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John Newman (1881), óleo sobre lienzo de John Everett Millais

John Newman (1881), óleo sobre lienzo de John Everett MillaisWikipedia. Dominio público

El Debate de las Ideas

El pensamiento político de John Henry Newman

«No se enciende una luz y se pone debajo de un celemín, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa» (Mt 5, 15). Y a lo que parece, esto es lo que lo que la Iglesia se ha propuesto hacer con la vida y obra de San Juan Enrique Newman, ponerla en alto para que brille y alumbre a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Lo que encuentra su confirmación cuando el cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en una audiencia celebrada el jueves 31 de julio, anunció la intención del papa León XIV de proclamar al cardenal Newman como nuevo doctor de la Iglesia, sumándose así a este exclusivo club, que ahora pasa de 37 a 38 miembros. Con ello, León XIV no hace sino «completar» lo comenzado por su predecesor León XIII cuando hizo cardenal al converso inglés en 1879. Porque si hay algo en lo que es difícil encontrar alguna discrepancia de fondo es sobre la privilegiada posición que ocupa John Henry Newman en el ámbito de las ideas religiosas y morales, así como del atractivo innegable que ha ejercido, y ejerce, sobre católicos y no católicos por la fuerza de su pensamiento y la ejemplaridad de su vida. Estamos, así lo creemos, ante una figura inmensa, intelectual y moral, que bien puede ser considerado como un auténtico Padre de la Iglesia de nuestro tiempo. Y de ahí que, para el catolicismo del siglo XXI, dejarnos iluminar por su pensamiento y su vida es de la máxima urgencia.

Bien puede afirmarse que las dos preocupaciones que movieron a Newman durante toda su vida, y que en realidad sólo fue una, se hallan en la pregunta por la Verdad y en la pregunta por la Iglesia, o mejor, en la pregunta por la relación existente entre Verdad e Iglesia. Cuál es la naturaleza de la Iglesia, sus misterios y doctrina, así como la salvación que está llamada a llevar a todos los hombres son cuestiones todas ellas que encuentran en Newman una nueva y poderosa iluminación. Y es por ello que su lectura no puede sino producir mucho bien, y no sólo en aquellos que se consideren ya fieles católicos, sino en todos aquellos que sinceramente se hallen en búsqueda de la Verdad. Y es quizá a estos últimos a los que Newman tiene más que decir, pues su vida estuvo marcada de un modo muy especial por esta búsqueda. ¿Dónde encontró Newman esa luz verdadera que andaba buscando? Para el conocedor de su vida, la respuesta a esta pregunta ofrece pocas dudas, de la Historia. «Newman nos enseñó a pensar históricamente», pudo afirmar el cardenal Ratzinger, autor igualmente de su beatificación, ya como Papa, en el 2010. Fue la historia de la Iglesia, la historia de sus primeros concilios junto al estudio de los «Padres» griegos y latinos lo que le llevó a la certeza absoluta de que la Iglesia de Roma, la Iglesia católica, era la única y verdadera Iglesia existente desde los tiempos apostólicos, y que en ella se hallaba la plenitud de la Verdad.

Los escritos en torno a las ideas que Newman profesó sobre la fe y la razón, el fin de la Universidad o la relación existente entre Dios, la conciencia y el acto moral serán, ya lo son, extraordinariamente profusos. Pero, mucho nos tememos, pocos o muy pocos se ocuparán de sus ideas políticas. Y, sin embargo, a nuestro juicio éstas no son menos iluminadoras que las más estrictamente teológicas o morales. Nuestra intención será mostrar que no cabe una comprensión cabal del pensamiento de Newman, ni de Newman mismo, sin considerar sus ideas políticas. Y es lo que del modo más sucinto nos proponemos hacer en este artículo.

La incorporación de Newman a Oxford en 1816 supuso su adhesión sin reservas al ideario espiritual y político de esta Universidad, es decir, su adhesión al «Toryism». ¿Qué es un Tory? En palabras de Samuel Johnson (1709-1784) en su Diccionario de Lengua inglesa, Tory es «alguien que se adhiere a la antigua constitución del estado y a la jerarquía apostólica de la Iglesia de Inglaterra», y añade: «opuesto a un whig». Pues bien, Newman no sólo fue Tory en su etapa oxoniense, sino que lo fue en su facción más extrema, esto es, aquella que tenía como referencias fundamentales a la dinastía de los Estuardo y al obispo William Laud, mandado decapitar por los enemigos del rey en 1645, y a quien Newman tuvo por un verdadero mártir, como lo tuvo igualmente por el rey Carlos Estuardo, decapitado unos pocos años más tarde.

