Entonces, el modelo de España era Berlusconi…
El «lawfare» antes fue comunista, contra el líder de Forza Italia, maestro de socialistas, mientras Bardem se equivoca contando fascistas y a la Macarena quieren convertirla en una sobrina de Ábalos, o quizá la Pantoja
Una gran mayoría de italianos afirmó que les gustaría ser Silvio Berlusconi
En su momento, se decía que los hombres italianos, en un abrumador 90 %, lo que en verdad deseaban era poder llegar a reencarnarse, en otra vida, en Berlusconi (o quizá en las yemas de los dedos de Leonardo DiCaprio, heredero del paisano Casanova). Mis malvadas amigas de aquel país apuntaban a lo Tezanos, hacia un 98 %.
Pero ninguna de estas encuestas poseía mayor asidero que el que se desprende del ingenio popular. Lo único verdadero es que seguramente Ábalos era (y es, véase el reciente episodio de la empleada doméstica en el registro) más seguidor de las enseñanzas del fundador de Forza Italia que de los preceptos de Lenin. Del primero se servía para la vida, del segundo para los discursos.
En cierta ocasión en que pillaron en una redada contra la inmigración ilegal, en Milán, a una de las novias del Cavaliere, de origen magrebí, menor de edad, y conocida como Ruby Robacorazones (hasta para eso se requiere cierto arte), Berlusconi no dudó en llamar, él mismo, a la comisaría de policía donde se encontraba retenida la moza.
Pidió hablar con el superior al mando, e intentó camelárselo mediante el recurso de la confidencia compartida. «Convendría soltar ya a esa chica porque se trata, nada menos, de una sobrina de Hosni Mubarak, el presidente egipcio. No vayamos a crear ahora un conflicto diplomático. Resolvamos este asunto con discreción», fueron más o menos los términos de esta trapisonda, entre sus más celebradas.
Discreción no hubo mucha, puesto que la anécdota corrió inmediatamente como la pólvora que inspiraba los autos de esos «jueces comunistas» que a Berlusconi le hacían la vida imposible todas las semanas.
Aquí son relevantes tres apuntes: la simple audacia del recurso de la sobrina, que luego recuperaría el adelantado pupilo Ábalos. Si el llamado «lawfare» puede ser un instrumento al servicio del fascismo, como ahora proclaman aquí, antes ya lo fue del comunismo, según sople el viento del poder. Y Berlusconi resistió, resistió… y resistió hasta que las sentencias lo inundaron.
Bardem y la estadística, pocos fascistas son
Asegura Carlos Bardem, un actor siempre a la espera de su gran papel (que bien podría ser el de Koldo en una peli de Santiago Segura, teniendo en cuenta que este intérprete suele bordar a macarras de gimnasio y porteros de todo tipo de garitos), que en España cuatro de cada diez jóvenes son fascistas.
Entre sus aficiones, no se conocía que se encontrara la estadística, pero también era una materia que interesaba a Borges, aunque lo más conocido fuesen sus Ficciones. De cualquier modo, el cuñado de Penélope Cruz debería ser más preciso y concretar otros datos acerca de su estudio, porque quizá no concuerden con la realidad.
Si la encuesta que publicó el otro día este mismo periódico destaca que un cuarenta por ciento de la población aún sostiene a Sánchez, por el otro lado se asoman hasta seis de cada diez españoles que bien podrían añorar no ya a Franco, quizá hasta Hitler, puesto que resultaba un poco menos blando a la hora de resolver problemas acuciantes como el «judío».
Y alguno habrá que se revuelva inmediatamente: «Oiga, que, aunque yo no le vote a Sánchez no quiere decir que sea fascista, hay otras opciones políticas; pero, incluso si ni quiera existieran, yo…».
Un momento, examínese, antes de continuar su perorata: ¿Defiende el pensamiento crítico (la posibilidad de discrepar frente a cualquier opinión mediante argumentos razonados)?
¿Cree en el principio de la igualdad de los españoles ante la ley (que condena a quien incendia el coche del vecino salvo que el infractor, en el momento de la detención, en la Via Laietana de Barcelona, declare que se trata de una humilde protesta para que a su país se le reconozca su pleno derecho a la independencia)?
¿Le parece normal que el empleado peruano de cocina de un restaurante, por hacerse un leve corte en el dedo que se cura con agua oxigenada y una tirita, se coja una baja médica de tres meses, ampliada luego a otros tres por la depresión que le causó el incidente, mientras su autónomo empleador no puede faltar a sus obligaciones ni un día si se pilla un resfriado?
Son solo tres muestras de lo que podría llegar a resultar un estudio de campo, como los de Bardem, pero mucho más amplio. Aunque, en realidad, ni siquiera haría falta. Si responde afirmativamente, aunque sea solo una vez, sepa usted que se trata de un fascista de manual.
