Presentación del libro de Enrique García-Máiquez
«Escribir un diario te permite conservar los tesoros de la vida que se te olvidan»
García-Máiquez ha presentado su nuevo diario: «Contentamiento de haber nacido»
Quienes leen a Enrique García-Máiquez creen que saben de él bastante; se piensan que es alguien previsible, leal al guion de hidalguía y de pater familias más fiado a la Providencia y al laissez faire que a la vigilancia disciplinaria de la prole e hiperprotección tan extendida en nuestros días.
Sin embargo, la lectura de sus diarios (hay quienes sólo le miran sus tuits, sus artículos e incluso sus poesías) permite adentrarse mejor en quién es, de veras, este autor, profesor, marido, y cuál es su voz, su manera de expresar lo que sucede y lo que le sucede.
Para presentar su cuarto y nuevo diario, se ha desplazado hasta Madrid. Ha sido también el arranque de una colección llamada Ibarra Real (editorial Homo Legens), que responde, en cierta medida, a una propuesta del propio García-Máiquez.
Ibarra Real es la tipografía que empleará esta colección de orientación literaria; se trata de la que se usó en la edición más célebre de El Quijote (aparece en la novela de Pérez-Reverte El club Dumas, adaptada al cine como La novena puerta), a cargo del impresor Joaquín Ibarra (1771 y, sobre todo, 1780).
Como dice García-Máiquez (que la emplea en sus propios documentos), es la «única tipografía española», frente a las Garamond (francesa) o Bodoni (italiana), y se puede descargar gratis en Internet.
En preparación ya tienen El campamento de los santos, de Jean Raspail, libro conocido hasta la fecha en España por el título El desembarco. Una novela de 1973 que, en lo referente a la inmigración en Europa, anticipaba el día en que nos hallamos y en que quizá nos hallaremos en breve.
El guerrero de la propia voz
Como es habitual, García-Máiquez ha comenzado la presentación dejando de lado el agua e incluso la cerveza que le han ofrecido, «El que sólo bebe cerveza se la merece», ha citado a Mario Quintana, cuya obra le resulta grato traducir, y ha degustado el fino con el que suele viajar.
En una charla con Kiko Méndez-Monasterio --«nos une una amistad antiquísima», dice este--, el autor de estos dietarios sin fechas anotadas recorre las lindes que hay entre ser conservador y ser reaccionario, y admite que el título de este diario, Contentamiento de haber nacido [2016 – 2019], es un mentís al rumano francógrafo Emil Cioran, quien hace medio siglo publicó el libro de aforismos Sobre el inconveniente de haber nacido.
García-Máiquez no lo disimula, al tiempo que señala su admiración por Cioran. Porque está «encantado de pelearse con Cioran» y cuando el rumano decía: «El reaccionario, ese conservador que se ha quitado la máscara», él replica: «El conservador es un reaccionario que no ha perdido la sonrisa». Además, el Contentamiento de haber nacido supone una «defensa de la paternidad con alegría».
Portada de Contentamiento de haber nacido
A lo largo de un dilatado coloquio, se ha descubierto que este diario no es únicamente «una crónica familiar o literaria», dice Méndez-Monasterio. Porque, mediante su redacción, García-Máiquez se comporta como un «guerrero que defiende la conservación de la voz personal, la búsqueda de la propia voz» y que aspira a «mantener lo que es digno de honra y virtuoso», cita a Pablo de Tarso.
Según Méndez-Monasterio, el dietario de García-Máiquez se caracteriza por su actitud «luminosa, serena, alegre, sensata». Asegura bromeando que, si viajara en metro, García-Máiquez cedería el asiento a una chica, aunque ella vistiera con una «camiseta del Che Guevara».
A esto replica el autor algo casi idéntico que ya le ocurrió: un día de lluvia en Pamplona se ofreció a socorrer con su coche a una chica que, efectivamente, lucía camiseta del Che. Ella lo invitó luego a un café, y aquel encuentro fue un «reconocimiento mutuo del sabor de la individualidad», por encima de las etiquetas políticas.
El amor por la quietud
En este libro, García-Máiquez traslada los seis meses en que hubo de estar mudo «por un problema en las cuerdas vocales; me había salido una úlcera de tanto gritar a los alumnos». Lo relata con gozo; «estar callado fue algo maravilloso, salvó mi vida interior».
Por eso, escribe: «Voto de silencio… Boto de alegría», con su recurrente juego de palabras. Meses que dedicó a leer más. Su amor por la quietud y por observar bien a los demás --«el amor nos permite ver a los demás como Dios los ve», parafrasea a Borges-- le supone sacar tiempo para estos diarios, para «aprender a mirar la pepita de oro de cada día».
García-Máiquez desea que el lector de su diario saque el propósito de imitarlo; «una vida sin examen diario no merece la pena; es un ejercicio enriquecedor y de agradecimiento». Además, el dietario le permite retener «tesoros de la vida que se te olvidan», felicidades cotidianas y vulgares de las que la memoria se desprende sin querer.
En especial, lo relativo a su esposa, su suegra, sus hijos, protagonistas de todo cuanto escribe, empezando por sus columnas en prensa. La hija le dice con brillo en el rostro: «Papá, cuenta de mí lo que quieras». El hijo duda, pasando de un «pídeme permiso» a un «lo he pensado mejor y puedes seguir hablando de mí». Así que del hijo cuenta que un día «lo cogieron llevándose jerez al colegio», y el chico se defendió ante sus profesores con un «es que mi padre me deja beber».
García-Máiquez cree que, en tiempos de puritanismo y prohibiciones, «hay que traspasar las normas todo lo que se pueda». Lo asegura alguien para quien no existen «viajes de placer», pues considera este concepto como un «oxímoron». Algo que hereda su hijo, cuando exclama: «Viajar esta sobrevalorado» y «maleta» es vocablo elocuente del «mal» que supone viajar.
Y, con todo, no sólo es fácil verlo en Madrid con frecuencia, sino que se desplazó a Scrutopia («carísimo», dice riéndose, porque era una aplicación rigurosa de «distributismo», aunque, en su caso, se lo costeó una revista), una especie de convivencia cultural y enófila con Scruton, a base de mañanas dedicadas a lecciones magistrales prolongadas y tardes de excursiones, con noches de cenas homéricas y opíparas en vino.
Entonces es cuando Scruton permitía a García-Máiquez preguntar en su áspero inglés. García-Máiquez se sigue burlando de sí mismo y cuenta cuando fue conductor en la mili; «usted no conduce bien», le dijo el comandante antes de quitárselo de encima.