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El escritor Juan Gómez-Jurado en la entrevista con El Debate

El escritor Juan Gómez-Jurado en la entrevista con El DebateAlfonso Úcar

Juan Gómez-Jurado, el superventas español: «Soy un autor divertido, nunca he pretendido ser otra cosa»

El Debate entrevista a Juan Gómez-Jurado, el escritor español superventas que regresa a las librerías con Todo Muere

Juan Gómez-Jurado es un tipo singular, en el buen sentido de la palabra. De entrada, no se diría que tenga aspecto de escritor, pues uno se imagina al autor de una saga con millones de lectores casi como un erudito accediendo con toga en el palacete de la RAE.

El autor de la saga Reina Roja es otra clase de escritor, un escritor en futuristas zapatillas deportivas que se define como «un caniche bailarín» que recibe a los visitantes de una feria en cuyo interior se encuentran Vargas Llosa o García Márquez.

¿Quién es realmente Juan Gómez-Jurado? Por lo pronto es el responsable de uno de los mayores terremotos literarios que se han visto en España y que responde a las preguntas que le plantea El Debate en la sede madrileña de Penguin Random House para hablarnos de su última novela, Todo Muere, con la que pone fin al «multiverso» de Reina Roja

–Lleva más de 4 millones de libros del conjunto de su obra vendidos. ¿Cuál es el secreto?

–Ojalá lo supiera. De verdad te lo digo. Es una pregunta que no solo me haces tú, sino que con cierta asiduidad nos hacemos cuando me siento con mi editora, con Carmen Romero, y le empiezo a contar cuál va a ser mi siguiente novela.

Cubierta de 'Todo muere', de Juan Gómez-Jurado

Cubierta de 'Todo muere', de Juan Gómez-JuradoPenguin Random House

Soy malísimo contando una novela mientras la estoy escribiendo. Cuando digo malísimo, es malísimo. Soy incapaz de trasladar con palabras habladas lo que tengo en la cabeza, lo que estoy sintiendo. Y no sé en qué momento, mientras le estoy contando algo, hay veces en que la veo sonreír y dice: ‘Ah, mira, eso me gusta’. Pero siempre es una cosa distinta, así que no te diría que no hay un secreto per se, sino que, simplemente, cada vez que abordo cualquier cosa, intentamos que llegue un momento en que los dos sintamos emoción.

Y es verdad que incluso mientras estamos hablando, mientras nos estamos contando las cosas, de repente a mí se me ponen los vellos del brazo de punta y decimos: ‘Ah, mira’. Supongo que ‘emoción’ sería el resumen corto, lo que pasa es que, claro, necesitaría mucha más explicación de la que podemos tener en una entrevista. Tendríamos que estar hablando tres o cuatro horas.

–¿Cómo planteaste Todo Muere y el resto de la saga Todo Arde y Reina Roja? ¿Cuáles son las tripas de este proyecto literario?

–Hay una conversación, que creo que es una conversación clave en mi vida, que tengo yo con Rodrigo Cortés. Un día estábamos Rodrigo y yo hablando, ya hace más de 13 años…, nos gusta mucho tener conversaciones sobre cómo surgen las cosas, por qué existen las cosas, cuál es la mecánica detrás de las historias, hasta tal punto que incluso grabamos un podcast juntos, Todopoderosos. Y él me dijo, hablando de las novelas de misterio que nos gustaban a los dos, y de aquellas que teníamos en común, me dijo que ninguna solución de un misterio, nunca, es superior a su planteamiento. Y esa frase, que me pareció incluso un poco maximalista, estaba deseando rebatírsela enseguida, porque te están diciendo de alguna forma que lo que tú haces, que a lo que tú te dedicas, tiene per se una caducidad.

Juan Gómez-Jurado, autor de Todo Muere

Juan Gómez-Jurado, autor de Todo MuereAlfonso Úcar

Me explico: si tú lees Asesinato en el Orient Express, la primera vez que la lees lo haces lleno de intriga. La segunda ya no, porque es imposible escapar del hecho de que sabes perfectamente quién es el culpable. Además, el culpable, en este caso, no es un nombre. De un nombre a lo mejor te olvidas de una novela a otra, pero cuando sabes nítidamente que son todos… ¿Quiénes le mataron?: ¡Todos! Ese ‘todos’ es inescapable.