La batalla cultural aguardará a que crezca un roble
De los primeros en fijarse en las peculiaridades, en la riqueza ignota a ojos occidentales, de la cultura japonesa fue el gran Octavio Paz, escritor de una curiosidad insaciable. Ya en «Las peras del olmo», el intelectual mexicano se refería a tres de las características esenciales de la poesía nipona: «Brevedad, claridad del dibujo, mágica condensación».
Todo lo cual adquiere su preciso sentido en los llamados haikus, como este: «Quietamente sentado, sin hacer nada, / llega la primavera / y crece la hierba sola». Seguramente se encuentre entre las piezas literarias favoritas de Mariano Rajoy, más allá de las memorias de Hugo Sánchez. Pero, sin duda, también podría llegar a provocar similar deleite en Núñez Feijóo.
El nuevo aspirante gallego a la presidencia parece decidido a que sea la policía quien le haga definitivamente la campaña, cuando Sánchez apura la espuma de los días mientras su infinito séquito de colaboradores le recita al oído esas sobadas (pero efectivas, si todavía mantiene un 40 % de respaldo popular que Tezanos se ocupará de llevar hasta el 70 %) consignas con las que mece el sueño narcotizado de su fidelísima grey, uno solo: que Franco no resucite por obra del ogro Abascal.
Viene un congreso-masaje del PP en el que seguramente la batalla cultural, eje de cualquier programa con el que se aspire a subvertir el actual cataclismo en todos sus frentes, y muy esencialmente, el de la educación, fuente y origen de todos los males, quedará sepultada por un aluvión de reformas cosméticas en asuntos menores de la economía; los esenciales seguramente se orillarán.
Como resultado de su trepidante carrusel de aciertos (la propia batalla cultural) y desatinos (pueden elegir), Trump no gozaría del general aprecio entre las filas del PP, lo segundo se llevará por delante a lo primero y aquí paz y después… ¿gloria?
Los mediocres submarinos de la izquierda que surcan los fondos oceánicos alrededor del líder de la oposición, en su propio partido, se contentarán, una vez alcanzada la superficie, con la vieja dádiva del reparto de cargos. Del resto, a seguir cultivando la ancestral poesía japonesa.
La Macarena no es la Pantoja en concierto
Desde la aparición del Stabat Mater («De pie la madre dolorosa/junto a la cruz llorosa, /mientras pendía el hijo») en el siglo XIII, un poema medieval atribuido a Jacopone da Todi, su empleo como inspiración, tanto en las artes plásticas como en la música, resultó ingente, de lo más rico, variado y sugestivo a propósito de la figura de María.
Ha servido como sostén de las impresionantes composiciones de Pergolesi y Rossini (que en agosto volverá a sonar en la Quincena Donostiarra) o dado lugar a representaciones de una belleza desoladora como la que se encuentra en el retablo mayor de la Catedral de Sevilla, el denominado «Cristo del millón», del siglo XIV.
Precisamente a cuenta de la madre dolorosa por excelencia de los sevillanos, a la ciudad hispalense ha regresado la polémica con la Macarena. A alguien, quizá contagiado del furor maquillista de estos últimos días, se le ocurrió que la imagen precisaba unos ligeros retoques, un sutil sombreado. Aunque, en este caso, más que de ocultar se tratara de todo lo contrario.
Quizá, para los festejos veraniegos que vienen, se pensó en rescatar a una virgen menos compungida, por lo que le pusieron unas pestañas como esas postizas a las que son adictas varias de las sobrinas de Ábalos. Para resaltar aún más su belleza, se le añadieron unos polvos mágicos en forma de coloretes, con los que destacar su virginal lozanía.
Las quejas no se hicieron esperar. Una señora indignada expresó que no reconocía a la Macarena en esos ojos achinados, y otra que las pestañas, tan largas, resultaban una burla. La indignación popular ha ido en aumento como un «crescendo» rossiniano.
Tienen razón los airados fieles. No quieren ver a la Pantoja cantándole al desamor en uno de sus conciertos, sino a su Macarena de toda la vida: «Triste y afligida… languidecía y se dolía la piadosa madre que veía las penas de su excelso hijo», según recogen los versos atribuidos (algunos dicen que erróneamente) a Todi.
Ya se sabe que el contacto directo con la angustia, la desesperación o la pena pueden resultar inconvenientes, una desconsideración hacia quien pasa por la vida intentando guarecerse a toda costa frente al dolor ajeno; pero se debería respetar las creencias de quienes conceden al padecimiento de esta madre singular la encarnación de todo humano sufrimiento, su fortaleza y consuelo.