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25 de abril de 2024

Santa Edith Stein, Patrona de Europa

Santa Edith Stein, Patrona de Europa

El Debate de las Ideas

Europa necesita una nueva aceptación de sí misma

Para sobrevivir, Europa necesita una nueva aceptación de sí misma, que sea a la par crítica y humilde, que haga justicia a sus raíces, profundamente cristianas

¿Qué le pasa a Europa? ¿Queda algo que esperar todavía de ella? Al final de su obra Tras la virtud, Alasdayr MacIntyre plantea tales interrogantes y brinda una fecunda línea de respuesta: «ante la edad oscura que ya cae sobre nosotros, no estamos esperando a Godot, sino a otro (aunque muy diferente) San Benito». He aquí su idea: ante la barbarie del monoculturalismo campante, repristinemos la figura del santo de Nursia. La opción que vislumbra el pensador irlandés no es la nostalgia del más rancio restauracionismo. Él apunta, de hecho, que ese san Benito redivivo será «muy diferente». En realidad, como bien apuntaba Ortega, la historia nos dice lo que no hay que hacer, por eso es pasado y no presente ni futuro. Sería, en suma, un grave error repetir a San Benito. Se trata, pues, de otra cosa. Pero, ¿de qué exactamente?
El papa Benedicto XVI reflexionó en forma cabal sobre estos asuntos. Quien no haya leído su conferencia en la Biblioteca del Senado italiano del 13 de mayo de 2004, tiene una asignatura pendiente y tendrá dificultades para alcanzar una comprensión realista de la situación a la que se enfrenta Europa. Su texto anuncia que si Europa quiere huir del fatal diagnóstico vaticinado por Spengler, es decir, si quiere escapar de la disolución que, según la lógica normal de las especies biológicas, le conducirá a una pronta extinción, debe cambiar rumbo. Europa es vieja y las soluciones a sus problemas tienen las complejidades de su edad. Ratzinger no propone, por ello, una medicina fácil. El historiador Toynbee había mostrado, en contraposición a Spengler, que sí hay manera de regenerar una sociedad decadente, pero que ello depende de «minorías creativas», capaces de despertar de nuevo el proyecto social que se había vuelto rancio. Así, concluye Ratzinger, la cuestión de las «minorías creativas» va de la mano con las posibilidades de rehabilitación de Europa.
Para sobrevivir, Europa necesita una nueva aceptación de sí misma, que sea a la par crítica y humilde, que haga justicia a sus raíces, profundamente ahondadas en el humanismo cristiano. Que esta conversión pueda darse dependerá, no de grupos de poder, no de las reivindicaciones de ciertas minorías alumbradas en una transcultura woke ajena a Europa, sino de un fermento nuevo, de una mínima semilla. He aquí la imagen de lo que san Benito hizo en su tiempo.
Pero el adjetivo que debemos poner a la palabra «minoría» es determinante. Ni la satisfecha, que se escuda en la «mística del fracaso», como si fuera estupendo ser pocos; ni la vergonzante, que se atemoriza y esconde; ni la estoica, que simplemente resiste con tenacidad. No se trata de esto. Aquí se aboga por la generación de pequeñas comunidades en las que el humanismo cristiano se haga vivible como familia, escuela, comunidad de vecinos, grupo de jóvenes o jubilados.
Sería largo y oneroso para el lector exponer aquí los vericuetos de esta lógica nueva de las minorías llamadas a transformar la vieja masa. Yo querría simplemente ofrecer unas palabras sobre un aspecto radical de la cultura europea que está siendo agredido y relegado y cuya regeneración debería producirse en estos fermentos creativos. Me refiero a la cuestión del matrimonio y la familia.
En la conferencia antes citada, Ratzinger identifica un punto radical en que se manifiesta la identidad europea: la concepción del «matrimonio monogámico, como estructura fundamental de la relación entre varón y mujer y al mismo tiempo como célula de la formación de la comunidad estatal». La fisonomía europea depende de tal modo de esta noción que «Europa ya no sería Europa si esta célula fundamental de su edificio social desapareciera o cambiara esencialmente». Recientemente, el papa Benedicto, en uno de sus últimos escritos, volvió a acusar el ataque a la familia con motivo de la legalización en dieciséis estados europeos de los así llamados «matrimonios homosexuales». No es un tema marginal en la regeneración de Europa. Al contrario, es la cuestión más grave para toda «minoría» que a día de hoy quiera ser creativa en la sanación de nuestra vieja Europa. Las pequeñas comunidades que acepten la lógica del matrimonio y la familia, que no se adocenen según el Diktat mediático y social, tendrán futuro y serán oasis donde podrá geminar nueva semilla. Aquí es importante, sin duda, la batalla visible en la gran pantalla o en los anchos ateneos sociales, pero es quizás más importante la generación de «arcas», de ecosistemas sanos, donde la lógica de la familia y del matrimonio pueda vivirse, donde los vínculos de amistad y de solidaridad soporten al menos sagaz, animen al débil, provean al ingenuo.
Hemos menester viveros en los que la verdad de la gran cultura europea, es decir, de la dignidad inalienable de la persona, de la familia y el matrimonio monogámico, de la primacía de Dios, pueda fácilmente arraigar a cierto resguardo de la intemperie social. No se trata, por tanto, de radicalizarse en una cultura de ghetto, sino de inventar hábitats familiares, con la lógica del fermento, que comuniquen por contagio la belleza de esta vida buena. Para las familias que quieran convertirse en «minoría creativa» es decisivo hacer alianza, leer y pensar juntos, generar cultura auténtica, establecer prácticas de cuidado mutuo, encontrar también amparo del imperio de la pantalla; dar carácter a espacios de trabajo que fomenten la natalidad; generar lugares de ocio.
Quiero recordar a este propósito una palabra de Edith Stein en la Epifanía de 1940. Ella dice que «los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia». La minoría creativa vive en general «una vida oculta», no gusta de figurar, no trabaja en clave de éxito, sino de mérito. Quizás por esto, precisamente, las ideas que aquí he expuesto se diferencian de ciertas visiones más políticas o mediáticas. Bien está que se proteste cuando haya que protestar. Pero la cuestión que aquí nos ha ocupado es más honda, es la generación de espacios familiares de humanidad y cultura, de pensamiento, de vida con mayúsculas.
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