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Gabriel García Márquez, Barcelona 1969

Gabriel García Márquez con un ejemplar de 'Cien años de soledad'

Una estufa a cambio de enviar una obra maestra: la historia del manuscrito de ‘Cien años de soledad’

García Márquez y su mujer Mercedes tuvieron que empeñar buena parte de sus bienes para poder completar y mandar a la editorial el manuscrito de la novela

La publicación en 1967 de Cien años de soledad supuso un terremoto en la literatura en español. Gabriel García Márquez firmó una de las obras cumbre en nuestro idioma y le valió el respeto de todo el mundo de las letras.

La novela de los Buendía fue un antes y un después en la literatura hispanoamericana y colocó a su autor entre los más reputados del mundo.

El contenido y el envoltorio de la obra son brillantes. La historia de Macondo es parte ya del imaginario colectivo y ha acompañado a millones de lectores en todo el mundo.

Sin embargo, no es tan deslumbrante el relato de su desarrollo. García Márquez y su mujer Mercedes pasaron penurias económicas mientras el escritor completaba Cien años de soledad. Ambos vivían con sus hijos en Ciudad de México, donde el literato encontró la inspiración para tejer los mimbres complejos del libro.

Las jornadas extenuantes de escritura a las que se sometió García Márquez fueron posibles gracias al desempeño de Mercedes, que se ocupaba de los hijos y las cuentas, que eran fuente de problemas.

La familia se endeudó hasta lo indecible para permitir que el autor diera rienda suelta a su prolija imaginación que posteriormente le valdría incluso el Premio Nobel de Literatura, en 1982.

No obstante, su precaria situación económica hizo que, una vez concluido el libro, tuvieran que enviarlo en dos partes a la editorial.

Historia de una deuda: el manuscrito de ‘Cien años de soledad’

Gabo y Mercedes vendieron muebles y empeñaron objetos y se endeudaron con las tiendas del vecindario, pero, al fin, García Márquez escribió la última línea de Cien años de soledad. El manuscrito estaba listo para enviarse a la Editorial Sudamericana de Buenos Aires.

La pareja llegó a la oficina de correos para mandarlo, pero les esperaba otro problema: las páginas pesaban más de lo que podían pagar. Sólo les alcanzaba para la mitad, así que pensaron en enviar lo que pudieran, confiando en que la editorial se interesaría lo suficiente como para pedir, y ayudarles a enviar, la otra mitad.

Pero dada la urgencia del momento, decidieron salir de la oficina y empeñar una estufa y otros objetos, como la licuadora, para poder pagar el envío de lo que restaba del manuscrito.

Gabo y Mercedes apostaron casi todo lo que tenían en aquellas palabras mecanografiadas: si algo salía mal, cualquier detalle, incluida la posibilidad de que a Francisco Porrúa, el editor, no le interesara la novela, sería el desastre económico.

Afortunadamente para el mundo, la aventura acabó bien y es ya historia de la literatura. Cien años de soledad se publicó en 1967 y fue un éxito inmediato. Nació una leyenda escrita con maestría. Macondo y los Buendía ya eran parte de todos, el realismo mágico se consagró.

La obra se tradujo a decenas de idiomas y vendió millones de ejemplares en todo el mundo. García Márquez se convirtió en uno de los autores de mayor prestigio y concibió otras obras maestras, como Crónica de una muerte anunciada o El amor en los tiempos del cólera.

En la actualidad, hay ediciones de todo tipo de Cien años de soledad, incluso una serie. No obstante, casi 60 años después de su publicación, la historia del origen de la leyenda nos recuerda que detrás de toda obra maestra hay un relato de cómo se concibió.

El episodio de Gabo y Mercedes en aquella oficina de correos de Ciudad de México es el símbolo de la fe y la esperanza que dos personas tenían depositado en el trabajo de una de ellas, el recordatorio de que en la literatura, aunque a veces se transite por la cuerda floja, siempre hay faros que nos indican los buenos puertos a los que podemos llegar. Ni mas ni menos que como en la vida.

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