Me di cuenta de que tenía razón, de que filosóficamente había algo dentro de ese planteamiento que me resultaba molesto. La valía convierte de alguna forma el misterio del género en algo…, no sé si menor, pero como mínimo de lo que se puede sacar menos aprovechamiento.

Entonces pensé: ¿Sería posible revertir esa situación de alguna forma? ¿Sería posible que tú tuvieras una novela con un significado y un significante? Significante es la novela y significado es lo que obtienes cuando tú has llegado al final. Que, al llegar al final de esa historia, te obligará a releerla, porque el significante sigue siendo el mismo, pero el significado ha cambiado.

¿Y si pudiéramos hacer eso más de una vez? ¿Y si existiera un libro con su significante y su significado al cual pusieras algún otro que tuviera otro significante y otro significado, pero cuyo significante modificara el significado del libro anterior y así sucesivamente?

¿Que existiera una serie de libros sin número, sin orden transparente para los lectores, que no se les dijera a los lectores que estaban relacionados entre sí y que se lo fueran encontrando simplemente porque existiera un juego metaliterario que les obligara de alguna forma a ser partícipes de ese secreto, aunque ellos no se dieran cuenta?

Es decir, confiando por completo en que sucediera una cosa sobre la que tú no tenías ningún control porque tenía que pasar fuera. O sea, tenía que suceder primero la experiencia de lectura, y después ver qué es lo que hacía el lector con eso.

Confiar en una tirada de dados, desde un punto de vista marketiniano, completamente absurda. Porque estaba hípersostenida en el tiempo al ser tan larga y al depender de tantísimos factores. Simplemente estabas lanzando una moneda al aire a ver qué pasaba.

De hecho, el jefe de mi editora, Juan Díaz, me dijo: ‘Vamos a hacerlo, pero esto no va a funcionar. Hay que hacer las cosas para que las entienda un señor de Badalona’. Y yo decía: ‘Bueno, pues a lo mejor funciona, o a lo mejor no’. No teníamos ni idea de qué es lo que iba a suceder.

Y así empezó a suceder el universo Reina Roja: primero El Paciente y Cicatriz, y después Reina Roja, que tenía que ver con el primero. El segundo de la trilogía. Tenía que ver con uno anterior que nadie había dicho que era una precuela, pero lo era, y solo se alcanzaba esa capa de significado si habías leído los dos en determinado orden…, y si volvías hacia atrás, sin embargo, estabas leyendo libros distintos... Y eso ha ido sucediendo con todos los libros de la saga.

Llegó un momento en el que no nos quedó más remedio, porque era tanta cantidad de gente la que era consciente de lo que estaba sucediendo, que decirlo. Y eso fue en el anterior libro. En Todo Vuelve. Y dijimos: ‘Sí, efectivamente, tenéis razón. Todo lo que ha estado pasando hasta aquí formaba parte del universo Reina Roja’. Pero los lectores se sintieron cómplices desde el principio, cosa que tampoco tenía que haber pasado, porque El Paciente, que era necesario casi para el entendimiento de Reina Roja, fue un fracaso absoluto. Sin embargo, los lectores se iban hacia atrás ellos solos. Nadie sabe muy bien cómo, pero lo hacían. Y aquí estamos. No tengo una gran participación en esto. Me explico: el éxito ha sido totalmente exógeno.

–En el universo Reina Roja y Todo arde se percibe una crítica al sistema. ¿Tiene tu obra una lectura política?

–Todo en el mundo tiene una lectura política. Un enchufe tiene una lectura política. La chaqueta que llevas, el jersey que yo llevo, también lo tiene. Todo lo podemos leer en clave de política, porque somos ciudadanos que vivimos en sociedad, así que por ende lo podemos hacer. Pero, por mi parte, jamás hay esa intención. Primero, porque no soy lo bastante listo como para tener ningún tipo de mensaje. Y lo segundo, porque el escritor, en este caso yo, es completamente irrelevante. Cuanto más desconectado esté de la obra, mejor.

