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Portada del libro 'Ciudadanía'

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El Barbero del Rey de Suecia

Manos a la obra

Mariano Fazio (Buenos Aires, 1960) es más conocido por ser el vicario auxiliar del Opus Dei

Mariano Fazio (Buenos Aires, 1960) es más conocido por ser el vicario auxiliar del Opus Dei. Sin embargo, no ha dejado de ejercer su labor intelectual con el tesón que caracteriza al espíritu de la Prelatura. Licenciado en Historia por la Universidad de Buenos Aires y doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma), es autor de más de veinte libros sobre historia de las ideas, filosofía y biografías contemporáneas. Como crítico literario, es un agudo divulgador de los grandes libros y de su papel en la formación del carácter.

Publicó el año pasado el libro Ciudadanía. San Josemaría y el bien común (Palabra). En intencionado contraste con otros libros suyos, se trata de una obra muy breve. No pretende hacer literatura ni ser original. Ya ha hecho literatura en otros libros y ya ha sido un pensador original. Aquí hace una exposición nítida y neta del pensamiento de san Josemaría Escrivá de Balaguer acerca del papel de los católicos en la vida pública.

Y aquí estriba la oportunidad de esta entrega. El debate actual sobre el papel de los católicos en la esfera pública está en el candelero. Don Mariano sabe que se mueve «en un ambiente de crispación como es el actual en el debate público, tanto en lo político como en lo cultural y religioso». Lógico: la política occidental se ha desplazado, en los últimos decenios, desde cuestiones tecnocráticas como la economía o la mejora de las condiciones de vida o el cuidado de las infraestructuras y los servicios públicos, a asuntos de alto voltaje moral: el aborto, la eutanasia, el concepto de familia, los límites (o no) de la emigración, la libertad educativa… Irremediablemente, la política roza y hoza terrenos donde la Iglesia no tiene más remedio que pronunciarse. La confusión está clarísima.

Ante esta situación, el estadounidense Rod Dreher propuso la «opción benedictina», que invitaba a crear comunidades de cristianos suficientemente estancas a los aires de la modernidad y que pudiesen erigirse como centros de resistencia, de oración y de cultura. Enseguida se propuso también desde Estados Unidos, como alternativa, la «opción Escrivá» que, inspirándose en la doctrina del fundador español, invitaba a la santidad en medio del mundo, comprometiéndose con todas las realidades humanas, incluyendo, por supuesto, las políticas.

No son opciones enfrentadas, porque en la casa del Padre hay muchas moradas, y la Iglesia siempre ha sabido integrar los diversos espíritus; pero, siendo la opción Escrivá la que más se involucra con el cuerpo a cuerpo contra el espíritu del siglo, se hace necesario entender sus principios básicos, que, por otra parte, coinciden con los principios generales de la Iglesia Católica. Que S. S. León XIV haya puesto en primer plano la Doctrina Social de la Iglesia al escoger su nombre en honor a León XIII subraya la actualidad y la urgencia de la cuestión.

Las líneas esenciales las delimitó genialmente el mismo Jesucristo cuando ordenó dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Ha de regir una autonomía entre los asuntos civiles y los religiosos; pero históricamente ha costado mucho arbitrarlo y han existido tentaciones de ida y vuelta. La primera, el cesaropapismo de los poderes públicos queriendo gobernar también las almas. Con el pensamiento políticamente correcto, el dominio de la educación y la imposición de lo woke estamos conociendo un cesaropapismo 2.0 especialmente sagaz. La segunda tentación es el clericalismo de la jerarquía eclesiástica cuando pretende que sus particulares (y legítimas) opiniones políticas sean seguidas como materia de fe por el pueblo fiel.

La teoría resulta clara y luminosa; pero la práctica se vuelve sinuosa y compleja. Los roces resultan irremediables y recurrentes. Que Dante, güelfo blanco, oscilase en su apoyo al Imperio, cual gibelino, o al Papado, como los güelfos negros, no habla de ninguna veleidad de su carácter, sino de lo zigzagueante de los filos de ambas espadas. No queda otra que remitirse a cada circunstancia concreta.

