El barbero del Rey de Suecia
La curiosidad
Miguel Martínez (Madrid, 1982) ha ganado el prestigioso premio Leonor, de bellísimo nombre, en su XLIII edición con Hermano pulpo. El libro ha sido publicado por la Diputación de Soria. Martínez es profesor de Filosofía en Bachillerato y cuenta con varios títulos anteriores. El primero, Mis pies de mono (2014). El segundo paso evolutivo lo dio en 2016, cuando ganó el Premio Ciudad de Badajoz con su segundo libro, Viajes a una fresa. En 2020, obtuvo el Premio Internacional de Poesía Jorge Manrique con su tercer libro, Filosofía de la cuchara. Tomo nota de su bibliografía porque la lectura de Hermano pulpo me ha inoculado el deseo de echarle mis tentáculos a los pies del mono, a la fresa viajera y a la cuchara metafísica.
Aunque el título pulpérrimo sugiera acentos franciscanos, no son los predominantes en este libro divertidísimo y juguetón, pero hondo, casi abisal. Su verdadera temática es la curiosidad constante y agradecida ante el mundo. Nada de lo humano, animal, vegetal ni mineral le es ajeno, ni la nada misma. Titula un poema: «La curiosidad salvó al niño», contraponiéndolo con la creencia general de que, en cambio, mató al gato. El libro va dedicado a su padre, que fue la víctima de sus preguntas insaciables. Aunque nos distraiga del verdadero asunto, que es esa curiosidad universal, el título del pulpo está muy bien puesto porque recalca la llamativa hermandad entre los seres vivos, porque destaca un poema especialmente logrado, porque nos avisa de esa querencia a las greguerías de todo el libro, y, por último, porque, además y sobre todo, despierta nuestra curiosidad.
El asombro del poeta crece ante los descubrimientos de la ciencia, que se comentan con un sentido del humor que no empaña la seriedad de fondo. Chesterton ya había dicho que divertido no era lo contrario de lo serio, sino lo contrario de lo aburrido y de nada más. Martínez tiene ecos chestertónicos. Como el gran inglés parece pensar que «solo una cosa es necesaria: todo» en ese afán por escudriñar y celebrar cada esquina de la Creación. El poema de «El pez» de Chesterton es hermano del «Hermano pulpo» de Martínez.
Pero hasta ahora he podido dar la impresión de que su curiosidad es sólo zoológica cuando había dicho que era metafísica, mineral, vegetal, animal y humana. También histórica. Escribe: «Para que yo naciera / dos adolescentes neandertales –saludos desde aquí– / se amaron bajo la santa luz de alguna cueva». Sigue en ese poema el molde del famoso texto de Ángel González, pero no teme al final anticlimático: «Para que yo naciera / han hecho falta tantas cosas… / Y sin embargo para que yo me muera / bastaría un simple / res / ba / lón». Y entonces uno recuerda que el poema se titulaba «Voy andando junto a un acantilado sin quitamiedos». Él no tiene miedo al simple chiste, pero da más que un chiste.
Hay poemas que se salen de madre (aparentemente) como el dedicado a un pollito de la infancia, pintado de azul, y que termina siendo un texto estremecedor sobre la muerte de su madre. Tras una aparente frivolidad, subrayada por cierto descuido formal, late una sabiduría poética capaz de decir lo que no dice. En este poema, que la muerte de la madre tampoco estaba dentro del orden de las cosas.
La novedad de los poemas de Miguel Martínez no es lógica ni semántica, sino de la invención o planteamiento del poema. Es la manera más creativa de ser original. Romper la lógica es fácil y alterar la sintaxis está al alcance de cualquier vanguardista, pero dar con un enfoque inédito, no.
La tradición la ama tanto que puede permitirse ser confianzudo. Un buen ejemplo es «Los pájaros de Juan Ramón», de una complejidad maravillosa. Frente a JRJ que habló de que, tras su muerte, los pájaros seguirían cantando, Miguel Martínez precisa, con tanto descaro como respeto: «Las golondrinas cinco veranitos / los humildes gorriones tres años / los afortunados jilgueros ocho primaveras / ese mirlo tan solo veinte meses. / Tú, Juan Ramón, viviste 77 años […] Debiste de decir la luna, el sol o las estrellas». El lector ya sabe que JRJ hablaba de otra cosa, pero se sonríe ante esta importancia personalizada que Martínez da a cada pájaro en particular.
Hace otro homenaje a Wislawa Szymborska, tan influyente en esta concepción de la poesía. Queda claro en la emoción, la eficacia, y la plasticidad de sus comparaciones nada poéticas en apariencia: «Hay días en que todo tiene un abrefácil / y la vida es sencilla y amable / … / como un boli que pinta a la primera». Tiene el don de la contemplación, que nos hace mucha falta a los lectores para aprender a sorprender maravillas en la vida cotidiana.
Y para enfrentar los momentos duros, como hace el poeta frente al envejecimiento y la enfermedad de su padre. En un poema al alzhéimer propone un estremecedor juego de espejos. Recuerda la primera vez que él dijo «papá» y se pregunta por la última vez que su padre dirá la palabra «hijo». Esa circularidad es un abrazo.
El tono conversacional, la puntuación despeinada o una aparente poca pretenciosidad no nos deben engañar. Miguel Martínez, tan curioso, sabe lo que hace. Se confiesa en el breve poema «El don de la poesía», que lo dice todo: «Tendrás dos alas grandes / azules y distintas / pero solamente rotas, sucias y desplumadas / serán capaces de volar». He recogido algunos de sus aleteos a modo de muestra de su vuelo:
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[Tras explicar todo lo que hermana al poeta con el pulpo, termina el poema] ¡¡Octoabrázame!!
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[Gastroscopia] Dentro de mí cualquier cosa / menos yo.
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[Una hermosa descripción de la felicidad] Te despiertas 5 centímetros más alto / te cunde la mañana y tienes planes / para convertirte en algo similar / a un ser humano […] y vas dejando un reguero de endorfinas por la acera […] y es un planazo ser Miguel Martínez
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Las madres por dentro son amplísimas / y pasé tanto tiempo allí metido / que aprendía a leer en su cerebro / iba al cine de sus ojos tristes / y era su corazón el universo.
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…la jirafa / es una emperatriz de otra galaxia.
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[En la Prehistoria] Existen el frío, el hambre, la tristeza /pero no existen todavía esas palabras.
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[El beso, desde su origen prehistórico] seguimos boca a boca traspasándonos / un alimento imaginario.
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Mira las nubes deslizarse como patos.
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A veces vuelvo de mi viaje al mundo / con mi disfraz de adulto hecho jirones / y paseo por el vientre de mi madre, allí el tiempo se detiene…
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…porque las camas son / ensayos de la tumba / pero todos los sofás obviamente / son el vientre de nuestra madre.
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Esa mutua fascinación / que sienten los nietos y los abuelos.
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[A los virus] …no llegáis a la suela del zapato de la pulga / el ala de la mosca os da mil vueltas / el pulpo es un dios que no comprenderíais.
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¿Dónde vais con tanta prisa, hijos? / No sabemos, papá, / no sabemos. [Son los tres versos finales.]