Lo único que importa es lo que piensan los personajes acerca de las cosas, y cada uno de mis personajes piensa cosas distintas acerca del mundo. Estoy seguro de que Aura, Sere y Mari Paz, cada una de ellas votan un partido político distinto, que yo me puedo imaginar cuál es. Pero no es relevante para mí. Lo único importante es lo que hacen ellas entre sí con las cartas que tienen, cómo las juegan.

Gómez-Jurado ha vendido millones de ejemplares de sus libros

Gómez-Jurado ha vendido millones de ejemplares de sus librosAlfonso Úcar

Luego, las lecturas, que cada lector haga la suya. Al fin y al cabo, este es el secreto. Tú escribes sólo la mitad del libro. Javier Cercas decía en su discurso de ingreso en la Real Academia una cosa brillantísima, que pensé: ‘Joe, qué cabrón. Ojalá se me hubiera ocurrido a mí’, que es que un libro es una partitura, y el lector es quien la interpreta.

Yo lo explico como que yo hago la mitad del libro, tú haces la otra mitad. Y tú tienes unas experiencias, unos conocimientos, unas lecturas, una edad determinada: se te ha muerto gente, te has casado con gente, has perdido a gente por el camino y no vas a leer tú igual el libro que mi hijo de 20 años ni que una señora de 74. Lo que lo que sucede con los libros es que cada lector hace lo que quiere con ellos. Eso está bien.

–Con Todo Muere cierras la serie de Reina Roja

–¡Cierro el círculo! Es que insistís en que cierro la serie cuando yo digo que cierro el círculo. Pero bueno, adelante.

–De acuerdo, cierras el círculo. ¿Sientes algún tipo de síndrome de abstinencia?

–Eso me pasaría si no tuviera si el viernes un rodaje de la segunda temporada de Loba Negra. Sigo dentro del universo Reina Roja. Primero, porque está existiendo en más sitios. Y luego por porque cada día los lectores me hacen partícipe de su viaje leyendo Reina Roja. Creo que, aunque haya llegado un punto necesario en mi carrera como autor de hacer una pausa y de involucrarme en otros proyectos, los lectores están haciendo su propio viaje, hacen su propio camino y, lógicamente, de alguna forma me hacen partícipe de él. No, por ahora el síndrome de abstinencia no existe.

–Tu obra se ha definido de literatura popular. ¿Calidad y entretenimiento están reñidos?

–El problema fundamental de la pregunta es que, sin ser una pregunta capciosa, ni ser una pregunta tramposa, produce una respuesta de forma natural en la cual es imposible contestar sin quedar como un absoluto cretino, porque inmediatamente tendría que hablar de libros con calidad contrastada y muy entretenidos que harían parecer que me estoy comparando con ellos.

Con lo cual, me pones en un compromiso. Tengo que hablar de una manera relativamente abstracta. La respuesta corta es: no. La respuesta más larga es: qué más da. Porque lo único importante, en realidad, para mí..., porque yo soy quien soy, soy el autor que soy: no soy Javier Marías, no soy Millás, ni siquiera Rosa Montero, que es un ejemplo maravilloso de calidad y entretenimiento al mismo tiempo.

Lo que soy es un autor divertido, y no he pretendido nunca ser otra. No tengo ni ganas de perdurar, ni necesidad de reconocimiento de ningún sitio. Lo único que pretendo es que el lector, cuando coja uno de mis libros, se lo pase maravillosamente bien.

Yo antes que escritor soy lector. El escritor es un 99 % de lector al cual le aparece un 1 % que le dice: ‘Uy, tengo tantas historias dentro que tengo que sacarlas’. Pero si no me dedicara a escribir libros, lo siguiente que haría sería dedicarme a hablarle a otras personas de lo mucho que me gusta la lectura.

Entonces, la manera que he encontrado de comunicar a otros mi pasión absoluta por la palabra escrita, mi pasión absoluta por la sensación que uno tiene leyendo es contando historias yo también. Historias que a mí me hubiera encantado leer cuando yo tenía 13 años y estaba leyendo literatura popular: El Señor de los Anillos, La Isla del Tesoro, Cementerio de animales, La tabla de Flandes...