San Josemaría se convirtió en un adalid de la autonomía, dándose cuenta de que la clave del arco estaba en la libertad de cada católico. Explica Fazio que el fundador del Opus Dei «criticaba la visión clerical que no distingue ámbitos –el orden natural y el sobrenatural, la Iglesia y el Estado, la religión y la política, etc.–, y sostenía que para la inmensa mayoría de los asuntos humanos no había una «solución católica»». Paralelamente animaba al compromiso: «No pueden los católicos […] desertar de ese campo, dejando las tareas políticas en las manos de los que no conocen o no practican la ley de Dios o de los que se muestran enemigos de su Santa Iglesia». Hay que estar –entre el muro y el foso– tan prevenidos contra quienes quieren imponer «soluciones católicas» como contra quienes prefieren que los buenos católicos no busquen soluciones civiles.

Fazio se ciñe a los principios generales y las iluminaciones de san Josemaría. La brevedad de Ciudadanía da una lección. Las aplicaciones prácticas quedan naturalmente al criterio de cada lector. Con todo, el talento del autor se deja sentir, como cuando denuncia las nuevas discriminaciones. A pesar de tanta retórica global igualitarista, hoy se discrimina, sin duda y legalmente, a los más débiles; y Fazio suma «a los que consideran que hay verdades objetivas, o quienes piensan que esta vida tiene sentido, o a los que se atreven a profesar su fe públicamente». No es raro que esas personas sean tachadas de fundamentalistas o peligrosas para la democracia». Apunte importante, porque un insidioso riesgo que tiene la defensa de la neutralidad política de la Iglesia es reconvertirla en un reproche soterrado a los fieles que, por su cuenta y riesgo, no son neutrales ni tibios ni acomodaticios ni acríticos ni moderados o equidistantes. Con lo que se socava la auténtica libertad política de los cristianos.

Hoy los fragmentos que el barbero escoge –salvo los que se ofrecen sin indicación alguna, que son de Fazio– son citas de otros, especialmente de San Josemaría Escrivá de Balaguer. El libro se ciñe fiel y filialmente a sus ideas:

El fundador del Opus Dei no se propuso «directamente» resolver ninguna crisis política, económica o social.
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Teresa de Calcuta: «No hace falta venir a la India para dar amor a los demás: la calle en la que vives puede ser tu Nirmal Hriday […] Yo siempre digo que el amor empieza en casa: primero la familia, y luego tu propio pueblo o ciudad».
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San Josemaría: «Querría que, en el catecismo de la doctrina cristiana para los niños, se enseñara claramente cuáles son estos puntos firmes, en los que no se puede ceder, al actuar de un modo o de otro en la vida pública; y que se afirmara, al mismo tiempo, el deber de actuar, de no abstenerse».
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En muchas sociedades contemporáneas, la libertad sufre un menoscabo preocupante. A fuerza de imponer lo supuestamente «correcto» desde una perspectiva cerrada al espíritu, dicha libertad se ve limitada, y muchas personas caen en una espiral del miedo y el silencio.
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Cardenal Ratzinger: «¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento…!»
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San Josemaría: «La certeza de la indeterminación de la historia, abierta a múltiples posibilidades, que Dios no ha querido cerrar».
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Para que el diálogo sea real, resulta clave permanecer fiel a la propia identidad.
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San Josemaría: «No es difícil encontrar quien confunda la intransigencia con la intemperancia, y la transigencia con la dejación de derechos o de verdades que no se pueden baratear».
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San Josemaría: «No olvidéis que la miseria más triste es la pobreza espiritual, la carencia de la doctrina y de la participación de la vida en Cristo. […] El mejor servicio que podemos hacer a la Iglesia y a la humanidad es dar doctrina. […] El gran enemigo de Dios es la ignorancia».
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San Josemaría: «Tienen perfecto derecho a dejar de cumplir esas leyes que sólo lo son de nombre».
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San Josemaría Escrivá de Balaguer: «Dios, al crearnos, ha corrido el riesgo y la aventura de nuestra libertad».
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