Rubén Darío (1867-1916): las grandes preguntas que a todos nos angustian
Con Rubén Darío por primera vez, Hispanoamérica se adelantaba entonces a España en un movimiento estético

Rubén Darío en 1915
En el año 1892, con motivo del centenario del Descubrimiento de América, vino a España por primera vez el nicaragüense Rubén Darío. Fue Rubén el que dio forma definitiva en castellano y trajo el modernismo: la gran renovación poética, basada en el parnasianismo y en el simbolismo francés. Por primera vez, Hispanoamérica se adelantaba entonces a España en un movimiento estético.
Reaccionaba el modernismo contra el realismo prosaico decimonónico; despreciaba lo vulgar, perseguía la belleza y la musicalidad. Lo dijo Verlaine: «La música, ante todo».
Buscaba Rubén un estilo «sentimental, sensible, sensitivo». Fue un gran renovador de las formas poéticas: su extraordinaria facilidad para el ritmo y para la rima le permitió emplear todos los versos y estrofas, aún los de mayor dificultad.
Incluso intentó adaptar al castellano las series rítmicas de la poesía clásica grecolatina, en la popularísima Marcha triunfal, que agrupa versos de distinta medida, unidos por la musicalidad:- «Ya viene el cortejo. Ya viene el cortejo.
Ya se oyen los claros clarines,
la espada se anuncia con vivo reflejo.
Ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines».
Sus tres libros principales marcan sus tres etapas: Azul (1888) significa la iniciación del modernismo; Prosas profanas (1896), su cumbre; Cantos de vida y esperanza (1905), la superación del modernismo, en busca de una mayor hondura.
En un libro magistral, Pedro Salinas –gran poeta y gran crítico– ha señalado que el erotismo es el tema esencial de la poesía de Rubén Darío:
- «Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
el ser y con la tierra y con el cielo,
con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;
amar por toda ciencia y amar por todo anhelo».
Canta Rubén sin disimulos la «carne, celeste carne de la mujer». Proclama rotundamente: «La mejor musa es la de carne y hueso». Llega así a una concepción panerótica del mundo.
Pero la experiencia le va haciendo descubrir que el placer no da la felicidad y que el deseo de gozar no se sacia nunca:
- «Venus desde el abismo me miraba con triste mirar».
En el horizonte del poeta va apareciendo la herida del tiempo, la caducidad de todo lo terreno:
- «Gozad del sol, porque mañana
estaréis ciegos.
Gozad de la carne, ese bien,
que hoy nos hechiza
y después se tornará en
polvo y ceniza».
Reflexiona Rubén sobre el dolor, con impresionante concisión:
- «La vida es dura, amarga y pesa».
En sus poemas, aparece ya la muerte:
«Vamos a morir, Dios mío,
Vamos a morir (…)
Vamos al reino de la muerte
por el camino del amor».
Su voz se ha ido desnudando de toda retórica. Alcanza una de las más conmovedoras declaraciones de amor de la lengua castellana:
- «Lazarillo de dios en mi sendero,
Francisca Sánchez, acompáñame».
Todo este viaje interior culmina simbólicamente en el poema Lo fatal. Plantea, en él, Rubén algunos de los mayores enigmas. Se supone que los seres humanos buscamos el conocimiento, la sabiduría, la verdad. ¿O no será más cierto que lo que buscamos, a través de todo eso, es la felicidad? Surge entonces la inevitable pregunta: la sabiduría, ¿nos ayuda a ser más felices o, por el contrario, nos hace más desgraciados?
Ya el Eclesiastés sentenciaba que ese deseo de conocimiento forma parte también de la inmensa «vanidad de vanidades»:
- «Porque, donde abunda la sabiduría, abunda el sufrimiento; a más ciencia, más dolor».
En Lo fatal, Rubén formula una escala implacable: envidia a la piedra, que nada siente; al árbol, apenas sensible; al animal, que vive pero sin plena conciencia. Con lúcido pesimismo, nos muestra que esa conciencia trae consigo la pesadumbre. Pero, a la vez, la conciencia es lo que nos convierte en seres humanos…
Hasta el final –dice el poeta– nos arrastran tendencias opuestas: nos sigue tentando la carne cuando la tumba ya nos está aguardando…
Desemboca el poema en dos versos de estremecedora sencillez, que resumen todo nuestro drama:
- «Y no saber a dónde vamos
ni de dónde venimos».
Desde el comienzo de los tiempos hasta hoy, son las grandes preguntas que han angustiado siempre a los seres humanos.
Lo fatal
y más la piedra dura, porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta, con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda, con sus fúnebres ramos,
y no saber a dónde vamos,
ni de dónde venimos…
- Rubén Darío.
Otras lecciones de poesía:
- Francisco de Quevedo: A una nariz.
- San Juan de la Cruz: Noche oscura del alma.
- Esperando la Navidad: Magnificat / El canto de la Sibila.
- Lope de Vega: Soneto 126.
- Pedro Muñoz Seca: La venganza de don Mendo.
- Francisco de Quevedo: Soneto de amor.