Pompeya - Panorama desde las murallas (1870)
¿Por qué Pompeya une al Papa con la Virgen María y el Rey Carlos III?
El nuevo Papa, en su primera alocución, se refirió a la advocación mariana que justo ha coincidido con el día de su elección: Nuestra Señora de Pompeya. Una fecha donde lo romano pagano y lo católico cristiano parecen encontrarse
El mismo día de la elección de León XIV como Papa se celebraba Nuestra Señora del Rosario de Pompeya. ¿Existe un santuario mariano junto a las ruinas de aquella ciudad romana a las faldas del Vesubio? Sí. Y, curiosamente, data de la época de León XIII.
Aún más interesante: al igual que León XIV tiene raíces españolas, las ruinas de Pompeya se deben a uno de los reyes españoles más célebres. Hablamos de Carlos III, que primero fue rey de Nápoles y después lo fue de España y consigo se trajo a una serie de ministros de marcado carácter cultural.
Gracias a este Borbón, no sólo se conoció una parte relevante de lo que ocultaban las cenizas del Vesubio, que era la antigua ciudad de Pompeya —de la que hablaba Plinio el Joven y su amigo el hispanorromano Marcial—, sino que se comenzó un tipo de excavación que, a grandes rasgos y a fin de cuentas, permitió conservar el valor histórico y arqueológico de aquella ciudad.
La historia
El primer ingeniero que descolló en aquellos momentos fue Roque Joaquín de Alcubierre, encargado de las prospecciones iniciales en Herculano y Pompeya, a las órdenes del rey Carlos. Sus métodos de excavación llegaron a ser muy criticados, pues sus pretensiones fueron las propias del anticuarismo y conllevaban la merma de edificios.
Sea como fuera, con Joaquín de Alcubierre se mantuvo la práctica de amontonar en cualquier parte la tierra extraída —sin cernerla previamente— y luego volverla a colocar donde fuese, rellenando galerías que ya no se considerasen importantes.
Otro español al servicio de la Corte napolitana, Francisco de la Vega, aconsejó al rey Carlos que los edificios se restauraran o conservaran, y que se procurase desenterrar la ciudad, a fin de que pudiera quedar al aire tal como había sido antes de la destrucción del año 79.
Descubrimiento de una tumba de la antigua ciudad romana de Pompeya - EFE
A partir de esta sugerencia, se empezará a sacar de verdad a la luz la ciudad como tal, y no sólo estatuas y frescos y productos de valor artístico. Con el paso del tiempo, Herculano y Pompeya quedarán realmente desveladas y podrán visitarse, incluso de manera turística. Tal será la concepción del Grand Tour —a su paso por Nápoles y Pompeya— de que disfrutarán los nobles y hombres de cultura de los siglos XVIII y XIX, de entre los cuales podemos citar a Goethe, Mozart o Bulwer-Lytton, autor de Los últimos días de Pompeya (1834).
En 1748, tras moderarse el interés por Herculano, comenzaron las excavaciones en una zona que recibía el nombre coloquial de la civitá. Estaba a cargo el abate napolitano Martorelli. Se encuentran monedas, estatuas y un esqueleto. Alcubierre luego prosiguió en Estabia, Sorrento, Pozzuoli y Cumas. Entre 1749 y 1754 se explora y vuelve a enterrar la denominada Villa de Cicerón — al noroeste de la ciudad, fuera de las murallas de Pompeya y cerca de la Puerta de Herculano.
Destrucción de Pompeya y Herculano (1822), de John Martin
Con la ayuda del suizo Karl Weber, Alcubierre retorna a Herculano, donde descubren la amplia Villa de los Papiros, que debe su nombre a los 1.800 manuscritos de este material allí encontrados. Muchos de aquellos papiros se desbarataron a causa de la impericia de quienes los cogieron, si bien el estado de los papiros, incluso como hoy puede comprobarse, resulta deplorable; son casi masas compactas y duras, parecidas a fósiles.
Sin embargo, muy pronto, en 1756, Antonio Piaggio idea un artilugio para desenrollar los papiros sin romperlos. En seguida se llevará a cabo la tarea de cuidar y estudiar estos textos, muchos de los cuales eran desconocidos hasta la fecha y explicaban cuestiones de filosofía estoica, epicúrea o peripatética. Hoy se ha podido entender una parte significativa de su contenido.
