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Andrés Amorós
Lecciones de poesíaAndrés Amorós

Rubén Darío (1867-1916): las grandes preguntas que a todos nos angustian

Con Rubén Darío por primera vez, Hispanoamérica se adelantaba entonces a España en un movimiento estético

Actualizada 09:51

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Rubén Darío en 1915

En el año 1892, con motivo del centenario del Descubrimiento de América, vino a España por primera vez el nicaragüense Rubén Darío. Fue Rubén el que dio forma definitiva en castellano y trajo el modernismo: la gran renovación poética, basada en el parnasianismo y en el simbolismo francés. Por primera vez, Hispanoamérica se adelantaba entonces a España en un movimiento estético.

Reaccionaba el modernismo contra el realismo prosaico decimonónico; despreciaba lo vulgar, perseguía la belleza y la musicalidad. Lo dijo Verlaine: «La música, ante todo».

Buscaba Rubén un estilo «sentimental, sensible, sensitivo». Fue un gran renovador de las formas poéticas: su extraordinaria facilidad para el ritmo y para la rima le permitió emplear todos los versos y estrofas, aún los de mayor dificultad.

Incluso intentó adaptar al castellano las series rítmicas de la poesía clásica grecolatina, en la popularísima Marcha triunfal, que agrupa versos de distinta medida, unidos por la musicalidad:

  • «Ya viene el cortejo. Ya viene el cortejo.
    Ya se oyen los claros clarines,
    la espada se anuncia con vivo reflejo.
    Ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines».

Sus tres libros principales marcan sus tres etapas: Azul (1888) significa la iniciación del modernismo; Prosas profanas (1896), su cumbre; Cantos de vida y esperanza (1905), la superación del modernismo, en busca de una mayor hondura.

En un libro magistral, Pedro Salinas –gran poeta y gran crítico– ha señalado que el erotismo es el tema esencial de la poesía de Rubén Darío:

  • «Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
    el ser y con la tierra y con el cielo,
    con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;
    amar por toda ciencia y amar por todo anhelo».

Canta Rubén sin disimulos la «carne, celeste carne de la mujer». Proclama rotundamente: «La mejor musa es la de carne y hueso». Llega así a una concepción panerótica del mundo.

Pero la experiencia le va haciendo descubrir que el placer no da la felicidad y que el deseo de gozar no se sacia nunca:

  • «Venus desde el abismo me miraba con triste mirar».

En el horizonte del poeta va apareciendo la herida del tiempo, la caducidad de todo lo terreno:

  • «Gozad del sol, porque mañana
    estaréis ciegos.
    Gozad de la carne, ese bien,
    que hoy nos hechiza
    y después se tornará en
    polvo y ceniza».

Reflexiona Rubén sobre el dolor, con impresionante concisión:

  • «La vida es dura, amarga y pesa».
    En sus poemas, aparece ya la muerte:
    «Vamos a morir, Dios mío,
    Vamos a morir (…)
    Vamos al reino de la muerte
    por el camino del amor».

Su voz se ha ido desnudando de toda retórica. Alcanza una de las más conmovedoras declaraciones de amor de la lengua castellana:

  • «Lazarillo de dios en mi sendero,
    Francisca Sánchez, acompáñame».

Todo este viaje interior culmina simbólicamente en el poema Lo fatal. Plantea, en él, Rubén algunos de los mayores enigmas. Se supone que los seres humanos buscamos el conocimiento, la sabiduría, la verdad. ¿O no será más cierto que lo que buscamos, a través de todo eso, es la felicidad? Surge entonces la inevitable pregunta: la sabiduría, ¿nos ayuda a ser más felices o, por el contrario, nos hace más desgraciados?

Ya el Eclesiastés sentenciaba que ese deseo de conocimiento forma parte también de la inmensa «vanidad de vanidades»:

  • «Porque, donde abunda la sabiduría, abunda el sufrimiento; a más ciencia, más dolor».

En Lo fatal, Rubén formula una escala implacable: envidia a la piedra, que nada siente; al árbol, apenas sensible; al animal, que vive pero sin plena conciencia. Con lúcido pesimismo, nos muestra que esa conciencia trae consigo la pesadumbre. Pero, a la vez, la conciencia es lo que nos convierte en seres humanos…

Hasta el final –dice el poeta– nos arrastran tendencias opuestas: nos sigue tentando la carne cuando la tumba ya nos está aguardando…

Desemboca el poema en dos versos de estremecedora sencillez, que resumen todo nuestro drama:

  • «Y no saber a dónde vamos
    ni de dónde venimos».

Desde el comienzo de los tiempos hasta hoy, son las grandes preguntas que han angustiado siempre a los seres humanos.

Lo fatal

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo

y más la piedra dura, porque ésa ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.


Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

y el temor de haber sido y un futuro terror…

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

y sufrir por la vida y por la sombra y por


lo que no conocemos y apenas sospechamos,

y la carne que tienta, con sus frescos racimos,

y la tumba que aguarda, con sus fúnebres ramos,

y no saber a dónde vamos,

ni de dónde venimos…

  • Rubén Darío.

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