Pues bien, partiendo de lo señalado por Johnson, él mismo partidario del torysmo, un Tory es partidario de la «antigua constitución», lo que supone un rechazo de la idea moderna de «Constitución» según la cual ésta es el resultado de un supuesto «poder constituyente» con capacidad para disponer a voluntad y por escrito cuáles son los fundamentos básicos, sociales y políticos que han regir una nación o pueblo. Por el contrario, para una visión conservadora, que es la propia del torysmo, lo que define una nación, cuáles son sus instituciones sociales básicas y de qué forma se establece su gobierno es algo que ya viene dado por la historia y la idiosincrasia de ese pueblo o nación. Y dentro del carácter de la nación inglesa, formando parte de su constitución interna, no menos que la Corona y el Parlamento, se halla un pronunciado sentido del selfgovernment. Para el antiguo profesor del Oriel College, la actuación del Estado debía reducirse al mínimo imprescindible, de modo que dejase a las personas y a los grupos sociales las máximas posibilidades de actuación. En este modelo constitucional inglés la Corona ostenta el poder ejecutivo, y Newman siempre vio en la preponderancia que la Cámara de los Comunes iba adquiriendo con el tiempo una peligrosa corrupción de la verdadera Constitución inglesa.

El otro gran aspecto ya señalado del torysmo profesado por Newman era la adhesión a «la jerarquía apostólica de la Iglesia». De hecho, fue esta adhesión la que movilizó el pensamiento y la acción de Newman, en un empeño que, como es bien sabido, dio origen a lo que posteriormente fue conocido como el Movimiento de Oxford. Todo este Movimiento giraba sobre la base de que la Iglesia de Inglaterra se sustentaba en la sucesión apostólica, lo que la diferenciaba de las confesiones protestantes y heréticas. La Iglesia de Inglaterra era, por tanto, una Iglesia «católica» y no protestante, preservada, eso sí, de las taras y deformaciones que el papismo romano había ido introduciendo con el pasar de los siglos. Recuperar esta idea de Iglesia, y de la verdadera fe en Cristo en correspondencia con ella, frente a liberales y protestantes fue la gran tarea del Movimiento de Oxford. Newman siempre profesó el ideal político de la máxima unidad posible entre Corona e Iglesia, pero sobre la premisa de que el origen y la institucionalidad de la Iglesia procedía de los Apóstoles y no del poder político, y que, en consecuencia, la Corona y el Parlamento debían abstenerse de interferir en el gobierno interno de la Iglesia, reconociendo al mismo tiempo que la Iglesia se hallaba investida de una potestad de naturaleza muy superior a las instituciones seculares.

Sucedió que el estudio de la Historia de la Iglesia, de sus concilios y de las respuestas que los santos Padres, especialmente san Agustín, fueron dando a las sucesivas herejías, le persuadieron de su que su idea de la Iglesia de Inglaterra era solamente eso, una «idea», pero no algo que se correspondiera con la realidad. Y la realidad que descubrió fue que sólo había una Iglesia católica, y esta era la de Roma. En estas condiciones, ¿podía continuar profesando su antiguo ideal tory?, ¿no debía abandonar ahora que se había hecho católico el ideal de la férrea unidad entre la Corona y la Iglesia de Inglaterra que hasta entonces había sostenido y que dejaba fuera de las instituciones sociales y políticas a todo aquel que no profesase el credo anglicano? En definitiva, ¿no debía hacerse «liberal» o al menos acercarse a un liberalismo que tendiese a relajar cuando no a disolver el vínculo existente entre la Iglesia y el Estado? De hecho, él mismo tuvo que abandonar dramáticamente su querido Oxford como consecuencia de la confesionalidad que esta Universidad profesaba, una confesionalidad por la que él había combatido, paradójicamente, con todas sus fuerzas durante su etapa anglicana.

Sólo una interpretación más liberal de la Constitución inglesa pudo permitir a mediados del siglo XIX una reconstitución de la Jerarquía católica en la Isla, así como la apertura de centros educativos o la participación de los católicos en las instituciones políticas, que hasta tiempos muy recientes les estaban vedadas. Y todo eso era bueno para la Iglesia de Roma, hasta el punto de que este proceso de liberalización en materia religiosa tuvo como resultado un crecimiento exponencial del catolicismo inglés, tanto en términos cuantitativos como cualitativos. Así, pues, ¿qué más podía interesar a la Iglesia Católica en Inglaterra que la máxima libertad religiosa? Pero para el juicioso Newman las cosas no eran tan sencillas. Newman comprendió desde un principio que, si bien la libertad liberal convenía circunstancialmente a los católicos ingleses, y había un bien en ello, esa misma libertad con el paso del tiempo lo que terminaría por favorecer sería el ateísmo y la indiferencia religiosa. La esperanza de Newman estuvo, por tanto, no en el liberalismo, sino en que la Iglesia anglicana se reintegrara en la de Roma, en un proceso de retorno del pueblo inglés a la verdadera fe de sus mayores, porque a su juicio, tal y como escribió en su autobiografía, «no hay más que dos alternativas: el camino de Roma y el camino del ateísmo. El anglicanismo es la estación a medio camino, de un lado, y el liberalismo la estación a medio camino, del otro».

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