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17 de mayo de 2024

Estatua de Chiquito de la Calzada en Málaga

Estatua de Chiquito de la Calzada en Málaga

Cinco chistes de Chiquito de la Calzada en su aniversario, el genio que cambió el vocabulario español

En el verano de 1994, el fenómeno del cantaor malagueño, reconvertido en contador de chistes, se extendió por España entera

Era 1994 y a Chiquito de la Calzada (Gregorio Hernández), cantaor flamenco desde la infancia, de 62 años, le contrataron para contar chistes en un programa de televisión, Genio y Figura, emitido en Antena 3, y presentado por el gran y malogrado mago y showman Pepe Carroll.
Era verano y era una buena idea. El espacio tenía un elenco variado y de calidad de contadores de chistes (entre ellos la hoy presentadora Paz Padilla), pero ninguno tenía la edad, ni el duende (flamenco), ni el aspecto, ni las formas únicas de quien se iba a revelar como un genio español de la materia.
Chiquito triunfó no por contar chistes graciosísimos (la mayoría eran malísimos), sino por su forma de contarlos. La gracia, el genio, era la forma: un dar vueltas a través de una representación nunca antes vista, moviéndose de un lado a otro, emitiendo onomatopeyas propias, frases surrealistas en diferentes tonos, singulares gestos y palabras inventadas que en muy poco tiempo se convirtieron, todas ellas, en un fenómeno popular. La gente caminaba como Chiquito, se movía y hablaba como él y trataba de imitarle en sus bromas y en su vida diaria. Durante décadas, y todavía hoy, sus maneras se siguen empleando.
Chiquito protagonizó películas, como un Elvis malagueño flamenco y con edad para convertirse en un mito. Su peinado, sus camisas de flores, su pantalón negro, sus botines de cantaor... todo le convirtió en un fenómeno que hizo de aquel verano de 1994 un tiempo distinto en el que todos los viernes salía Chiquito en la televisión y nadie se lo perdía.
Los humoristas aparecían sentados uno al lado del otro e iban saliendo a la palestra invariablemente, pero a pesar de la brillantez de sus compañeros, el público esperaba con ansia las intervenciones del ídolo que, al escuchar su nombre por boca del presentador, saltaba del asiento como un caballo de rejones como saltaba la risa del público al instante.
Chiquito de la Calzada movía un pie y España se desternillaba. Nunca importó que los chistes fueran malos. Todo el mundo lo sabía y todo el mundo deseaba que no acabara de contarlos nunca y que no acabara nunca de pronunciar todas esas palabras y frases, acompañadas de sus gestos («fistro», «¿te das cuen?», «¡Cobarde, pecador!», «¡al ataquerr...!», «Hasta luego Lucas»... y tantas otras), que se incorporaron alegremente al vocabulario español y hasta traspasaron fronteras, como si fuera un embajador lingüístico, cuando, por ejemplo, él tenista Carlos Moyá, finalista en el Open de Australia en 1997, dijo para terminar sus palabras en la ceremonia de premiación: «Hasta luego Lucas».
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