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20 de abril de 2024

Portada de El Criterio, de Jaime Balmes, junto a un retrato del autor

Portada de El Criterio, de Jaime Balmes, junto a un retrato del autor

El Debate de las Ideas

El cofre del tesoro de Jaime Balmes

El Criterio de Jaime Balmes se puede leer como un libro de coaching y autoayuda… pero sin el habitual humo que acompaña este tipo de literatura

Jaime Balmes (1810-1848) fue un sacerdote y filósofo que mereció que Pío XII le calificara como «Príncipe de la Apologética moderna». No está nada mal si tenemos en cuenta la competencia. Teología, metafísica, lógica, historia, política, periodismo e incluso gestiones casamenteras (fracasadas) para solventar la fractura entre carlistas y liberales ocuparon su breve vida. Pero si hay una obra de Balmes que sigue apelándonos es la breve pero certera El Criterio.
Rebosante de sentido común y realismo (no hay que olvidar nunca la precisa máxima que guía todas sus reflexiones: «La verdad es la realidad de las cosas»), El Criterio se puede leer como un libro de coaching y autoayuda… pero sin el habitual humo que acompaña este tipo de literatura y, por el contrario, con muy sólidos fundamentos. No son escasos los empresarios, directivos y también los docentes que han descubierto en sus líneas provechosas enseñanzas para orientar su acción.
Si aún dudan sobre si conviene leerlo (o releerlo), aquí van algunos fragmentos para ir abriendo boca:
El buen pensador procura ver en los objetos todo lo que hay, pero no más de lo que hay. Ciertos hombres tienen el talento de ver mucho en todo, pero les cabe la desgracia de ver todo lo que no hay y nada delo que hay…Suelen ser grandes proyectistas y charlatanes.
El buen pensador procura ver en los objetos todo lo que hay, pero no más de lo que hay. Ciertos hombres tienen el talento de ver mucho en todo, pero les cabe la desgracia de ver todo lo que no hay y nada delo que hay…Suelen ser grandes proyectistas y charlatanes
El arte de pensar bien no se aprende tanto con reglas como con modelos
El primer medio para pensar bien es atender bien.
Donde hay orden, donde hay combinación, hay causa que ordena y combina; el acaso es nada.
La vida privada de un hombre sirve muy bien para conjeturar sobre su conducta en los destinos públicos. Quien en el trato ordinario no respeta la hacienda ajena, ¿creéis que procederá con pureza cuando maneje el erario de la nación?
Hay ciertas voces que, expresando una idea general, aplicable a muchos y muy diferentes objetos y en los sentidos más variados, parecen inventadas adrede para confundir. Todos las emplean, todos se dan cuenta a sí mismos de lo que significan, pero cada cual a su modo, resultando una algarabía que lastima a los buenos pensadores.
Hay ciertos entendimientos que parecen naturalmente defectuosos, pues tienen la desgracia de verlo todo bajo un punto de vista falso o inexacto o extravagante… Suelen distinguirse por una insufrible locuacidad. Apenas juzgan nada con acierto, y si alguna vez entran en el buen camino, bien pronto se apartan de él arrastrados por sus propios discursos.
No hay falta sin castigo; el universo está sujeto a una ley de armonía; quien la perturba sufre.
En el trato, en la literatura, en las artes, el excesivo deseo de agradar produce desagrado.
Le cuesta mucho al hombre parecer malo, ni aún a sus propios ojos; no se atreve, se hace hipócrita.
Desgraciadamente, de nadie huimos tanto como de nosotros mismos, nada estudiamos menos que lo que tenemos más inmediato y que más nos interesa. La generalidad de los hombres desciende al sepulcro, no sólo sin haberse conocido a sí mismos, sino también sin haberlo intentado.
Cuando la idea no tiene en su apoyo el sentimiento, la voluntad es floja; cuando el sentimiento no tiene en su apoyo la idea, la voluntad vacila, es inconstante.
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