Fundado en 1910
El viaje recorre más de 18.000 km siempre sobre raíles.

El viaje recorre más de 18.000 km siempre sobre raílesAndrea Rankovic

Leerlo para viajar

Eduardo Gris Romero no es un turista reconvertido en cronista de circunstancias. Es un escritor de mucho calibre.

Me espanta viajar y me encanta leer libros de viajes. Si está planificando sus vacaciones, está usted a tiempo de darles, aunque no salga de su pueblo (como es mi caso), un justo toque de exotismo. Eduardo Gris, sin ir más lejos, ha escrito una delicia que te lleva y te trae de Tailandia a Turquía pasando por Tanzania, entre otros tantos sitios, y recalando en los parajes interiores, esto es, en la casa de un vecino o en su propio pueblo, hasta llegar incluso a su corazón. El título lo expone con gracia: Viaje a casa del vecino y a otros lugares exóticos (La Discreta, 2025). Paladéese: la casa del vecino es el lugar exótico por excelencia, pues los otros ya son «otros», y no se habla de «viajes» sino de un único viaje.

Eduardo Gris Romero no es un turista reconvertido en cronista de circunstancias. Es un escritor de mucho calibre. Experto en poesía amatoria antigua, ha publicado en Pre-Textos una antología extraordinaria sobre el asunto: Los poemas de amor más antiguos del mundo, que, por otras razones, también son una oportunísima lectura veraniega. Y ha hecho tres incursiones muy jugosas en la narrativa. La última se celebró aquí.

En este libro lo mezcla todo. Hace preciosas descripciones de lo que ve, como demanda el género, con un don para la adjetivación que trae a la memoria a Josep Pla. A la vez, gasta una constante guasa con el mismo hecho de viajar. De donde no sale es de su lenguaje materno, que tensa con maestría invisible. Nos lleva sin solución de continuidad del registro culto al popular pasando por el moderno y gafapasta. Es un escritor palabrero, palabrista y palabrotero… sin incurrir jamás en palabrería. Cuando nos tiene más distraídos, cuela de contrabando toneladas de metaliteratura. Reflexiona sobre el papel del narrador, sobre la condición de la lectura, sobre el manejo de los tiempos, etc. Distribuye, mientras tanto, con mano experta gotas narrativas, líricas y de humorismo. Se marca una oda a la amistad, un madrigal al amor y un himno a la fe, casi entrelíneas. A las horas de las comidas, es un Comimos y bebimos, aunque no el que habría escrito Ignacio Peyró, sino a lo bestia, gozándose en el picante oriental y en los gusanos y lagartos. En fin, para que te lo cuenten, estupendo.

Los viajes son varios, pero el viaje (del título) es uno. En consecuencia, el libro –tan variado de exotismos– tiene una perfecta unidad. Defiende al viajero pasivo, el que va donde lo llevan sus amigos, y traza —sin decirlo— un correlato con el lector, también pasivo, que va donde lo lleva Gris Romero. Éste se ríe de los turistas y se ríe de los viajeros que se ríen de los turistas y de los indígenas que viven del turismo y que se ríen de los turistas para halagar a los turistas. Se ríe de la cantidad de fotos que hacen y de las que él hace. Y de las supuestas incomodidades: «Baño, lo que se dice baño, tampoco era, pero el viajero aventurero se adapta a lo que hay, se crece incluso ante estos obstáculos, se congratula, porque sabe que luego podrá decir, o escribir, que baño, lo que se dice baño…». Y sabe que si el viajero se va allí para contarlo, el lector pasivo lo lee aquí para que se lo cuenten sin ir allí, congratulándose de su baño de su casa, que es lo que se dice un señor baño, etc.

Con esa felicidad del dulce hogar y la exótica que aporta el libro, transitar por sus páginas es un auténtico viaje de placer.