Más descubrimientos
Gracias a Pompeya, y las otras pequeñas localidades cubiertas por la erupción del Vesubio del año 79, se ha podido conocer el mundo romano de primera mano, como congelado en el tiempo. E incluso se aventura que, en un paraje de Herculano, se haya podido localizar lo que algunos conjeturan que es la primera representación de la cruz como elemento de veneración del mundo cristiano.
El español Pedro Antonio de Alarcón plasmó en su De Madrid a Nápoles las impresiones que le supuso visitar Pompeya en 1861, y anotó que se habían descubierto 1.600 pinturas que se podían contemplar en el Museo. Alarcón se admira de las joyas de oro y de la cercanía que siente entre aquel antiguo mundo y el suyo a través de los objetos cotidianos, de la vida misma que rezuman sillas, camas, lámparas, pebeteros, escalpelos, sondas, broches, balanzas, tinteros, plumas de cedro, timbales, comida, pucheros, dedales, peines, tijeras, entradas para el teatro. Alarcón ha estado un par de semanas antes en Roma, ha sido recibido por Pío IX y ha conversado con él en español.
Ha escuchado cómo lo vitoreaban llamándolo «Pontífice rey»; y dice que no sabe qué pensar sobre la «cuestión de Roma». Ha respirado la efervescencia nacionalista por varias regiones. Apenas una década más tarde, Pío IX dejará de ser el soberano de los Estados Pontificios, y su sucesor León XIII será el primer papa sin poder temporal desde el siglo VIII.
Un testimonio
El testimonio de Alarcón sobre Pompeya y Herculano está repleto de matices. Relata que hasta ese momento se habían publicado once volúmenes con el contenido de los papiros herculáneos, si bien 1.300 papiros aún permanecían desenrollados. En tren llega al Hotel Diomedes, a medio kilómetro de Pompeya, desde donde se accede a pie.
Percibe silencio por las calles pompeyanas, lee letreros en latín, y constata que todo está como 1.800 años atrás, pero quieto, inmóvil, sin un sonido, sin agua que mane de las fuentes; inanimado, no sucede nada, no hay nadie. Escribe: «No es este el mundo antiguo aprendido por la erudición; la Antigüedad aparece aquí real, tangible». En una de las casas entra junto con el director de excavaciones; justo acaban de descubrir un mosaico con el nacimiento de Venus, y luego una cuna. Se quedan conmovidos al comprobar que dentro hay un niño carbonizado.
La guerra
En el verano de 1943 la arqueología recibe uno de sus golpes más duros. La aviación Aliada bombardeó Pompeya. Los daños son tan irreparables como profundos: un cráter en el Anfiteatro; daños parciales en la Casa de Pansa, la de Salustio, la del Triburtino, la de Valente, el Templo de Hércules y el Templo de Júpiter; daños graves en el Templo de Apolo y la Casa de Triptólemo; destrucción completa de la Casa de Epidio Rufo, la de Diana Arcaizante, la de los Diadúmenos, la de Rómulo y Remo, la Puerta Marina, dos salas del Anticuario y el Cenacoli.
Bombardeo de Pompeya en 1943 por los aliados en la Segunda Guerra Mundial
Luego vinieron los saqueadores. En previsión de este tipo de ataques, los responsables de las instituciones culturales trasladaron la parte más valiosa de la colección del Museo de Nápoles al Vaticano. Las instalaciones de la Santa Sede sirvieron de refugio al arte y a miles de personas, pero no evitaron que los Aliados bombardearan el territorio vaticano de Castelgandolfo en febrero de 1944. No sólo destruyeron varios edificios; también acabaron con la vida de más de 500 refugiados y religiosas.
Quizá ha sido la casualidad o la Providencia. Pero León XIV ha comenzado su pontificado encomendándose a la paz, mediante una advocación mariana, la de Pompeya, que nos habla de lo gentil y lo cristiano, la Antigüedad romana, el memento mori («recuerda que has de morir») y la vanidad, las catástrofes naturales... y los bombardeos de la II Guerra Mundial.