
Vino fermentado con crías de ratón (Guanzhou, China)
El Museo de la Comida Asquerosa de Berlín, el penúltimo y repugnante instrumento «woke»
Un vino fermentado con crías de ratón o bebidas hechas a base de orina de vaca son algunas de las «obras» expuestas en esta pinacoteca hedionda con intenciones ideológicas
Más que la descolonización de los museos, en casos como este urge la «sentidocomunización» de los museos. Qué sentido tiene exponer una bebida de orina de vaca o cócteles que mezclan vodka con el corazón latente de una serpiente cobra o un vino fermentado a base de crías de ratón lo saben sus creadores y los responsables culturales y administrativos. Según ellos es reflexionar sobre el asco en el Museo de la Comida Asquerosa (Disgusting Food Museum) en Berlín.
En la colección de comidas desagradables están representadas culturas de todo el mundo, que para muchas otras culturas de ese mismo mundo son simplemente repugnantes: Penes y testículos de toro cocidos (de China) o un queso pecorino de Cerdeña lleno de gusanos vivos para reflexionar y para vomitar, como muchos de sus visitantes hacen en las bolsas con las que se les recibe a la entrada.
«El asco es contextual»
Lo mejor es la explicación «artística»: «El asco es contextual. El asco es cultural. Nos gustan los alimentos con los que hemos crecido, pero las ideas sobre el asco pueden cambiar con el tiempo» o la teorización sobre lo nauseabundo en la idea y en la forma. Un asco absoluto de museo cuyos hacedores pretenden que los visitantes aprendan «sobre el asco individual». Sentir arcadas o directamente vomitar para aprender. ¿Qué valor se aprende en la inmundicia de oler un frasco lleno de trozos de pescado podrido?
La motivación del disparate, por supuesto, es ideológica. La ideología capaz de todo, lo «woke» introducido por todas partes y de las formas más inverosímiles. Un museo de comida asquerosa puede ser una de sus cumbres. El feísmo habitual llevado a los límites con la idea de que el planeta actualmente no puede sostener la producción de carne y por ello el ser humano debe considerar fuentes alternativas de proteínas, como los insectos y la carne cultivada en el laboratorio.
«Cambiar la percepción del asco»
El museo que dirige a la sociedad, partiendo de esa «idea», a no comer carne y sí beber esperma de caballo u orina de vaca. La conclusión es tan delirante como repulsiva, sectaria y totalitaria, definida terroríficamente como un «mecanismo evolutivo»: cambiar la percepción del asco para «ayudarnos a adoptar los alimentos ecológicamente sostenibles del futuro». Se trata de hacernos aprender que el asco es «relativo y contextual» para que, por ejemplo, no comamos jamón de bellota, pero sí perro a la parrilla en aras de todos los nuevos valores, desde el ecologismo a la diversidad y el relativismo frente a los valores clásicos, ahora también representados en los alimentos clásicos.