Todos esos libros son, en su origen, literatura popular. No me estoy comparando ni con Tolkien, ni con Stephen King, ni con Robert Louis Stevenson, ni con Arturo Pérez-Reverte. Nunca se puede hacer ese tipo de comparaciones, pero sí puedo hablar de las sensaciones y esas sensaciones que yo tenía cuando era un crío y que me dijeron: ‘Esto es lo mejor del mundo, esto es lo mejor que se puede hacer en la vida, vivir otras vidas, crear otros mundos e intentar trasladárselo a los demás’. Y ahí termina todo.

El otro día alguien, haciéndome esta misma pregunta, le respondí que yo era un caniche bailarín a la entrada de la feria, y dentro de la feria tú tienes a García Márquez, a Vargas Llosa, a Rosa Montero, a Alice Munro, a Iris Murdoch... Pero tú no puedes poner las partes más difíciles del circo en la entrada. No puedes poner a gente haciendo tirabuzones en el aire, pero sí puedes poner al caniche con sombrero.

–Vivimos en el auge de la Inteligencia Artificial, Chat GPT, etcétera. ¿Cómo crees que puede afectar a la labor del escritor y a la del lector?

–Tengo tres respuestas a esto. La primera es la piel: los robots no tienen. No es un problema porque no se va a ver a ver el fallo. Y el fallo es importante. Te lo voy a explicar con un ejemplo de imagen que creo que a lo mejor me explico mejor.

Si tú ves Pinocho de Guillermo del Toro, que es una película en stop motion. Esa película se podía haber hecho en tres dimensiones y utilizando CGI, pero no está eso. Lo que está es un montón de gente cogiendo plastilina y otro tipo de materiales y moviendo algo y consiguiendo fisicidad.

Y hay personas que han tomado decisiones, que han descompuesto el mundo en fotogramas y han dicho: “Ahora vamos a mover esto a 24 fotogramas por segundo. Y se equivocan cuando mueven el brazo y a veces dejan la huella dactilar en la cara de Pinocho o en un brazo. Y tú lo estás viendo a poco que te fijes un poco, que eso entra y sale. Pero está vivo. Ahí hay humanos.

Cuando tú entregas eso a un modelo de inteligencia artificial, hay algo que se ha perdido por el camino. De la misma forma que se habla en los videojuegos de que existe el ‘valle inquietante’, que es cuando tú reproduces un ojo, te das cuenta cuando lo ves que eso no es de verdad. Porque tenemos algo que nos permite darnos cuenta de que ahí falla algo.

Esa es la respuesta de la piel. La respuesta del profesional es no sé, no tengo ni puta idea.

Y la respuesta del compañero periodista es que en este mundo en el que nos encontramos la mayor cuestión ética que deberíamos hacernos todos desde que nos levantamos por la mañana es principios versus conveniencia.

Me explico. Cuando un periodista piensa en la inteligencia artificial, y pensando solo en un corto plazo, en cinco años, que en tecnología es inmenso, no nos cuesta nada imaginarnos que una persona que escribe puede ser reemplazada por un algoritmo.

Y decimos: 'No, eso no es posible. No nos gusta'. A mí no me gustaría estar sentado delante de la pantalla de un ordenador con un modelo de inteligencia artificial haciendo esta entrevista, porque tendría la sensación de que estoy hablando con la nada.

Cuando hemos llegado a este punto, y hemos convenido todos en esto, la siguiente pregunta es: ¿por qué –si entendemos esto de manera muy fácil, de manera muy nítida, muy sencilla, de manera clara y rotunda, que nos debemos a los lectores y a su inteligencia, y que hay que apelar a la inteligencia del lector– por qué lo siguiente que hacemos como profesión es rendirnos al algoritmo convirtiendo nuestros titulares en cosas que apelan a las emociones más bajas del lector y a la reacción negativa?

¿Por qué si no queremos que nuestro mundo se convierta en un mundo dominado por la inteligencia artificial, estamos siempre escogiendo el peor titular posible para provocar un retuit, una respuesta negativa del lector?

Creo que no he dicho ninguna estupidez en esta entrevista. Seguramente, sí. Digo ninguna estupidez retuiteable. Pero he visto tantas veces cómo me lo hacían a mí o a otras personas que me ha llevado a esta reflexión. ¿Por qué estamos entregándonos al algoritmo? Si estamos haciendo esto ahora, estamos poniéndonos en manos de aquellos que el día de mañana van a hacer de este mundo un lugar peor.

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