la imaginación, o simplemente cerrar los ojos y dejarse acariciar por las voces de algunos de los mejores cantantes de hoy, como el tenor Piotr Beczala, la soprano Anna Netrebko y el barítono Carlos Álvarez, tres ases indiscutibles de la lírica actual.
Hay otras opciones. Igual que aquella premonitoria canción de los 80, Video killed the radio star, el cine está haciendo un agujero en las taquillas de los teatros que más han apostado por la fórmula de retransmitir sus óperas a través de la gran pantalla, como el Metropolitan de Nueva York, que estos días vive una sangría de espectadores en su espacio natural, el conocido escenario del Lincoln Center. Pero es que la diferencia de precios, si se comparan por ejemplo con los del Teatro Real, es galáctica. Sin ir más lejos, hoy mismo, por solo 9 euros es posible acercarse a uno de los cines que en la comunidad madrileña ofrecerán en directo, a partir de las 19.45, la nueva producción de Aida que estos días se ha estrenado en la Royal Opera House de Londres.
Si se miden los equipos artísticos que Madrid y Londres han convocado ahora para sus respectivas funciones, la cosa anda bastante pareja. Porque si bien la capital cuenta con la baza inmejorable de la soprano rusa Anna Netrebko, que ha ampliado el número de sus actuaciones previstas, en Covent Garden (donde esta cantante se halla vetada por su tibio desmarque de Putin) tienen a uno de los dos o tres mejores directores de ópera del mundo, Sir Anthony Pappano. Y además, han apostado por una nueva producción a cargo de Robert Carsen, entre lo más granado de la dirección de escena actual, bien recibida en medios como The Guardian. Así que sin tener que decantarse necesariamente por una u otra (se podrá asistir a ambas), quienes se decidan hoy por la versión para el cine de Aida que proponen los británicos gozarán seguramente de un buen espectáculo, con sonido óptimo, sin necesidad de desplazarse demasiado y a unos precios razonables.
«Por sus (alemanas) venas corre siempre la antigua sangre goda; son de un orgullo desmesurado, duros intolerantes, desprecian todo lo que no sea germánico, de una rapacidad sin límites. Hombres de cabeza, pero sin corazón; raza fuerte pero incivil». De esa guisa, Giuseppe Verdi, uno de los grandes precursores de la nación italiana cuyas primeras óperas, con sus himnos patrióticos y exhortaciones a la lucha contra el enemigo invasor habían servido para inspirar a las fuerzas de Garibaldi en su lucha por la libertad, se explayaba a sus anchas sobre los alemanes en el contexto de la guerra entre Prusia y Francia, que a punto estuvo de malograr el estreno de su obra quizá más popular, Aida, previsto en Egipto.
Opera Aida is performed in front of the sphinx and the great Pyramids in Giza, Egypt, late Tuesday, Oct.5, 2010.

La ópera Aida, en el año 2010, en EgiptoGTRES

Las tropas prusianas, que habían llegado a instalarse en París, tenían requisados en los almacenes del edificio de la Ópera, donde se habían elaborado los decorados y el vestuario para la esperada nueva creación del responsable de Nabucco o La Traviata. Pero el pésimo juicio que el principal compositor italiano de su tiempo dispensaba a los teutones iba mucho más allá de un enfado por los inconvenientes que las ansias expansionistas del enemigo podían haberle ocasionado a su encargo, aguardado con enorme interés por la élite cultural tras un paréntesis creativo de cuatro años.
Con Aida, Verdi aspiraba a ponerle freno a otro avance igual de peligroso para él. En sus manos estaba (o eso pensaba) dejar testimonio de la primacía del gran melodrama italiano frente al impulso imparable en toda Europa del sinfonismo germánico, y de manera particular de las óperas de su desafiante rival, Richard Wagner. Sabía de lo que hablaba. Poco antes había realizado una escapada a Bolonia, partitura en mano, para asistir al estreno en Italia de Lohengrin, que no debió haberle cautivado en demasía según dejó escrito, aunque se tomara la molestia de realizar anotaciones en la partitura con la que acudió bajo el brazo y de absoluto incógnito. La subyugadora música wagneriana, con su efecto narcotizante en sus momentos de mayor elevación, ganaba adeptos día a día, y él no podía dejarse vencer, al menos, nunca en su patria.
Egipto pagó la fiesta, o más bien las potencias europeas que deseaban ofrecer allí su propia ración de «pan y circo» para preservar y extender su influencia en la zona. Aida se estrenó con gran boato en El Cairo, en diciembre de 1871, como se correspondía con la medida del encargo. Verdi ni se molestó en acudir pese a su elevada factura. Su vista estaba únicamente puesta en la prémiere que a él en verdad le importaba, aquella que tendría lugar poco después en La Scala de Milán, para la que realizó algunos cambios musicales, fundamentalmente uno: proveer de una buena pieza de lucimiento a su amante, la estupenda soprano Teresa Stolz.
Aida es una ópera de «voces», como estaba mandado, para dar la batalla en la guerra cultural del momento, un modelo de la gran tradición italiana que oponer a los cáusticos juicios de los partidarios de la llamada «música del porvenir», idealmente encarnada en los postulados de Richard Wagner, por oposición, un músico serio, en la línea de los Beethoven, Brahms, Berlioz, Weber, … que apreciaba en la gran orquesta la principal raíz generadora del drama musical moderno frente a los simples muñidores de edulcoradas melodías para la voz. Así se las gastaban los defensores del autor de Tristán e Isolda.
Opera Aida is performed in front of the sphinx and the great Pyramids in Giza, Egypt, late Tuesday, Oct.5, 2010.

La ópera Aida, en el año 2010, en EgiptoGTRES

Pero Aida representa mucho más que el simple último gran artefacto elaborado para el triunfo de los cantantes de turno, a los que Verdi somete a no pocos retos, como en él era habitual desde sus inicios. En esta obra, el compositor, en el que se aprecia casi mejor que en ningún otro la tarea de una búsqueda continua en la afirmación de un estilo propio que nunca rehúye nutrirse de la mejor tradición («regresemos a lo antiguo, será un progreso», fue el lema que acuñó precisamente durante ese tiempo), logra un equilibrio casi perfecto entre esas escenas grandes, de conjunto, de inmediato efecto para el público, como el final del Acto II, con la máxima depuración expresiva obtenida en momentos de una intimidad recogida, casi mística, de la conclusión.
No en vano, Hans Castorp, el protagonista de La Montaña Mágica de Thomas Mann, atesoraba entre su contadas grabaciones una del dúo final de los protagonistas de la obra, la esclava etíope, Aida, y el líder de los ejércitos egipcios, Radamés, en el que ambos se despiden de este mundo hostil con la idea de reencontrarse felizmente ante una instancia superior donde su amor pueda realizarse sin cortapisas. Esa música sublime, elevada, de inspiración camerística, se encuentra posiblemente entre lo mejor del todo Verdi. Sólo por escucharla una vez, en el teatro, vale la pena solicitar un préstamo o hasta empeñar el reloj heredado del abuelo. De lo contrario siempre queda el cine. Esta misma tarde, sin desperdicio.
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