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'Copista medieval', obra de Jean le Tavernier

Cuando las imprentas eran las manos de los monjes copistas

Los monjes ayudaron a preservar, en la Edad Media, el conocimiento del mundo clásico grecolatino copiando los libros a mano

Podía asemejarse mucho a la redacción de un periódico. Pero, en vez de en la actualidad, los ojos estaban puestos en el pasado. Y en uno remoto, además. Pero gracias a ellos, se conservó el conocimiento clásico grecolatino.

Los scriptoria medievales eran los lugares en los que los monjes se dedicaban a copiar, a mano, antes de la invención de la imprenta, los textos antiguos que hablaban de lo que hablaban (por ejemplo, Aristóteles) en Grecia y Roma.

Estos se ubicaban en los monasterios y eran unas salas comunes en las que los monjes se dedicaban a escribir sobre cultura, filosofía, religión y ciencia. Y, sin saberlo, preservaron nombres como Platón.

Pero su trabajo no se limitaba a copiar. También enriquecían los textos con bellas ilustraciones o corregían errores y comentaban los textos. Esta es la historia de los monjes copistas que ayudaron a conservar el conocimiento con sus manos.

Los guardianes del saber

Antes de que los libros pudieran reproducirse a máquina, tenían que copiarse a mano. Traducirse, corregirse, ilustrarse… a mano. Durante la Edad Media, este trabajo recayó en los monjes copistas, también conocidos como amanuenses.

Los monjes, reunidos en las scriptoria, se dedicaron, durante siglos, a traducir y copiar las grandes obras del clasicismo grecolatino. Con esto, los monasterios alcanzaron la categoría de centros de conservación del saber.

Los textos que, literalmente, pasaban por las manos de los amanuenses eran de todo tipo, desde religión a filosofía pasando, por ejemplo, por materias como medicina, el derecho o incluso la astronomía.

Sin esta labor, escritos de Hipócrates o Galeno, de Aristóteles o Cicerón, habrían quedado enterrados bajo el paso y el peso de los siglos.

Las tareas en los scriptoria estaban perfectamente divididas. Aunque en ocasiones un solo monje podía asumir todas las tareas, en general, uno preparaba el pergamino para la copia, otro escribía y otro ilustraba.

Porque esta, la ilustración, era una parte importante del trabajo amanuense. Con pigmentos naturales, los monjes elaboraban dibujos minuciosos para enriquecer los textos y embellecer las obras, lo que redundaba en su valor intrínseco artístico.

Las obras se recopilaban, posteriormente, en las bibliotecas de los monasterios. Y en la actualidad todavía se conservan algunos de estos códices en las bibliotecas históricas de lugares como el Vaticano o el Escorial.

Al llegar la imprenta en el siglo XV, esta labor perdió fuelle. No obstante, sin el trabajo amanuense gran parte del conocimiento clásico que hoy atesoramos como parte de nuestra cultura se habría perdido hace siglos.