***

Aunque al hablar o escribir sobre uno mismo se corre el peligro de la egolatría y el endiosamiento, también cabe la ofrenda.
*
Nunca he visto semejante densidad de estrellas. El cielo se me antojó el envés del desierto, y cada estrella, un grano de arena transfigurado.
*
Al fondo de la llanura, en el horizonte, el perfil de Marrakech, para acelerar el ocaso, pincha, un poco cabroncete, el cielo con sus alminares, porque ya está bien de calor. El sol enrojece de rabia y se hunde en sangre púrpura, lila y rosa. —¡Mañana os vais a enterar!
*
El muchacho, gentil, comedido y algo filósofo, dijo que nosotros teníamos relojes pero ellos tenían tiempo, que me impresionó mucho, aunque luego descubrí que aparece por todas partes en internet como proverbio afgano, bosquimano, tuareg, etc. ¿Tradición o poligénesis?
*
[Nada más aterrizar en Tailandia] —¡Uy, qué suerte! —giró el taxista la cabeza. El hotel está en el barrio de las chicas —y nos guiñó un ojo. Es de agradecer que haya chicas en el barrio, faltaría más, pero a pesar de mi aturdimiento, intuí que el barrio de las chicas no era un barrio con muchas chicas, ni un barrio urbanísticamente proyectado o construido por chicas, ni un barrio sometido al yugo de una banda criminal de chicas, ni un barrio en el que las mujeres fueran muy pequeñas.
*
La propia gilipollez es uno de los más valiosos descubrimientos que uno puede hacer durante un viaje. —¿Qué tal el viaje? —Muy bien. —¿Qué has visto? —Que soy gilipollas.
*
[Cuando los amigos musulmanes le hacen la alabanza proselitista del monomonoteísmo del Islam…] Y yo me acordé de Justo, el agricultor que construyó a solas, durante casi sesenta años, una catedral en mi pueblo, y que antes de construirla, aún mozo, cuando iba arando, si de pronto se acordaba de la Santísima Trinidad, soltaba la yunta y se postraba en adoración.
—¡Justo, que se te escapan las mulas! —decían los labriegos.
—¡Bastante me importaba a mí que se me escapasen las mulas! —decía Justo muchos años después—. ¡Cómo no vas a postrarte al recordar a la Santísima Trinidad!
*
Estar con gente que bebe cerveza sin beber cerveza empieza a resultar tedioso a partir de la cuarta o quinta cerveza.
*
Embellecer las puertas constituye un signo de liberalidad. Como el contacto con la belleza embellece, uno queda embellecido al atravesar una puerta bella. El regalo, de este modo, se recibe nada más llegar. Los dueños de estas puertas no esperan a conocer si el visitante es digno de regalos porque saben que la belleza dignifica. Hacen digno de regalos al indigno regalándole.
*
Fijarse sólo en lo extraordinario es una grave falta, muy extendida entre viajeros noveleros, obtusos y miopes.
*
La mamá del pobre bebé turista le arrullaba y él persistía en sus alaridos, con los que trataba de expresar, sin duda: «¡Haberme dejado con la abuela, coño!» […] A los bebés, como a Xavier de Maistre, se la trae al pairo el Serengueti, porque viajan con los ojos por el universo de su hogar.
*
Me había presentado en Tanzania sin teleobjetivo, primariamente porque lo juzgaba adminículo propio de turistas neopijos, embustero, tramposo, cobarde y mixtificador, y secundariamente porque valía una pasta.
*
El káiser Guillermo II regaló un sarcófago de mármol y allí lo pusieron, al lado del de madera, donde sigue el cuerpo de Salah ad-Din. En esto, a mi parecer, los responsables de la mezquita anduvieron muy finos: aceptaron elegantemente el regalo y más elegantemente lo rechazaron. Que le jodan al káiser. En lo tocante a la tradición, a los usos y costumbres, hay que ser tercos.
*
Hay mujeres que examinan la calidad de las telas como si acariciasen el alma de un niño.
*
El minimalismo es un embeleco del demonio para acostumbrarnos a la nada.

comentarios
tracking